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Era demasiado ponderante en mí todo en cuanto a evaluar para estamparse profundamente y captar la absoluta atención de todos mis sentidos, pero la lógica más elemental que se pueda imaginar, la justificación retocada y la agravante duda que busca eludir un eterno campo de flores difícilmente podrá poner un pié en esos terrenos sin dañar en el proceso flor alguna.
Me rehusé a leer libros de medicina buscando en ello la patología exacta de mis síntomas obtenidos, que no siendo del todo impotables, las cosquillas del vientre fueron las más gratas de probar. Y su perfume de vainilla llegaba otra vez a mi cuarto, cuando tomaba importancia al retrato suyo y al fajo de cartas. Dispuse a cerrar entonces la ventana, iluso en la candorosa conciencia, para no apartar de mi corazón ese buen gusto por la voluptuosidad de su aroma; y nunca la zaga de estrellas tomó tanto lucimiento sobre los soñadores como en esa noche tan etérea, en la que líneas astrales constelaban el rostro de quien no puede ser apartado ni negado. Su representación estaba allí en lo alto, una abstracción de mis más profundos anhelos ciegos puestos a la disposición de incuantitativos puntos blancos, dándome la respuesta que por ese día busqué.
Sentí algo, y supe que era debido por Ralsei...

Y la puerta, en la medianoche más exacta donde levantan las nocturnas sombras del lóbrego reino espectral, fue tocada por lo que en comienzos sospeché, no era más que la vileza de un merodeador probando suerte para cautivar mi atención todavía más

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Y la puerta, en la medianoche más exacta donde levantan las nocturnas sombras del lóbrego reino espectral, fue tocada por lo que en comienzos sospeché, no era más que la vileza de un merodeador probando suerte para cautivar mi atención todavía más... Llegó así el solitario rumor a mis oídos inciertos. No tan sólo eso, en que nadie esperase a que yo atendiese el asunto, no fue compelido; todo se resolvía en una carta tirada en el recibidor del sanctum, perfumada de vainillas esencias, sin remitente ni firma, pero sin necesitar presentación tampoco; un girasol de rosa personalizaba ya esa cubierta.
La abrí, para leerla:

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No puedo ser capaz de esperar contra las eternidades de nuestros segundos, y contra el incierto destino que nos separa. La luna y el sol nos han confortado siendo tan diferentes entre sí, nos han hecho sentir como uno solo, porque siempre despierto en amaneceres con sonrisas que más amo y rubores matutinos; y mi corazón me late tanto bajo sus pálidos rayos de esta madrugada, y temo que la luna brille sola esta noche, ocultándose en su Oeste sin que le exprese mi verdad...
Templeton, alma mía de niebla dulce, el mar de estrellas se ha intentado enumerar incontables veces desde el balcón de los sueños pensando en lo que siento, pero fracaso siempre, y no puedo esconderlo más: me estás comenzando a gustar.
Eres la luna, del que brillas amoroso en mi mente, réplicas de faro, de calor sentimental que nunca me has negado; cuanto me siento aveces para ti ese sol de las alegrías cuando me obsequias esas sonrisas. Luz y sombra seremos, no enemigas, sino cercanos que coexisten en búsqueda de su contrario.
En la carencia, como quisiera ser la voz valiente por los dos, a la real confesión de que la llama que dejas en mí nunca extingue, aunque tú no estés conmigo en todo momento...
Sin embargo, el mayor privilegio ha sido conocer la preciosa integridad de tu persona, recordándote sin importar nada, de que eres un ser humano extraordinario, lleno de sinceridad, sensibilidad y ternura, y que gracias a tu existencia y tus buenas obras, haces de mi mundo un lugar mejor.

                                           Te quiero mucho.

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He platicado del docente (referido en el comienzo de los conceptos preliminares como a mí me fue posible entenderlos), sólo, y no más que en calidad de amigo, de un órgano irreemplazable para la cordura, un hermano de mil contiendas que hace más llevadera la vida, etcétera, etcétera. En implementos de ejemplificación para todo este tipo de sinónimos, mis descripciones de un ser tan particular no fueron antes más que eso. Pero, cambiaron con esa noche definitivamente, ya en jueves 10 de febrero, cuando concluyente, esa atracción lo expresó para guiar en ese laberinto que edifica la irresolución del que desconoce el auténtico llamado del amor. La verdad se mostraba mágicamente omnímoda, con aires de reciprocidad, empírica incluso en el fragante aroma, bellamente alcanzada por las atracciones ingénitas de un magnetismo de atrayente necesidad. ¡Nuestra conexión fue desde el comienzo diferente frente a todo caso! Comprendí, entendí, y supe, que la femineidad única de Ralsei Darkner me había apresado para siempre en las cadenas del enamoramiento, y que imposible me sería verle con otros ojos que no fuesen con los mismos del amor, por siempre y para siempre, hasta el fin de los días.
Me entregaba ya no desprotegido a una corazonada vaga, ni a suposiciones erróneas. ¡Yo le gustaba! El sensorio común me calmaba, más amable por las demostraciones bilaterales, con las recapitulaciones en el instante que consideré irme a la cama, de aquellos contactos expuestos cuando hicimos cita, con esos actos que su flirteo no incordió, y si esas ochenta y tres cartas no eran suficientes para dar un resultado, ni sus dibujos, ni el libro, su pastel dedicado e incluso, cuando acaricié su durmiente rostro, nada más podría primar a esta decisión visible; así la declaración había puesto al descubierto mi médula, y al corazón para su significado: él también me gustaba, su manera de ser, su diferencia diversiva, las atenciones que en mí depositaba, y con mi narcisimo nunca lo supe ver en los comienzos, hasta ese momento.

Pero cabe acertar que el alma hasta ahí enderezada no se emocionará profundamente, ni elevará hasta la incansable cúspide su nuevo norte de rosa animal sin cierta continuidad de esfuerzo el cual le es depositada, a lo cual posteriormente eso sí ocurrió con los méritos que captan la atención y todo el tiempo del receptor. Las cartas de ese hermoso caprino, que con el paso de los días fueron sumadas dos, tantearon en mis corrientes interiores sin espantarlas; las incrementaba con su conocido afín, y más aún hicieron de azucar mis mañanas cuando en esta verdad solo disponía más que nunca a tener ojos, oídos y corazón y cientos de cariños puestos para él sin admitir abierta ni fácil la realidad de lo que sentía, de otro modo que no fuese en otra siguiente reunión.
Destruidos en total uno de los últimos muros de conciencia insegura como estado de merced a los acontecimientos derivados de vivencia tortuosa, no se esperó mucho a que otra cita nos hiciera concertar y ser felices en calidad de atrayentes inexpertos. Eso ocurrió pronto, en sábado 12 de febrero. Ahí en mismo sitio regularmente populoso como lo era el parque central de la metrópoli, estuve de camino yo por séptima vez, siendo conducido por la sinceridad, nervioso frente a una nueva y poderosa representación mental nunca antes manejada, sorteando a la cálida variación citadina, auténtico en cada percusión de taconeo, sin tedio, siendo vulnerable bajo las matices de la atracción venidera en nuestra fortuna como seres amados que podemos ser, pero por sobretodo, una parte de mí quería corresponder por entero al más respetuoso de los amores al que llamaba e imitaba por la voz y letra a los puros.
La sed de la belleza suprema que antes no se conoció, una belleza caprina que ninguna combinación existente de formas terrenales pudo proporcionar al alma, una belleza que tal vez ninguna combinación posible de esta formas alcanzaría en última instancia de arrepentimiento a extender la vida misma, produciría plenamente mi satisfacción como la produjo ahí, cuando vi de nuevo a Ralsei reposar luciente y encantador en la espera de mi llegada. Con un atractivo montgomery imitando en el tono de la relajación y la armonía a las rosas chinensis vistió su ruborosa merced, lo convinó con pantalones de crema oscuro, encantando otra más en mí con un contacto afectivo de su mirada y un decorativo lazo blanco anudado el modesto grosor de su cuerno derecho. Sus ojos a la vez de frente en la distancia, comunicaron un sentimiento a la transparencia de las aguas que corporizó el todo en todo, de la divina pasión de la atracción que hizo eco en mi pecho. Y en menos de lo pensado, reposaban nuestros sentidos en los tibios brazos de la correspondiente verdad, con un silente gesto momentáneo, suspirando por montones, estudiando la sinestesia de los aromas que nuestros cuerpos conformaban en la composición, inmortales a la trascendencia que imborrable, se hará bajo la vista del infinito Padre. Todo era real cuanto pudo serlo, nos gustabamos; y que el tamiz de los olmos nos cubría nuevamente, no evitó cuando esas cristalinas canicas de ángel alzaron a mi encuentro, de que un reflejo de nuestra fulgente estrella rebotase en la perfecta concavidad ocular de esas gemas, apacentando en un flechazo de cupido, con aquel trazo de luz sereno que responde en la oscuridad con la fría luminaria de una lámpara astral.

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