Mi punto de partida es éste, una sorprendente magia, que de mi conocimiento se alejó bastante por lógica si éstas fueron de por sí obras implementadas por un fragmento de júbilo, la suerte, o hasta la mismísima desgracia edulcorada, que yo, en las mazmorras de la pesadilla me encontré más que nunca prófugo ante lo no entendido, cuando tenía veinticinco años. Escapaba desorientado de algo malo, un invasor depresivo del onirismo el cual la maldad fue gestada por la esencia de incontables íncubos nocturnos, y por muchas noches me perturbó; ojos jamás le hicieron falta, al igual que su sentido del hambre por la melancolía y la desgracia del afectado. Me atemorizaba su cuerpo en cada maldita paroniria sin que los detalles me entregaran en lo nebuloso una sanación. Arrinconado ya siempre por limitancias nocturnas, exhalando directo en mi cuello un triste aliento que robaba mis razones de seguir con todo, nunca se apiadó de mí, no mesuraba tales daños que los años de pecado le permitió. Su gula fue y seguiá siendo perpetua de portarse. Y así, incautando con horrible miseria, tan pronto fue lo que, de lleno, en algo nuevo se conformó su atención una de esas tantas madrugadas, que de frente a mí, le sentí detener por vez primera, me dio espacio y retrocedió, extasiado ahí por lo perecedero de unos borrosos golpecitos que confusos, provenían de algún oscuro vacío imaginario; lleno de intriga los siguió con su deforme paso, hasta que me abandonó. Así terminé por abrí los ojos, arropado en la cama y empapado de sudores fríos, porque alguien estaba tocando a la puerta de mi hogar.
Entonces me había incorporado en el acto, presa de una nerviosa agitación, pues estaba seguro de que ya no soñaba ahí, siendo verídica deducción aquellas finas briznas de cabello obsequiados por Helio que dieron tanto en la ranura del roble como por las ventanas, junto a esos pájaros cantores que madrugadores, danzan y se dan festin con su estrella; y con ello, tal cartero de noble institución, que indiferente me había sido atenderle a su llamado, apremiado por su itinerario del cual ya cansado había tocado un total de nueve veces desde el otro lado, depositó con calma y sin espera una pequeña carta en la rendija para largarse sin propina.
Era un extasis del sumo niño interior que aún quedaba oculto en mi cabeza, el encontrarme en tales escenarios sin que una sola exalación turbara lo imperecedero de la falsa calma al ver que una carta más ingresaba con total libertad en mi santuario, y tomara la ligereza y los dominios de una hoja arrancada desde una frondosa copa, ondulada así por las dulces corrientes de viento hasta su caída.
Baste justificar que desde el comienzo percibí —tan solo con precisión de la mirada—, el aire dispar que componía ese sobre en el recibidor. De comienzo no era más que un desprendimiento de papel cualquiera que enfilara aquel mismo pasillo hacia el incinerador cuando cayera la helada noche, tomando de la nota pero sin abrirla, para antes conceder por lo menos el orígen del remitente: noté entonces para sorpresa de la desacostumbre, una marca floral que resaltó llamativa sobre todo para la vista del receptor; un girasol estaba retratado a lápiz con vivientes colores amarillos que destacaban una asombrosa habilidad manual, junto al nombre del que expedía, cuya distintiva se presentaba sin enredos por el de <<Ralsei Darkner>>. De mi palma percibí muy pronto un furtivo aroma que se extendió hasta lo curiosa de mi nariz, con ligeros aromas más cercanos a un perfume natural de las vainillas, que con grato saludo la confundía.
No miento, sea esto con mi moral que no reforma condiciones ya ratificadas, aclaro que, ni con eso, no tuve el más mínimo interés en abrir la carta para echarle un ojo en ese instante, sabiendo que desde los inicios se me había perturbado de tales modos burdos. ¿Qué clase de suerte —me dije— se intentaba dar en apuesta en esta nueva aromática ocasión? Me había mofado ya antes de los instruídos por el sueño bajo el mismo arte literario, dejándoles varado en el suspenso de una crédula comunicación asíncrona con mi persona, alimentando sin mesura el fuego vengativo con mayores provechos y deshaciendo así toda pretensión que se fuera a esperar de un misántropo. El juicio se impartió siempre de misma guisa, que sólo las llamas supieron ver antes que yo el contenido de ese pasado tan solicitado que ya fue ceniza. Por ende, el tropiezo, la duda ciega y el temblor no se pudieron hacer esperar para reirse de un pobre latente, y qué mejor momento fue éste que el dia entero...
La fragancia tan suave, dulce y encantadora, embriagante, se perdía en mi adusto pensamiento, hasta hacerme vacilar de la primera comida matinal. La letra de añíles tintes, con precioso manuscrito, su letra menuda y femenina, marcaban una extraña diferencia en mi captación, y ya el descriptivo zebulón frontal debatía con tan seria política que gustaba de aplicar a todo mensaje que corrió tan agresivo castigo de ser depurado, por lo que, contradiciendo las leyes más básicas de la amargura humana, quedé suspendido en la más delgada línea de la incertidumbre, que limita a lo empírico de los hechos. Fue así en el paso, a una tarde molesta, abstraída y receptora de mis cortas miradas a esa nota que dejé en la mesa.
A flote en mares de duda, saladas y bien negras, sin control, nadé confuso, tanto, que los celestes cielos que le siguieron suplieron toda esencia festiva, y canturreada con el cálido naranja que matiza al tornasol, fue cambiando de a poco. Hesitaba continuo aún, fingiendo no prestar interés ni contar con la respuesta deseada de qué hacer con ese papel, que no pudo durarme más; una fría consecuencia enloquecía al pensador, que trastornaba al pronto traidor de sus habituales causales, y con eso, ni el Cocito parecerá querer hacerme un sitio ante el frío que la traición contra uno mismo requiere en su trato interminable. Así, al asomo de los primeros puntos que reclaman puesto en el universo de ébano, no soportaba más lo que no podía comprender: ¡Esa carta no debería estar ahi, en la mesa, ni en mis aposentos! ¡Me dejé poseer por el enojo y sus efectos! Encendí la chimenea con arritmia compulsiva, y frente a las feroces llamas, la carta no desprendía tan fácil su apego de mis falanges. Un efecto recaía enseguida en mí, un remordimiento sin igual. Su aroma luchaba con brío por comunicar con mis sentidos sin usar un lenguaje convencional; su letra expresaba diferencia de la cual notar; su flor, jovialidad y serenidad me seguían siendo para erradicarlo tan fácil todo de nuestro mundo...
No pude formar un segundo más a mis despegados intereses. Me desconocí, asombrado; abrí la carta, y la leí para acabar con todo suspenso y sugestión, fallando a mis principios más tradicionales...
La carta decía lo siguiente:≿━━━━༺❀༻━━━━≾
Al distinguido señor Templeton Higgins:
Con humildad es dedicada y hecha llegar esta misiva a su nombre, que, con mayor motivo mío, tan sólo será el de darle un sincero agradecimiento por todo su trabajo alcanzado.
Que no deseo perturbar reposo si la ocasión ha otorgado de leerme, del más complacido sentimiento con el que cuento en cada letra dedicada aquí, es a esta confesión de mis palabras, para que a sus manos sea parada y le concedan el buen gusto merecido. En gratitud, en bella e incalculable gratitud me encuentro yo con todo lo leído en sus entregas.
Cuando conocí por vez primera sus compocisiones textuales, fascinado quedé solo en los comienzos con su manera de cohesionar pesadillas que la mente sana busca librar, así como también aquellas otras que mudaron sinseguridades y reemplazaron temores racionales con los valores que proporciona un dulce corazón enamorado, guiado en sabiduría por los sólidos caminos de su instinto.Que en el paroxismo proporcionado a todo lo que sus obras nos han ofrecido, palabras adecuadas me resultarán por mucho, faltar. Y que el cumplido no creará nunca el adobe para su éxito, ya le ha sido concedido desde siempre por su pericia, que de mi puño y letra, y la opinión de muchos otros, le agradecen día a día con el corazón todo lo que ha realizado para viajar en sus gratificantes mundos cada vez que el lector así lo quiera necesario.
Cordialmente en aprecio,Ralsei Darkner.
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Sueños de Papel
RomanceLa tragedia de un humano sumergido en los confines más idílicos de la pasión y el encanto desenfrenado del amor por una dulce criatura caprina, llevado de la mano por la literatura confesional de sus días más oscuros hasta el suicidio, han compuesto...