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Esa humildad en su ser la terminé leyendo en altavoz un par de veces, porque me sorprendía semejante modestia; era una petición que en teoría me la complació, sin desaferrarse de su tozuda principal, causa que le llevó a negarse por esos cinco días anteriores. Otra carta le emití inmediato, candoroso por completo a tan simple requisito para ser con tan poco de ello un caprino feliz, por lo que no queriendo serle una discordia pertinaz, le expliqué lo importante que sería gratificar el nombre de quien se puede considerar mi primer y único amigo; que podía, y quería con alma entera, darle algo mejor al cumpleañero de los girasoles felices, a quien su precisión había autorretratado a sí mismo, y que eso había ayudado a que viera otra cara diferente a la de la soledad.
Sabiendo que bajo ningún método material ni monetario puede comprarse tales afecciones en lo que he definido mucho antes como magnetismo natural, a lo armado, la espera no fue mucha ni tampoco quedó en vano, y al siguiente amanecer tuve una respuesta un tanto más conciente de su parte:

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Para el bueno de T. H Berkshire, mi considerado amigo real:

Eres un maravilloso partidario, querido Berkshire, el mejor que nuestra divina providencia me ha podido enseñar.
En la distancia, apartando los temores racionales de saber que esto significará que nos debamos conocer, todo manuscrito tuyo me permite saber que esa mano que blande la pluma es blanda, muy cálida, tanto como tus buenos sentimientos que tan en el fondo reservas para el bien común. No quiero dejar que esa mano, que tan inspirado me vuelve con sus fantasías, que tan contento me pone en cada día al permitirme conocer, y tan jubiloso me hace ostensible, quede estirada en su pena: los girasoles no se intimidan a pesar del sol que tarde o temprano se debe ocultar, ni de los vendavales que incesantes buscan arrebatar todo, ni menos a esas nubes rollizas que sobre la faz interpretan a una tristeza; son un emblema de superación para mí, representan la tibia luz que percibo en nuestro mundo, en nuestros seres, y en ti. No puedo sino pedir nada más que semillas de girasol para cultivar, Templeton amigo, nada más que eso, y sonreiré, porque en ello, el verdadero regalo estará tras esas tiernas manos que obsequian. El auténtico regalo, el que quedará conmigo para siempre, será el conocerte a ti en persona.
Si lo concedes, considera nuestra afable junta a las 14:00 horas en punto, y abiertas estarán para el encuentro las puertas del Parque Central de nuestra amada y próspera Ebott. Te daré un gran abrazo cuando nos veamos. Espero puedas aceptar esta petición. Siempre atento y contento, tu amigo,

 
                                             Ralsei Darkner.

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La fraternalidad otra vez no dejaba de sorprenderme, e igual me ensimismaba al poder de tales resultados, al menos dentro de las horas matutinas, por eso a las conclusas razones que debían de ser afrontadas por lo solicitado. Dar un regalo de cumpleaños significaba coordinar cita que diera al encuentro e impresión firme que era requerida en esta peculiar amalgama de comunicación fuera de línea de pronta continuidad. No me sentí más inmaduro en toda vida pasada que en ese momento de pensamiento, pero expulsé, así como se desecha sin apego alguno un envoltorio de una barra de chocolate en el cesto, o como se menosprecia indiferente un centenar de cartas llegadas de un pasado al que cebó en su danza a las insaciables flamas sin haber sido leídas antes siquiera una sóla entrega, toda tensión y miedo por algo más de decisión gracias a una reciente aptitud mortal de mejor sujeción que me pudiera beneficiar. Le respondí primero, sin hacer quite entre nuestro respeto con el saludo inicial, en que serían satisfechas esas últimas dos peticiones con enorme gusto sin descartar de antemano a ese conjunto el lápiz y la libreta previamente solicitada, por mutua intriga que los misterios por acabar dieran en mejores relaciones comunicativas; lo segundo y más importante fue comunicarle que aceptaba mansamente el sitio que había escogido y la hora para concertar como nexo entre divisiones que tanto tiempo habían estructurado en nuestra contra. Parecía un pronto sueño lúcido que, de los que no dejaban en hecho, efectivamente sí, estaba pasando. El saber que apenas quedaban en espera menos de cuarenta y ocho horas para que se hicieran presente lo que nos definía como lectores, amigos de realidad paralela separados por la seleción natural, para presentar de cada quien su personaje, me pasmaba.
En comparativa como a un niño pequeño e impaciente que recorre las alamedas de las que se puede fiar, con su domingo bien recaudado entre su mano firme y su saco, porque de sus conductas y el quehacer le han hecho merecedor de lo ganado; en el que esas quisquillosas papilas gustativas vibran y gotean impacientes, incultas de juventud, al absoluto sabor de los sueños con tan sólo imaginar lo que infinidad de sabores y colores puedan invertir de la fantasía en una tangibilidad azucarada, y sin contención de un sólo segundo perdido a la espera del paso llevado, le obliga ahora a correr a ese pobre niño malaguero cualquiera que ruega, y ruega sin soportar ni por asomo de esa fulminante predicción, de que pudiera ser demasiado tarde para encontrar la dulcería cerrada frente a un infinito mar de temerosas expectativas. Que bien parecido me sentí ante las analogías en las prisas de una resposabilidad impuesta por esa voluntad, cerca de las primeras horas, cabizbajo, no más invisible que un mudo compuesto de propio albedrío por completar total diligencia, me abrí camino por esos mismos viejos terrenos concurridos en los que el baño de rayos liderados por un ficticio Soare y Hold me dieron una mano guía en más de alguna vez. Poco tiempo se gastó en llegar al buzón para mandar la carta que aceptaba las condiciones, y ya sólo quedaba al final, cómo no, realizar ciertas transacciones de las cuales nada podría jugar en contra de un buen acto que bien honesto e intencionado, trataba de corregir todos esos yerros que antes mancharon solitarios una conducta, y que en halabadas gracias, un pequeño rayo de luz envuelto en un sobre de papel con cartas, fue a parar al hogar para elucidar el mal camino, por amigables toques de virulenta alegría.
No sólo un simple boli pedí en la tienda al final, por lo que aseguré contento del frasco entero con una docena de gran calidad y duración, dando en idea de que el que dibuja no solo colorea y nada más, sino que escribe, apunta y anota pensamientos. Tampoco fui cicatero en eso de la libreta, y exigí con toda urbanidad al comerciante que buscase ese selecto y especial bloc que privada queda por su valor al resto de los compradores, ya que era menester impresionar a su futuro usuario. Y, como liebre, a contrarreloj por saltos en carrera para acabar y llevar por lo corto que el estilo heremita lo podía permitir, la semillería solventó la última encrucijada respecto al poco saber de la botánica con un par de sobres de simientes, aspirantes en el mañana a unos formidables zebulones de mixtos colores para una huerta viva y feliz.
Todo el tiempo restante quedaba a la espera, a la paciencia sostenida que le pisaba talones a una meditable constitución de montaje en la suposición de pocos escenarios aplicables, pero con un millón de monólogos que se armaban por las actuales neuronas que resurgían — o que siempre estuvieron ahí, escondidas bajo las piedras del triste páramo espiritual—, ante un interés demostrado por un animal amable, más específico un caprino, apilaban como pequeños bloques de juguete por encima de una variable superficie de notoria irregularidad, siendo ella la subconciencia nerviosa del pensante propio con el mucho tiempo de sobra: que ¿cómo sería el comienzo cuando en parte considerarse una extraña quimera que nacía de lo malo y lo bueno era mínimo?; ¿un <<hola>> bastaría, quizá, para dar una mueca jovial ante un sereno que ha confiado su imágen y su presencia a quien la autocrítica devora con cada segundo que corre? ¿Podría ser así? ¿Tenía algo de sentido superponer lo que por entonces no eran más que mundanas vacilaciones? Y los temas, sean estos poco trascendentes, nada interiorizados posiblemente en un dominio de cultura básica sobre misceláneos que traten de conceder la risa y el mismo idioma a tocar, si esto no lograse ser posible... si un obstáculo que impidiera la total confianza, la total cordura y los sentidos tan entregados como sus buenos deseos al momento de dar los regalos a Ralsei quisieran fallar, y nada fuera bien al momento de quedar sin Pros pero con varios Contras, ¿cuál demonios sería el estúpido plan B? ¿Alejarse? ¿Mantener el incómodo silencio y sonreir derivado a causa del miedo como los niñatos frente a la ignorancia de no saber sobrellevar un tema en común?

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