Siendo tan críptico de comprender lo que sucedió ahí, cuando traté de ponerlo en idea, sintiéndo el tibio rubor de su cara con el suspirar más dulce hecho por Ralsei tan cerca de mí, propuse, sin que el bombeo hubiese detenido ocasión alguna dentro del pecho, con apropiadas noticias en abrirnos paso a cualquier sitio.
—¿Es permitido sugerir un paseo como una buena idea? —recomendé, entre primera opción boba.
—Es de hecho una buena idea, sino por lejos la mejor, dulce amigo —pareció aceptarlo, sin inmutarse a mas. Respiró en un cómodo abrazo que le entregó a mi mano, y así me la regresó, poniéndose los lentes, y después de pie con algo de ayuda.
Connatural seguía siendo todo, tanto en lo superficial como en el trato, que en el asir, su brazo ya pasaba encantado por mi sangría, tomando el compás de la sincronía, diluyendo los conflictos con su atención, dejando en vuelo nuestras mentes que insaciables buscan de aprender. Si de una cosa estaba seguro, era de que por una arritmia no moriría ese día; en su presencia sentía bienestar.
En lo respectivo a cuestiones dadas a saber, la oración proyectada por mi acompañante conformó en cierto modo una paz mejorable, esa duda circundante resuelta, o esa poca singularidad de llevarse consigo clavada una espinita del tamaño de un remordimiento menor, y que con el mejor de todos los alivios se te sea retirada, ¡valga toda la ironía posible! de la misma palma por aquel único en su clase que se acarició la mejilla rumiante con esta mano propia que detalla en esto.—¡Je je! Qué encanto fue saber que esa mano que compuso escritos inolvidables y siempre tiene tiempo para dedicarme una carta, resulta ser igualmente una muy suave de sentir.
Que rojo estuve por el cumplido, y dirigí por aquellos lapsos la vista al libro bajo el antebrazo izquierdo, una respuesta de este servidor no llegó a ser necesaria de dar; no por cobarde, ni por saber poco qué agregar: en el camino, que distanciados seguíamos del establecimiento y aún recorríamos por dentro del parque central, voces de menores cortaron el hilo de la comunicación proverbial. De la flor y nata, la congregación del parque de Ebott era ahora poco más cuantiosa cuando el sol estuvo poco lejos de su cenit, pero destacando sin omisiones de esa ligera aglomeración de criaturas, es necesario, por honor y recuerdo, de un momento que no puede ser retirado, por una coincidente experiencia, un espectáculo tan encantador como remarcable, que redirigió un poco más la ciega andanza de las sensaciones interiores, las que permanecerán por siempre entre mis escenas más conmovedoras: a nuestro encuentro, cuatro pequeñas criaturas pulularon por alrededor como joviales mariposas en patines sobre el néctar de las flores más nutridas. Eran niños jóvenes, muy habiles sobre el dominio de las cuatro ruedas, entre ocho a diez años de edad, saltando alegres, jubilosos, llenos de lozana energía, jugando en el baño de fulgores solares como buenos niños, y exclamando en pequeños gritos de reconocimiento, de ver a su docente preferido en un lugar inesperado.
<<¡Maestro, Maestro Ralsei!>> elevaban con brincos los clamores de esos querubines. Acudieron así a mi amigo los pequeños e inocentes. Y Ralsei, entregado a su profesión, que brinda por entero, hasta con trabajo y con desvelo, vi que no dudó en esa ocasión de entregar un poco de su sabiduría a quienes resultaron ser sus queridos estudiantes. El menor de ese grupo, un reducido y tímido niño gato de marchitas blancas con negras que les acompañó, prescindió por mucho de palabras como de los peligros expuestos del patinaje, extendiendo en su lugar los delgados y cortos brazos como mejor comunicación. Liberado de mi codo con respeto, ya en cuclillas, Ralsei le dio un abrazo amable, con otro cariño paternal en su cabeza, que fueron para mí como una visión magistral en la contemplación más pura del profesionalismo poco reconocido en esta vida y la labor del docente incondicional dentro y fuera de la facultad.—Ay, pero si es un gran tesoro encontrarme a ustedes por aquí, mis queridos chicos —sonrió contento Ralsei en su dicha. Los niños parecieron igual de contentos.
Ahora bien, yo no siento parte integral de ese culto gremio, ni incomodándome ante la expectante junta que valía los segundos a ver y daba plus a su servicio, ese rumiante antropocaprino no me apartó de la inserción, condecorándome frente a los menores con lustrosa medalla de mejor amigo.
Esas tiernas criaturas fueron sumamente corteses conmigo en el trato, e igualmente, por atención a sus ademanes, sus manitas interactivas me fueron estiradas para que yo les diera a cada una del apretón no tan apretado que buscaban. Alegraron enseguida tanto a mi corazón el oírles enredar efusivos las palabras en una maraña de buenos recuerdos sobre los cursos que Ralsei su profesor les aplicaba, que compuestos por la impaciencia enfática de Mac el chico conejo, la irrefutable y experta voz de Aidan el joven petirojo, o la saltarina e inquieta movilidad de Royer el cachorro de lobo —que esos resultaron siendo los nombres de esos niños en cuanto oportunidad tuve de preguntar—, me contaban en irrisorios disparates los mejores años que ejercieron con su docente base y que con inamovible fuerza de cariños, no acabarán hasta la graduación.
Felicitarles por aprender les encantaba, e inflaban pecho como pichones orgullosos por ir bien encaminados. Una sonrisa pronto elevé, cuando vieron el libro bajo mi brazo, y agradecieron algo triunfales no poseer material de lectura en sus vacaciones.—Leer puede ser divertido tanto como el deporte que practican, y aprender es incluso mucho mejor como ventaja en las vacaciones, si miran de eso el lado positivo —convencí con un guiñar de ojo—. Al igual que ustedes, en discípulo me convierto yo, pues aprendo intensivamente de su joven maestro siempre que puedo. Son buenos niños; el mundo les agradecerá esos blancos actos con sorpresas.
No percaté al instante, pero la mueca más bonita y familiar apuntaba a mí en la corta distancia. Ralsei se sonrojó mucho cuando noté el peso de su mirar. Oliver, el niño gato mudo —que así Ralsei le llamó en determinado instante—, fue su siguiente breve centro de atención disuasiva del rubor por lo que duró en momento hasta que el joven se le ausentó en cosa sucinta del rato; y pronto, los otros tres cachorros se amontonaron, y nosotros con ellos mientras tanto.
—Chicos, obedientes son y eso lo sé muy bien —discutió Ralsei—, por lo que ruego que se encuentren bajo una supervisión paternal si han de practicar esta sana actividad con un miércoles tan bonito que vivimos.
Ellos le respondieron positivamente a su educador al unísono que igual beneficiaban unánimes sus tutores por las bondades entregadas del parque. ¡Música para los oídos nuestros, admitido sea como el oyente que fui! El felidae monocromático regresó en menos de lo pensado con un par de Rollers en el hombro, y una flor dorada en sus manitos; un obsequio consentido para el docente que, como al igual que ellos, en la ciudad se quedó también su instructor viviendo de otras vacaciones.
Otra ronda de abrazos se había ganado ese chico felino por parte de su premiado facultado, y honrando del loable, inocente y circunspecto acto del colegial, la flor de oropel fue por sí mismo puesta voluntaria en la oreja propia de Ralsei.
Siendo suficiente, otras indicaciones partieron claras por locución de su educador base, para dejar que aquellos usuarios de la buena andanza, como libres que eran, jugasen y llenasen sus pletórica vidas de búsqueda y saber sin dejar de sonreír.
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Sueños de Papel
RomanceLa tragedia de un humano sumergido en los confines más idílicos de la pasión y el encanto desenfrenado del amor por una dulce criatura caprina, llevado de la mano por la literatura confesional de sus días más oscuros hasta el suicidio, han compuesto...