#21

41 7 2
                                    

No siendo presa del misticismo, supe, pues ya no dormía ahí, que fueron las cuatro de la madrugada, y entre mi pensar desadormecido, también supe que era un hombre con veintiséis años recientemente recorridos y a incorporar, a lo que no concedí a otra idea en qué pensar frente a tanto silencio suspendido, con la ausente alborada.

Desemejante en la indiferente tranquilidad del día, deshilvanado y sin trabazones mayores, se precedió a la tarde, y al mejor de todos los momentos esperados. Conté con un buen aspecto aún no obstante cuando caminé hasta el parque con firmeza y constancia en el buen vestir, sin consentir ni darle interés a la inconclusa pesadilla y al poco pestañeo que vino a posteriori. De tener valía esa noche en la triunfal suerte que pasé por ese entonces, la más mínima, pequeña e insignificante, confirmo sin mucha cátedra que fue borrada de inmediato cuando estuve frente al magnánimo de proporciones encantadoras, al inteligente, el paciente y el interesado en mi persona; mejor de todos los órganos bendecidos que pueden hermosear al mundo dantesco, hacer de ello un lugar mejor, y, quien con su rubor ha dado toda prosecución del sentido propio, del cambio, y de continuar frente a la contienda en la que antes se luchó: Ralsei Darkner estaba radiante como el gentil de luz propia, esperándome, con incandescencias de mil y un sonrisas que suavizan eficazmente todo tormento que se conserva al apreciarlo. Su silueta vestía con un suéter de lima ligero, uniéndolo a unos singulares jeans semiajustados, no marcando el alto impacto de ser consideradas suntuosas, pero me gustaba tanto como a él la sencillez, pues sentaba natural y muy bien en su portador.

 Su silueta vestía con un suéter de lima ligero, uniéndolo a unos singulares jeans semiajustados, no marcando el alto impacto de ser consideradas suntuosas, pero me gustaba tanto como a él la sencillez, pues sentaba natural y muy bien en su portador

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ocultó de algo al estar de pie, dos objetos en total que noté sin mayor complejidad en la línea de visión frontal, y que comprendí de inmediato, sería de uso necesario para el factor sorpresa.
Sus manos estuvieron enlazadas por delante de sus propios brazos, nerviosas, casi apenadas por la emoción de verme en sexta ocasión. Su esvelta figura se acercó, me refugió muy pronto en la necesidad de un suave abrazo. Un abrazo que apoyó lleno de orgullo, tan habitual en él, tan repetitivo en su principio inculcado, y, a la vez, todo era tan distinto como en su composición me recibió, que en el aroma del pelaje, en su esencia aperfumada de tan esperado reencuentro, cientos de idiomas hablaron en el silencio cuando fragancias de identidad propia mezclaron toques, seducción, elegancia, poder, rebeldía y magnetismo al unísono, pasando en encantos aglomerados en el cuello de botella que se ha de entender por mis sentidos. Era una mezcolanza de sensaciones que a mi mente y al rostro trajo el más cándido de los efectos, de la mano con un tono ciruelo, por tanta melocidad captada.
La belleza en tal caso, la admití en mi juicio interior cuando, en lo breve del espacio que me dio, sin que abriera sus ojos en los pocos segundos de la ejecución que se llevó a cabo: sus pestañas eran largas, hermosas y curvadas en ascendencia, enfatizando la lozana juventud llena de encantos sin acabar del cual esa feminidad masculina pudo aplicar asombrosa, con una cierta cantidad de rímel; sus párpados, que permanecieron cerrados aún en cuestión de segundos, fueron coloreados con una finísima sombra de magenta, iguales al esmalte de sus cortos y romos cuernos que lustrados, reflejaron diminutos destellos. Seguí en estupefacto enrojecer maquinal, hasta que su voz, suave e inigualable como una corriente de viento más fresca que sopla y entrega besos veraniegos, y refulgente como la luz del impacto frente al rostro contraído, me entregó la conmovedora enhorabuena del que nos reunió:

—Llevado ante el buen deseo —locutó Ralsei, con brillante rubí en sus mejillas—, tu semilla de bondad vas dejando, sin que importe, sin que impida, que esos años bellos te estén pasando. Tu sonrisa es limpia sin que importe nada, honesta, y florece con ternura delante de mí al mirar como progresa nuestra amistad atiborrada de cariños y muecas regaladas, que cuando tú y yo crecemos cada día en unión de confiables, bien sabemos que nunca jamás serán muestras olvidadas.

Para un espíritu sensible como denomino a mi carácter, toda palabra bien ejecutada en son de la amabilidad, una cordialidad digna de ser entregada no sólo a seres mayormente importantes, un trato más cercano sin manchas otorgadas por el clasismo ni el género al que se da, un cariño de piel paliativo que nace muy por dentro de cualquiera en condición de interés, o de un mundo interpersonal que no escoge la indiferencia como atmósfera para separarse de todo, lo que decide por voluntad férrea de su fe en ser impulsado por el interés y la seguridad de otros mundos, de otros amigos, en el vasto espacio que componen nuestra diversiva cantidad de seres... y que ese mundo tan cálido, fértil y enriquecido como lo era el de Ralsei me haya seleccionado a mí como su amigo en quien confiar, me tuvieron en choque de felices resultados, muy mudo, y sin palabras para vocalizar.
Que su discurso no acabó, y que de seguro no tardó en captar mi estático estado ante tanto sentido, tomó de mi mano, cosa nunca antes aplicada, pedida, ni mucho poco imaginada, y en eso, mientras me cantaba muy dulce el mejor de los felices cumpleaños, entendí que su idea no era otra que la de guiarme hasta la banca.
Sentados ahí —que asegurado no solo una vez ni poco menos dos ha quedado en la calidad de este especificativo sobre lo bueno que resultaba ser ese chico caprino con esta pobre y triste bestia que redactó su verdad—, habiendo recibido en el pasado de una croquera enriquecida con las flores solo puestas en cultivo de los terrenos oníricos de Morfeo, en magnos valores incuantificables a lo de un vademécum de ángel, o de los cuentos que, tanto en la oscurecida soledad del hogar como a espaldas del olmo que no juzgó jamás en su vida, regué en compensación de sus raíces con mis lágrimas y hasta de otras se las quedó el viento. No podía pedirle más que su sincera amistad, no merecía más que eso, y sin embargo, que había estado expuesto a sus buenos intereses, nunca estuve ante tanto derroche de generosidad, cuando me entregó el primer presente que con mucho esfuerzo lo consiguió y envolvió para mí en un ejemplar decorativo de pliego rojo, vistoso, junto a una cinta verde en medio de su cuerpo.

—Demostrar —continuó Ralsei sin ser interrumpido—, es lo que los amigos sinceros hacen en todo instante por sus cercanos. Tú, Templeton, eres mucho más que eso para mí. Me enseñas valía, interés y atención en todo momento sin que bien lo hubiese permitido antes tu soledad. Y abonando en los ánimos de los que ambos disfrutamos, quiero entregarte tu primer regalo. ¡Adelante, ábrelo, cumpleañero querido!

—Me siento abochornado —se lo dije muy sinceramente, cortado por la incapacidad del acto—, de mí mismo. ¿Por qué eres tan bueno conmigo? A veces siento no ser merecedor de esta bondad...

—Todos merecemos bondad, porque querer y ser queridos es hermoso: es esa nuestra respuesta al cual anhela el saber, Templeton mío.

Su serena filosofía no tenía límite considerado, y a priori me alentó a no dar suspensión de la voluntad, tanto que en igual condición di a la tarea de abrir el primer presente para complacerle como era debido en el caso. Un excelente compendio yacía en interior del pliego que traté por todos los medios no destruir en la más mínima fisura de su desembalaje. Dándole a saber que no estaría dispuesto a tirar del envoltorio a la basura, lo conservaría indemne, casi selosamente en el resguardo como a un hueso santo, lo que no le evitó que su pequeña mano de malvavisco y cojines rosa le cubrieran la boca en ademán de gracia cortés; y que bien escribí fue en su partida un ademán, terminó siendo una risa disparada de valor incomparable, al ver que mi rostro se prendía en una fiera llama, por la expresión de la sorpresa —una auténtica sorpresa—, que plasmó ante el detalle de un libro que yo alguna vez deseé adquirir dévotamente en el pasado, con nulos resultados, bajo el nombre de: <<Historias Fantásticas>>.
Si alguna vez un hombre pudo haber explotado ante tanto cariño y fortuna, cuya riqueza a cual refiero es a esa a la que no puede ser comprada bajo ninguna cifra numérica ni codiciase de la piedra preciosa compuesta por la mejor de todas las crisopeyas logradas, ese tuve que haber sido yo. Un ligero vistazo a sus ojos chispeantes y rosáseos me lo dejó todo muy claro: <<Me alegro mucho que te haya gustado.>>

Sueños de Papel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora