Todo en el entorno como dentro de mí detuvo su marcha incierta por un corto y pesado periodo. No había movimiento detectado, ni ruidos ajenos que apartasen el contacto o fuesen en recado con los vientos temperados. Y más absorbente se hacían el ver los húmedos luceros rosados desbordantes de riqueza que conformaron los ojos de Ralsei. Su maquillaje, que en algún momento fue magenta, tornó finalmente oscuro e inconsistente cuando las gotas de sal suministraron total desahogo, llegando en el desprendimiento hasta sus oblicuos pómulos. Cubrió su cara con las palmas en señal de inseguridad, de temor a un estado de desamparo no vistos a la hazaña impuesta por la verdad de un corazón que siente, que está vivo y dispone de buscar la felicidad a pesar de todo; un símbolo de la probidad era para mí empero en su sollozo. Y de manera enternecedora, por él y por mí, fui delicado y quité esas manos de su semblante, contemplando el regalo prometido: su libertad.
—No me ocultes tu llanto —opuse, dándole cariños a su rostro, al canal de las lágrimas que hasta entonces no habían terminado de filtrar—, es muy hermoso de ver. No hay nada más puro que una luz calurosa de estrella, esa sombra que entrega un árbol frondoso en medio de la nada, o el aire mismo que respiramos día y noche, también de esa agua que bebemos cuando aclamamos hidratar, de ese fuego que prende en las chimeneas de nuestros hogares cuando sentimos frío en la soledad, o como el dulce aliento que desprendes cuando suspiras al verme. Desprovisto no estaremos en este universo tan desamparado; aquí, delante de ti tienes mi mano, mi corazón y mi alma a tu destino. No habrá tambaleo que nos dé tropiezos, podemos sufragar lo que sea, te lo prometo, amado mío, si confiamos en nuestras voluntades. El amor nos ha conducido a este fin perseguido, nos ha hecho sentir completos en la inperfección de nuestras carreras, nos ha dado una nueva vida, hasta manifestalo en su total plenitud. No estamos solos, Ralsei; lo nuestro es demasiado precioso, demasiado divino, que no puede ser prohibido.
En búsqueda de mejores concilios, no detuve por medios objetivos de armarle ése reino perfecto donde caminan los príncipes del sol y la luna, de hacerle ver desde los simientos compuestos de la extensión del monólogo sentimental, a flor de piel, lo valioso de tenernos. No podía detener, sintiéndo al amor con tanto poder recorriendo mi sangre, alimentando a mi carne, nutriendo a mi conserva, con cada que le veía tan de cerca. Y no descansaba, no le daba espacio a la duda, ni separaba de su cercanía con tal que dejase el dolor por un nuevo comienzo, una mejor existencia juntos.
Sostenía en parte inmediata la comprensión del cariño inherente reflejado en los años invertidos entre Ralsei y Frisk, entendiendo en la conciencia que sólo el paso de un indeterminado tiempo reparará lo mejor posible el dolor en la falsa creencia de que se ha defraudado al mejor de los amigos; con mayor ímpetu, le recordaba que no puede existir hiel amargo y rencoroso del cual tragar, cuando el cariño en la amistad hace y seguirá en ellos sin terminar.
Pero, lo que en oraciones llenas de pasión dedicada que piden ser escuchadas y consentidas no con oído, el rostro del ángel no animó, y en sus pupilas dilatadas, cansadas en un oscuro y deprimente rosa, escocidas por toda esa sal líquida, no dio resplandor que rizara algo del amor como esa fe que yo sí prometía con tanta energía.
Esperaba en ruego al verle destrozado cada vez más, con ansia casi dolorosa, de una interrupción consensuada, de un borrón en su llanto y que asomase una sonrisa solar, un delgado y finísimo pero poderoso rayito que apartase los densos chubascos que impedían ver más allá de la bóveda celeste y parasen en la frente como un dulce beso de ilusión. No paraba de repetirle que todo estaría bien, que podría mejorar si nos manteníamos aferrados al hilo rojo que por años ha sido estirado por las catástrofes, nunca jamás sin embargo cortado a la convicción del verdadero amor, sintiéndo en cada segundo de espera, en cada súplica vocalizada, que me desplumaba en medio del entorno al cual me exponía.—Templeton... —expelió finalmente el caprino en un suspiro irregularmente cortado por el llanto continuado—, no hay impulso más bello que el tuyo, pero yo, yo...
—¡Por favor, no dudes de mí! ¡Imploro que escuches y favorezcas a tu corazón y al mío! ¡Mírame a los ojos, tú no quieres más tristeza, ni yo tampoco; todo lo que queremos es un amor que no nos recuerde el dolor. Ya no hay consecuencias. Que me has permitido conocerte, todo ha cambiado en mejor calidad, y sé que juntos podremos superar lo que venga. Sólo quiero que seamos felices...
—¡No! —determinó el triste animal, llorando en un acabado desconsuelo que no podré nunca olvidar—. ¡No puedo, no puedo corresponderte, Templeton! ¡Le debo toda retribución a Frisk; tengo que estar ahí con él! No se merece que le pague de este modo. Ten piedad de mí, perdóname, perdóname mil veces cuán seguros fueron tus amores hacia esta tonta criatura que te escribió, cuán dispuesto estabas de hacer de nuestro mundo uno mejor, pero debo permanecer en tu corazón, no en tu vida.
Y sorbiendo la dura tristeza asimilada, tomando un respiro del aire que se hizo más pesado de inhalar, contrajo a mi pequeño músculo cardíaco con una desapegada y fulminante palabra hasta destrozarlo como a un cristal: <<ya no puedo verte, ni escribirte más>>.
Impetrar ya no era un acto válido ni suficiente, ni yo tampoco seguía siéndolo como amante postulante cuando repercutó el eco abominable del desecho en la pobre mente. Demudado quedé, atravesado casi como por un disparo de trabuco en el pecho puesto a quemaropa, resistiendo ese dolor hasta con lágrimas incontenidas frente a su indiferencia. No pude insistir ante el ataque de la desesperación que me sobrellevaba, el que me diera alguna contestación categórica pese a mi demencia transitoria. Me acerqué a él, ante su deciso decreto desde el frente, cegado de toda imposible y maldita realidad ya acabado como ser humano bajo un concepto, y una búsqueda de justicia en el amor...
Ambos llorábamos sin pudor, sin esconderlo. No quiso verme otra a la cara, apartándo sólo sin esquive del cuerpo su perfil en una toma de evidente decisión involuntaria. Quedó abrazado entre los codos y palmas propios remarcando un efecto de desgano, en desconsuelo y otra tanto de desprecio que no eran suyos, no del todo convincente. Pronto, ambas de mis manos llegaron suaves a su rostro esquivo, y con cariños dactilares, respetuosos en movimientos por poco autómatas toqué la facción del afelpado, casi perlado a tanta humedad para que persuadiera físicamente lo que yo personalmente no pude en la locución; no objetó ni temió ante la osadía de haberle puesto mano, siendo aquello la única muestra de que él en realidad sí me amó.
En misma justicia por los sueños que fueron robados en esta dura realidad, mi instinto siguió tomando de las riendas en esta historia, porque besé lenta y cariñosamente su algodonosa mejilla, con sus más dulces y tiernas lágrimas incluidas mientras Ralsei seguía sin oponerse a esa fuerza latiente y poderosa del universo, sin abrir sus párpados para consensuarlo absoluto, pero entregándose muy poco a poco a los cariños de mi afecto por siempre reales.
Bebí de las aguas de su dolencia casi desde el mismo punto de brote con cada corto y lento beso que le di, convertido en alusión a esa fontana de blanco cabello que raleaba en los más lacios hilos ondulantes mientras por última vez el entorno nos dejó en medio de un blanco paraíso que parecía ser para siempre un lugar feliz. Tanta fue esa sed de amor, mi presión y la pena del inolvidable recuerdo de sus palabras, que la tónica de una cura a esa desesperación me llevó a descender la piel de mis labios, lento por el desmoronamiento de mis facultades, por el canal de su negro fluido incansable. Toda confianza propia me fue impregnada de esa negra tinta cosmética; y bien abiertos mis globos, el prometido Idilio no despegó siquiera párpados para ver de mis actos cobrados, conservando en tormentoso silencio un minúsculo rubor. Su displicencia hurgó maltratante en la nueva herida que desde tan triste momento no cerró jamás en mi pecho, y moría, de pie, sin sentir de su cálida respiración, de sus atenciones y del pasado por siempre bendito cuando nos robabamos el suspiro con una tierna mirada; en locura comenzé a caer, con las manos manchadas de tan glorioso sombreado de rímel, y ya nada más importaba: acerqué su huraña y tersa mandíbula a la mía, y conecté mi boca con su comisura labial en otro pequeño toque, al filo de un suntuoso sabor electrificante de cuerpo y alma, en aserción sentí quedar toda corriente de creencia interior. En todo, del amortiguado llanto que expuso sin un alto Ralsei, con su contorno desprotegido, pero siendo ecléctico todo lo posible, siguió por siempre siendo inmaculado en sempiterna belleza masculina, aun si cuando lo deseé con vida entera no me miró; y en tal trance en el que nos encontrábamos, con el segundo y tercer menudo ósculo que no me fue recusado en tardío momento, no pude soportar la callada respuesta que me entregaba.
Esos labios fueron antes indómitos para mí, el néctar más delicioso que no concedería a su conseción; y sin embargo, yo ya los probaba, por vez primera, en el desenfoque de todo antojo coronado. ¡Oh vehemente fantasía de fuegos que encendieron el espíritu con la chispa de la mística antigua! En cosa de segundos, por un mísero momento, el punto de todo lo precioso fue donde convergieron nuestros apasionados labios, conociéndose por vez primera y por lamentable de esto, la última...
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Sueños de Papel
RomansaLa tragedia de un humano sumergido en los confines más idílicos de la pasión y el encanto desenfrenado del amor por una dulce criatura caprina, llevado de la mano por la literatura confesional de sus días más oscuros hasta el suicidio, han compuesto...