Con algunos minutos de trabajo quedé recto, sin peligros aparentes. Solicité por ende algo de independencia ahí, para verificar si me hallaba en buena condicíon. Sin soporte logré permanecer indemne el tiempo suficiente, hasta alzar los brazos sin que la loza y yo conectásemos tan atrevidos, tan cercanos, de bruces en la superficie hasta el arrebato de algún incisivo dental o una naríz rota, por lo que, mi maestro se acercó para estribar y tutelar en el siguiente requisito:
—¡Muy bien, querido Berkshire, muy bien! —aplaudía el habilidoso caprino delicadamente sin despegar el eje de sus palmas—. ¡Es un gran comienzo! Ahora, con los talones juntos y las puntas de los pies hacia afuera, empieza a caminar junto conmigo hacia adelante, primero el pie derecho, luego el izquierdo, luego el derecho y así sucesivamente, como lo haría un pato.
Nuevamente sus dedos enlazaron con los míos tan cálidos y amables en el tutorial. Mi mente permanecía no obstante en enfoque total de sus instrucciones y nada más, perdiendo sin percatarlo de los temores y de las dudas poco antes imaginadas, con las percusiones del pecho desaparecidas, y ahogando las cosquillas del vientre por la mantención de una precaución mínima frente a un accidente. Resultaba en el caso, ser cada vez más simple y divertido de ejecutar con una ayuda intensiva y previsional, que alargué de esos pasos presumiendo avances, empujando poco y cada vez más fuerte las ruedas sobre el asfalto.
—¡Es excelente, Templeton, lo estás consiguiendo!
Pero seguía siendo un inexperto, del que en su exitación perdió el equilibrio, por no saber detener la velocidad del cuerpo. Una mente que se nubla ante un accidente del que no se está preparado, segundos antes que vuelan en la captación donde desaparece el raciocinio, lo cognoscible de la lógica implementada; las soluciones que va otorgando a preguntas cuya matriz se hunde en lo ignoto, o la respuesta que se pueda ir logrando, no siempre se ajustan a una realidad de la que se pueda interpretar, sino una visión tímida, inexperta, virgen, que el hombre va forjándose sobre la realidad, sobre el mundo... Cito así, que en lo breve de lo que pudo ser un post accidente, Ralsei no lo permitió: su mano derecha se halló enseguida en agarre de la prenda remangada de mi codo, atrayéndome al eje de su punto cercano para no dejarme resbalar, efectuando en consecuencias reinantes de un sueño mágico, de una atracción corporal donde instintivos reflejos de la inercia actuaron por sobre nosotros, con un giro vis à vis, buscando de nuestros brazos enlazados para no perder distancia, para no separarnos, para conectarnos de hecho más en la desnudez de nuestras ingenuidades en una cascada de reacciones emocionales electrificantes que en cada giro de tonel que nuestros cuerpos dieron, la sintonía implicada de las atenciones, las emociones que elevaron a flote sin identificadores fijos, las afinidades que nos hacían comprender un mismo idioma dentro de una misma mente en común, e incontables muestras de reciprocidad, expedían fuertes, más inagotables que nunca, lejos del miedo, más allá de la vanalidad del daño humano y de caer, por esos ojos rosados que asombrosamente perdidos y muy abiertos, hermosos, apolíneos y atrayentes como nunca antes lo pudieron haber sido junto a su flor, miraron fijamente a los míos mientras nuestro entorno deshizo en cada vuelta su imponente relevancia. El lenguaje de esos ojos femeniles se entregó completo a mí en solo cosa de segundos incontados con un poderío que arrebató mis palabras y el alma de su conserva interna. Su perfume avainillado, fue la transportación a reinos codiciados por la mente que se permite soñar despierta; su cuerpo esvelto, sano, recio y elegante incorporó a las delicadeces de mi corazón el mayor de los abrigos que cualquier prenda no puede compensar en los vendavales del hombre que camina sin amor. Y en solo cosa de parpadeos me sentí tan extraño como bien, sin exhalar palabra alguna, sin tenerla ni querer decirla. Él sin apartarse, tampoco las tuvo frente a mí, más solo los tintes de un carmín ardiente, lleno de fogosidad sobre esas mejillas dulces lo eran todo; más su mano terminó en mi cintura y la mía en la de él cuando todo dejó de darnos vueltas y llegó la estabilidad, el sonido blanco de los públicos patinantes y un perdón atrevido se le escapó de esos delgados y tersos labios de caprino.
¡Intactos y en una sola pieza estábamos! No olvidé en el suspiro, apartando los temblores que en el pecho aclamaban a una concepción hasta ahí no expedita, el darle las gracias por prolongar mi seguridad y la valía de su protectora palabra cuando la torpeza me habría conseguido muy seguramente de un cabestrillo en el brazo roto. Abrí mis extremos, esperando una respuesta de su parte. Al notarlo, reaccionó y me abrazó más suave, aún colorado, aún con esa misma mirada que aplicaba contactos voltaicos al pecho del latente. Y no obstante, ese perfume avainillado, en íntimo secreto, me fue doblemente intenso de sentir...—Aún nos queda el último paso, y el más importante de todos, dulce amigo: eso es deslizarnos.
Con algo de mis prácticas evaluadas, Ralsei volvía a ser a mi lado el mismo buen instructor atento a esos detalles a pulir, el alentador de los intentos, el del sentimiento tierno, el entusiástico y elevado para explicar en las efusiones de la práctica. Y con la aplicación de tales ejercicios, pronto pausé mis sentidos anteriores del frustrado accidente, incorporando en mente la prioridad de rendir y dar mejores resultados. Con ello, cumplidos ganaba a mi favor de su parte en la tutela.
—¡Excelente! No debes olvidar —repetía Ralsei con su mano derecha apresada debidamente en mi izquierda—, que para alargar cada paso que tomemos dejemos que rueden los ejes durante un momento. ¡Exacto, así mismo, Templeton querido! Empuja con un pie y deslízate con el otro hasta que se acabe el impulso, luego, hay que repetir de nuevo pero con el otro pie, y mientras te deslizas en la superficie, mantén la pierna con la que te diste velocidad en mínima elevación sin tocar el suelo para que no nos impida deslizar. ¡Correcto, esa es la fórmula! ¡Eres todo un alumno aplicado! Sí, voltea a la derecha y a la izquierda mientras te deslizas. ¡Perfecto! Cuando voltees a la derecha no olvides inclinar el cuerpo un poquito hacia la derecha. Cuando voltees a la izquierda, repite el acto e inclina también con cuidado tu cuerpo otro poquito hacia la izquierda, y recuerda siempre estar en posición de semi cuclillas.
Y soltó de mi mano con un <<estás listo, querido mío>> pero no alejó para darme el albedrío. Mantuvo en paralelo con mi distancia. Con su voz, guiaba igual y excelente bien mis direcciones, y eso nos dio rienda suelta a explorar de nuestros alrededores, así, nos introducimos en la colorida pantalla animada, colmada de personajes con orejas y aspectos de toda talla, vimos del trajín a otros citadinos disfrutar sobre ruedas de los pequeños placeres interactivos de nuestra vida urbana, notamos en quietud frente al paso progresado a los cuatro alumnos de Ralsei y a sus padres en una congregación que nos llenó en un oleaje de saludos a la distancia; nos abrimos sin detener por los nivelados terrenos, donde cada soplo de Helios nos tomaba por los hombros y nos empujaba juntos a él y a mí, llenos de risa, llenos de emoción, así, alrededor de nuestras pistas con la prolijidad de cada entorno parquizado, no pudo ser ignorado cuando, sin tener la necesidad obligatoria de hacerlo otra vez, ese caprino me dio su mano por tanta felicidad. Y yo se la acepté, negando a soltársela en largo tiempo como su amigo que era.
Intangible en los prospectos de esta anímica sensación, yo sonreí, y lo hice como un niño remontando a un presente ya pasado, que llenaba de satisfacciones la necesidad del ser alguien; una cosa menor, tan básica: esa risita que proporciona un paseo, el cariño que lo ha de brindar el afecto, la lágrima que brota de un espíritu sentimental, la media luna que acuna en el rostro por una actividad nunca antes realizada... La vida heremita y el pasado habían hecho de sus males un acto cometido. Ralsei no obstante, jamás equivocó antes de concederme su paciencia en esa divertida acción: para demostrar que todo es posible, las edades ni el tiempo serán una limitancia, porque para hacer de los sueños realidad, sólo bastará con querer realizarlos.
Ese lugar, tan cerca como lejos de la realidad misma, nos sonrió en reflejo y nos dio su mejor cara, junto al beneplácito de ser niños otra vez, apartando los prejuicios y los detractores que han de quejarse de los malos días como lo hice alguna vez en el pasado.
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Sueños de Papel
RomanceLa tragedia de un humano sumergido en los confines más idílicos de la pasión y el encanto desenfrenado del amor por una dulce criatura caprina, llevado de la mano por la literatura confesional de sus días más oscuros hasta el suicidio, han compuesto...