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—Reagrúpense todos con sus padres, ¿está bien? Obedézcanles y no retiren sus implementos de seguridad si deciden seguir deslizándose sobre ruedas, cómanse toda la comida, cepillen sus dientes después de cada alimento y no olviden repasar cualquier apunte propenso a olvidar. —Acariciando el cabello de su obsequiador, determinó—: Oliver dirigirá al grupo; no se separen, y por sobretodo, disfruten mucho de sus vacaciones, mis queridos niños. Ya ansío verlos pronto en las aulas.

Consolados con esa reflexión, obedientes con un <<¡Sí, maestro Ralsei!>> fueron liderados por el más joven de ese animoso gremio a paso lento.
Volvíamos a ser solo nosotros dos, acabadas toda esa supervisión.

La educación es, visto en un nivel profesional, una juventud intelectual de alto nivel dirigida por los maestros, una experiencia sobre una materia conocida, cognoscible o una nivelación por principios para hacer crecer al nuevo ser por mejor senda. Cualquiera que este sea el tema conforme a los hábitos y a los usos reinantes en ambos casos, es algo indigno del pensador que indignaría si ello no ha de ser suficiente prueba para ser pensado; que Ralsei les ha enseñado mucho, ello ha sido materia bien aprendida y más que demostrada, cualidades de un padre no otorgado, de un amigo no correspondido, y de educador encargado, todo eso y más requería ser un profesor; y esos alumnos fueron en regla moral el resultado de un esfuerzo sobresaliente. Será obra de los seres, sin embargo, aprender también tanto como de los pedagogos, en especial a ése quien uno de los más honrados pensadores ha entregado toda esta razón de escribir en una noche. Una voluntad multilateral.
Y, cuando después de mucho tiempo hemos sido educados en las opiniones de un mundo disconforme y lleno de malas expectativas, cuando la convicción es el fósil del que se presume como premio por sobre la pesca fresca de verdades como peces vivos, un día acabamos por descubrirnos a nosotros mismos en la ignorancia absoluta, y entonces empieza el aprendizaje del pensador cuando se le conceden esas bellas e irrepetibles oportunidades de ver, que cambian y refuerzan al trémulo espíritu.
Esto me cosquilleó tierno por dentro, igual a cuando le acaricié el rostro a Ralsei al verle descansar sobre el muslo... En el vientre electrizaba algo, el mismo en el que alguna vez hubo dolor y discapacidad. Y revivió remarcante en mí, esa época en la que estaba tan solitario. A veces sentí cansancio, no hubieron ni por asomo propósitos de seguir las huellas indelebles por la arenas de un árido desierto, ni por los barros de un burgo cubierto de desdén, y los recuerdos siguieron pasando para bien y para mal, pero... al ver a Ralsei, que tomó de mi extremidad tan dispuesto para seguir nuestra cita cuando esos cachorros se fueron, con la radiante flor bajo su oreja como premio triunfante, sentí llegar como en la primera vez que nos conocimos, siempre en mí, sin ser ahí más de espectador, vida nueva, inspiración y conciencia restaurada del bálsamo de todas las asperezas. Me trajo de regreso a un presente que se armó con nuestros aportes, como si me hubiera mudado de piel y me diera nuevo aspecto, una humildad más perceptible, con un gusto más sutil por la alegría, y un paladar más fino para las cosas buenas, con una inteligencia más ventilada, con una segunda inocencia, en el placer de vivir.
Que fuerte tamborielaba mi corazón con cada paso, germinaba en él un sin fin de florales percepciones no ordinarias, valor y confianza me daban, como el tambor que en sus percusiones, da de igual modo bravura y coraje al recluta que pisa el frío campo de desdichas y bajas. Y nuestros pensamientos se volvieron pronto en uno solo, cuando le adulé sin ocultar, lo grandioso que a mis opiniones Ralsei me era como ser existente, y lo afortunado que eso resumía al ser ese vocativo al que tanto jóvenes como adultos, chicas y chicos han de llamar afectuosamente para aprender sobre las esenciales destrezas de vida, de la integridad, sin olvidar en obvio las realidades compuestas de las asignaturas aplicables del polifacético acto dispuesto.
Esa mirada floral, la de Ralsei, pronto deslizó contagiosa por la raíz de mis pensamientos como los felices ya lo hicieron sobre las engomadas ruedas de sus patines en el liso pavimento de hormigón, encendiendo su foco interior en obra del momento y del lugar correcto. Fue él el más animado de los dos ejerciendo atracción en mi antebrazo, y no me tomó tanto trabajo llegar a su conclusión estimada de esos profundos ojos de colores que rogaron ser atendidos:

—Ralsei, no lo digas ...¡no, no y recontra no!... No me pidas eso. Yo... no sé como patinar —desembuché, apenado—. No es recomendable aprender con un daño irreparable como lo son las contusiones. Mi soledad ha sorteado demasiadas insignificancias exteriores; ésta es una de ellas. ¡Seré un hazmerreír si decido aprender ahora! No cuento siquiera con la destreza básica de tus alumnos...

—¡Qué puede ser una caída, sino el comienzo de algo nuevo y divertido de aprender! ¡Escúchame, no sucedera claramente ningún daño físico ni moral, honesto mío, si estás conmigo! Podemos ponernos los patines juntos, para demostrarte que todo es posible, que ni las edades ni el tiempo son una limitancia, porque para hacer de los sueños realidad, sólo basta con querer realizarlos.

Esas iris rosadas clamaron intensas en el rumor de sus encantadores parpadeos cada vez con un: <<por favor, porfis, confía en mí, Templeton>>. Eclipsantes, convincentes, casi surreales en su premonición me intentaron hacer cambiar de opinión, del cual a voluntades del más común de los sentidos, todo ser corriente las comprende y conserva su precavida distancia a lo que no sabe realizar. A pesar de ello, el caso mío no se protestó lo suficiente, ni se abolió como en el comienzo, convenciéndome a mí mismo que la falta de experiencia era la causante futilidad; no dispuesto sin embargo en arruinar nada, siendo subjetivo, por esas canicas de cristal hermosas, la bella quintaesencia para un amargo que ablanda su músculo cardíaco, apacentaba no sólo a opinión para un cambio, sino al alma, que auténticas, fueron mis hoyuelos entregados a su merced.
En el interín, cerca de las quince y treinta ya se hubo adquirido en alquiler de dos pares de Rollers quads, y de paso se nos permitió confiar algunas de nuestras pertenencias (incluido el libro que se me obsequió), al resguardo de ese buen inmóvil dirigente en su negocio. Asi, ajustados y listos, de la más blanda mano de cojinetes rosados se me introdujo metódico, paso a paso, dentro de una concurrida pista de patinadores, con los coetáneos del parque central. Me fue difícil en el comienzo mantener un prospecto positivo cuando carecía del dominio y control de esa libertad que muchos otros seres antropoanimales presumían en su naturalidad espectativa; otros más realistas que contaron con mi misma desdicha, los vi incluso antes caer a tierra, les vi pelarse los codos, hasta blasfemar por el dolor de esas contusiones benignas y la vergüenza pasajera de ser carne de burlas inmaduras; y continuaban sin mayor drama, estaban entre amigos, entre familiares, amores inclusive que en citas recurren a esa inyección adrenalínica más accesible para sentir del viento y sus velocidades alcanzadas.

 Me fue difícil en el comienzo mantener un prospecto positivo cuando carecía del dominio y control de esa libertad que muchos otros seres antropoanimales presumían en su naturalidad espectativa; otros más realistas que contaron con mi misma desdic...

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Ralsei mientras tanto nunca soltó mi mano en la experiencia, no perdía el ápice de esa paciencia instructiva ni cansaba de mis torpezas involuntarias. Con eso, habló:

—Es difícil pararse perfectamente a comienzos cuando se está con patines —confortó el docente con la verdad—, es por eso que no te soltaré hasta que te sientas seguro de dominar esta postura, ¿de acuerdo?

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