Capítulo XXII: I wanna be yours (Arctic Monkeys)

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Tan profunda como el Océano Pacífico.
Solo quiero ser tuyo.

Estaba demasiado nerviosa esa mañana. No podía dejar de pensar en el proyecto de colección que me esperaba en casa, que esperaba a Gabi para que la llevara. Daba vueltas por el pasillo de la clínica donde Marcos daba la rehabilitación, suspiraba y me mordía las uñas. Me hacía una coleta y me la quitaba para volver a hacérmela. No veía la hora de salir, de que Gabi recogiera las prendas y de que me dijera algo. Algo bueno, claro.

− Mar. −me llamó Marcos desde el final del pasillo. − ¿Estás bien? −preguntó.

− Sí. −asentí.

Pedro venía acompañando a Marcos detrás de la silla, conduciéndolo hasta mí. Me acerqué a ellos.

− Hola. −me saludó él. −No hay porqué estar nerviosa, Mar. −me sonrió. −Marcos está poniendo mucho de su parte y pronto...

− No estoy nerviosa por eso. −le interrumpí cogiéndole las manilas de la silla. −Gracias.

− Sabes que si hay algún problema... −empezó a decir.

− Anda, Pedro, guárdate el consejito. −le interrumpió Marcos. −Nosotros nos vamos.

Nos despedimos de él, un poco incómodos por la situación. Llegamos a casa en silencio, pero para nada incómodo, sino cansado. Marcos se quejaba de que le dolían los brazos debido a apoyarse en ellos para recuperar fuerzas en las piernas. Me había invitado a ver la rehabilitación de cerca, pero yo había preferido quedarme fuera por si le distraía.

Tampoco es que hubiera podido entrar y ver cómo hacía tanto esfuerzo que se le saltaban las lágrimas.

− ¿Ya está aquí el imbécil este? −masculló al ver a Gabi apoyado en la puerta de casa.

− Sí. −le contesté, aunque era obvio.

− ¡Buenas! −exclamó alegre Gabi. − ¿Te ayudo? −le preguntó a Marcos.

No rechistó, supongo que estaba demasiado cansado para hacer esas piruetas que hacía para subir los escalones él solo. Gabi lo subió mientras yo abría la puerta principal. Les dejé pasar. Marcos fue hacia la nevera a coger un poco de agua, dándonos la espalda, Gabi aprovechó para darme un par de besos cerca de la comisura de los labios.

− Las prendas están en el burro. −señalé el perchero. −Están por separados y tienen una etiqueta por fuera para diferenciarlas. Las faldas están juntas en la misma funda. −dejé el bolso encima de la encimera.

− Vale. −cogió las perchas. −Cámbiate. −me miró de arriba abajo. −Vamos los dos. −salió de casa.

− ¿Qué? −pregunté incrédula.

Miré a Marcos, quien se encogió de hombro y cerró el frigorífico, dejando la botella fuera de él.

− Hazle caso, anda. −murmuró.

− ¿Qué sabes? −pregunté cruzándome de brazos.

− Confía en mí. −susurró.

Lo hice. Me cambié los vaqueros cortos y la camisa por un vestido, me recogí el pelo en un moño deshecho y me miré al espejo. Reconocí el silbido por parte de Gabi, siempre hacía eso cuando le gustaba como me vestía. Sonreí sin querer, la borré de seguida cuando me di cuenta de que lo había hecho por inercia.

− Me encanta ese vestido. −la silueta de Gabi apareció detrás del espejo, mirándome. −Lo sabes. −me abrazó por la espalda.

− Sí. −me aparté, incómoda. − ¿Qué es lo que vamos a hacer? −pregunté yendo hacia el zapatero.

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