Capítulo X: Aunque no sea conmigo (Aitana, Evaluna).

4 0 0
                                    

Quiero que sientas
lo que siento yo contigo,
aunque no sea conmigo.

− ¿Estás segura? −me preguntó Marcos desde el baño.

− Sí. −confirmé suspirando, delante del ordenador. −Es solo mandar un mail.

− Es dejar el trabajo, Mar. −me corrigió.

Escuché las ruedas arrastrarse por el suelo y supe que se acercaba, aun sin verlo. Estaba sentada en la silla del escritorio, delante del ordenador, leyendo una y otra vez el correo que le había escrito a Saúl, debatiendo entre mandárselo o no, tenía que avisar con quince días de antelación, pero tanto él como yo sabíamos que despedirme no iba a suponerle ningún drama.

De hecho, ya me había advertido un par de veces que las cuentas no le salían, que tener dos camareras y un cocinero le salía bastante caro. Y sabía que recortarme el sueldo por el recorte de las horas no iba a ser el punto final. Sabía que iba a terminar despidiéndome tarde o temprano.

Nunca me habían despedido de ningún sitio, tampoco es que hubiera estado trabajando en otro lugar que no hubiera sido el bar, pero supongo que era mejor "dimitir" a que te echaran.

− Lo sé. −volví a suspirar. −Es un trabajo en un bar del que me iban a echar, ¿no? −le miré.

Quise buscar en sus ojos el pensamiento que tenía en mi cabeza, como si por pensar lo mismo lo fuera hacer más rápido.

Levantó las cejas en una especie de mueca de aprobación y se puso a mi lado con un tirón en las ruedas para adelantarse lo máximo en un impulso. Supongo que esa era su forma de hacerme saber que pensaba que no estaba preparada para hacerlo sola. Y no se equivocaba.

− Es solo darle a un botón. −miré la pantalla de nuevo.

Darle a un botón y sería una nueva etapa de mi vida. Una en la que seríamos Marcos y yo contra la rehabilitación, contra las sesiones del psicólogo, contra el accidente. Marcos y yo de la actualidad contra los Marcos y Mar adolescentes. En eso se iba a convertir mi vida, por lo menos ocho meses.

− No creo que pueda hacerlo. −me levanté de la silla, corriendo. −No puedo dejar el trabajo con el que pago la casa. Un trabajo que me da dinero para vivir. −me llevé las manos a la cabeza. −Dios mío, cómo he podido siquiera replanteármelo más de una vez. −me senté en uno de los taburetes.

− Ya está. −oí como Marcos tecleaba en el ordenador. −Enviado.

− ¿Qué has hecho? −me levanté como una bala hasta la mesa. − ¿Lo has enviado?

− He hecho lo que te ha dado miedo hacer. −hizo una pirueta con la silla, sonriéndome. −Como siempre.

Sabía a lo que se refería. A mí me daba miedo absolutamente todo y a Marcos nada. Era siempre él el que me incitaba, o más bien me obligaba, a hacer cosas nuevas, cosas que si fuera por mí nunca habría hecho, ni se me pasaría por la cabeza hacerlas ahora. Desde montarme en avión hasta bucear, hasta entrar a estudiar la carrera de mis sueños en vez de la opción fácil.

− Dios, Marcos... −me senté en el sofá. −No tendría que haber escrito el correo.

− ¿Por qué te da tanto miedo desprenderte de algo que no te hace bien?

La pregunta de Marcos resonaba en mi cabeza una y otra vez, como si de verdad estuviera buscando una respuesta que ya existía. Pensaba mucho las cosas antes de hacerlas porque me daba miedo que algo saliera mal. De hecho, la única vez que no pensé lo que decía fue cuando me ofrecí a cuidarle.

Volver a MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora