Capítulo XI: Ojos marrones (Lasso).

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Nos vemos bien de la mano
y me gusta el verde en sus ojos,
no los comparo con tus ojos marrones.
Nada es igual sin tus ojos marrones.

− No es malo que quiera darte dinero. −Leire se encogió en el sofá, a mi lado. −De hecho, es de lo más sensato. Me sorprende que no haya sido tú la que se lo propusiera. Conociéndote... −rodó los ojos.

− Sé que es lo más justo. −alcancé el cenicero de la estantería y lo dejé en la mesa. −Pero es que...

− No hay ningún "es que". −me cortó.

Encendí un cigarro bajo la atenta, y fría, mirada de Leire. Había librado hoy y se había pasado por casa después de que no contestase ninguno de sus mensajes. Nunca había venido hasta aquí por ello, o al menos, nunca la había dejado entrar. No sé qué estaba haciendo Marcos en mi vida, pero desde que había vuelto, la Mar de quince años también lo había hecho.

De repente, venían mis padres a mi casa, pasaba tardes con amigas, dejaba el trabajo, y fumaba menos. Y temía que eso se fuera a ir cuando Marcos también lo hiciera. Quería preguntar si su novia se iba a quedar en Alicante por mucho más tiempo, si es que seguía siendo su novia, si se iba a vivir con ella. Aunque lo que de verdad quería preguntarle era si me veía como algo más que una amiga con la que poder jugar.

− Vamos, Mar. Desde que te conozco no te has comida la cabeza por nada. −me dijo Leire.

− Sí lo hacía. −le rebatí. −Pero en silencio.

− Pues eso es malo. −se levantó y abrío el frigorífico. −Está más lleno que el mío. −sonrío y sacó dos cervezas.

Se acercó otra vez al sofá y puso una cerveza encima de la mesa, mientras abrí la otra con sus dientes. La miré confusa, no había visto a nadie que hiciera eso y que no acabase con las muelas rotas, ni con una visita a un dentista de urgencias, pero Leire lo tenía controlado. Abrío ambas botellas y jugó con las chapas con su mano mientras le daba un sorbo a una.

− ¿Sabes? He estado pensado en lo vuestro. −habló concentrada mirando la pared. −Es una historia de amor de cuento. Mejores amigos que se quieren.

− Todos los mejores amigos se quieren, Leire. −dejé el cigarro y cogí la cerveza.

− Yo no tengo un mejor amigo. −me miró.

− Pues menos mal.

Leire soltó una risita recelosa, pero divertida, y volvió a beber un poco más. Esta vez me miró directamente a mí cuando habló.

− Lo que quiero decir es que tu mejor amigo te ha dicho cosas super bonitas... Y te ha hecho otras... −sonrío pícara. −No tan bonitas, pero igual de satisfactorias. −se río y puso su cara más pilla.

− Vale, lo entiendo. −sonreí un poco. −Marcos hacía eso con más chicas, no solo conmigo. −recordé. −Lo que pasó no fue nada.

− Ningún tío hace eso por nada. −me miró seria. −Tía, ni siquiera le tocaste a él. Solo se centró en ti.

− ¿A dónde quieres llegar? −le pregunté sin entender.

Leire suspiró, como si la respuesta fuera la mar de obvia y yo no la viera.

− Que si solo quisiera follar contigo, no te hubiera hecho nada de eso. −aclaró. −Lo sabes de sobra. −bebió otra vez.

− ¿Mañana trabajas? −pregunté bebiendo un gran sorbo.

− Solo por la tarde, ¿por qué? −preguntó curiosa.

No dieron ni las diez de la noche cuando Leire y yo estábamos en una pub en pleno Alicante. Me quise distraer de las preocupaciones de Marcos por unas horas, tanto que se me olvidó hasta el propio Marcos. Me ponía a pensar en qué estarían haciendo ellos dos, Marta y él, y me entraban ganas de beberme tres cubatas de golpe.

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