Capítulo XXVIII: Cuídate (La Oreja de Van Gogh).

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Sin ti ya no podré escuchar
a la buena vida más.
Volver a reírme de aquel final,
en el que el bueno acaba mal.

Mar.

SEMANAS DESPUÉS.

Había cambiado de emisora no sé cuántas veces, y todas las canciones que sonaban me recordaban que había dejado al amor de mi vida en otra ciudad para dedicarme a algo en lo que no sabía si podría llegar a destacar. Marcos había confiado en mí, al igual que Gabi. Tenían que tener razón. O eso quería creerme.

− Joder. −le di un puñetazo a la radio.

− ¿Qué pasa? −preguntó Gabi a mi lado, mirándome por encima de las gafas de sol. − ¿Odias a Aitana? −se río.

− Odio todas las canciones de amor. −le respondí molesta, centrándome en la carretera.

− Pues tengo que decirte que todas las canciones hablan de amor. −se burló de mí y volvió a su móvil.

Era noche cerrada y estábamos de vuelta del taller. Me pasaba todo el día encerrada entre telas y telas, solo hablaba con un chico y una chica que estaban trabajando como mis ayudantes a la hora de realizar los bocetos, pero no teníamos mucha confianza todavía. Aunque dudaba que pudiéramos tener un poco alguna vez, ellos intentaban entablar conversaciones profundas conmigo. Más allá de dónde estaban las telas o cosas así.

Gabi había decidido vivir conmigo en Valencia. No me disgustaba del todo la idea, porque me daba miedo quedarme sola en una ciudad desconocida, así que, como socio, había querido venir también. La marca nos ofrecía un piso en el centro de Valencia bastante grande, dos habitaciones con baño y un salón con terraza enorme. Vivíamos juntos, trabajábamos juntos y salíamos juntos. Todo lo que antes hacía con Marcos, lo hacía con Gabi.

Pero seguía echándolo tanto de menos como el primer día. Me moría de ganas por preguntarle qué tal llevaba la rehabilitación, si estaba siguiendo la dieta o si las gemes le daban mucha guerra cuando se quedaba solo con ellas, pero me contenía. No quería atosigarle y que pensara que no podía vivir sin él. Quería demostrarle que podía ser independiente, como él quería que fuera.

− ¿Mar, dónde estás? −preguntó Gabi con el ceño fruncido, mirando la carretera.

− ¿Qué pregunta es esa? −le pregunté de vuelta. −Si estoy a tu lado, imbécil. −murmuré.

− Has dado la vuelta por aquí dos veces. −me indicó, señalando un bar.

− Joder. −mascullé.

Tenía razón. Había cogido por aquí ya mientras cambiaba por décima vez la emisora de radio. No me había dado ni cuenta.

− ¿Estás bien? −preguntó extrañado. −Valencia no te ha sentado bien.

− ¿Cómo quieres que me sienta bien? −pregunté gritando. −No tengo a mi familia cerca, casi no tengo tiempo de hablar con ellos, no sé nada de las gemes, hace mucho que no hablo con Leire... −enumeré.

− ¿Y Marcos? −preguntó interrumpiéndome.

Me calmé al instante, o más bien, me quedé paralizada al escuchar el nombre, como si con nombrarlo fuera a aparecer aquí como el malo de Harry Potter. Ojalá hubiera aparecido, me hubiera dicho que me calmase, me hubiera acariciado los hombros. Me hubiera echado la bronca más grande por seguir fumando, por no hablarle.

− ¿Qué pasa con él? −pregunté girando en la dirección correcta.

− Pues que no has hablado con él tampoco.

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