Capítulo VII: Un beso y una flor (Nino Bravo).

7 1 0
                                    

Buscaré un hogar para ti
donde el cielo se une con el mar,
lejos de aquí.

− Entonces, ¿no te importa? −preguntó saliendo del baño.

− Claro, vives aquí también. −me puse los zapatos. −Además, yo no voy a estar en toda la mañana, estarás más tranquilo. −le miré.

Marcos asintió.

Había pedido cita con la psicóloga para que viniera por las mañanas a casa mientras yo estaba en el bar, así Marcos podía tener su sesión diaria sin ninguna molestia y con bastante intimidad, encima no iba a aburrirse tanto como estos días atrás.

Hasta ese momento nadie se había quedado en mi casa a dormir, nadie había entrado ni siquiera unos minutos como lo hizo Helena, ni mis padres habían venido a visitarme, pese a que hubieran insistido muchísimo. Todo eso parecía haber cambiado desde que Marcos estaba aquí. Y a mejor.

− Tómate la pastilla. −le recordé.

− Sí, mamá. −bromeó apenado.

No dejé de pensar en Marcos durante toda la mañana, servía cafés y zumos de naranjas como si nada, hablaba con los clientes y con mis compañeros como si mi cabeza estuviera tan presente como mi cuerpo lo estaba, pero no era así.

− Mar, ¿dónde estás hoy? −preguntó Leire cuando volví detrás de la barra.

− ¿Cómo? −reí ante la pregunta. − ¿No me ves? −bromeé un poco.

− Es que te veo como si no supieras donde estás. −me dijo seria.

− Marcos está teniendo su primera sesión de psicólogo hoy. −le informé. −Me tiene un poco preocupada no saber nada de él.

Quería estar con él, aunque no estuviera en casa escuchando lo que decía, podría sentarme en los escalones del porche mientras esperaba. Fruncí el ceño tan rápido que Leire dejó de hablar de sopetón y me miró sorprendida.

− ¿Qué te pasa? −preguntó, un poco asustada.

− Voy a tomarme un descanso y me fumo un cigarro para despejarme. −me deshice del delantal en un movimiento.

Vi por el rabillo del ojos como Leire suspiraba de mal humor y me rodaba los ojos, odiaba que fumase. Odiaba el tabaco y su olor, también a la gente fumadora, pero por alguna razón ese odio que desprendía sobre ellas no lo hacía conmigo, cosa que agradecía enormemente porque era la única persona a la que consideraba amiga de verdad.

− ¿Un descanso? −preguntó Joaquín al verme recorrer la cocina.

− No eres mi jefe. −musité molesta.

− Sí y menos mal. −rodó los ojos.

Saqué el paquete de tabaco, intacto, de mi bolso y salí a la parte de atrás del bar, donde solíamos tirar la basura. Era una especie de patio enano con un contenedor que ocupaba la mitad de él y un par de sillas de maderas que parecían que iban a romperse con solo mirarlas.

No había caído en que desde que Marcos había llegado a mi casa no había fumado ni un solo cigarro. Ni siquiera me había acordado de que fumaba, fue como si realmente hubiera vuelto a ser una adolescente.

No sé cuánto tiempo estuve ahí fuera, pero necesitaba despejarme. Mi madre tenía razón y no pasaba nada si no podía con todo, quizás necesitaba un pequeño descanso laboral, aun sabiendo que con ese sueldo pagaba el alquiler de la casa. No podía dejar de trabajar porque no podía volver a casa de mis padres, ni siquiera podía permitirme otra casa de planta baja mejor situada que esa y al mismo precio.

Volver a MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora