Capítulo XXXIV: La promesa (Melendi).

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Porque cuando un hombre ama a una mujer,
lo sabe desde el momento en la que ve.

−      Marcos, ¿te has quedado dormido? −preguntó Rocío tocándome la cara.

−      Sí. −bostecé abriendo los ojos.

Rocío ya estaba vestida y peinada a la perfección, creo que ese vestido se lo hizo Mar en algún momento porque era el color que más le gustaba. Azul. Era irónico que el color favorito de Mar era el azul, el mío también lo era.

No me dio tiempo a desayunar como me hubiera gustado, me llevé un plátano para el camino mientras esperaba en la puerta de casa, viendo como las gemes posaban para una foto que les sacaba Amor antes de irse. Cuando terminaron de meterse en el coche, los padres de Mar llegaron con mi abuela sentada de copiloto.

Entré en el coche, al lado de Andrea, y la saludé con un par de besos en la mejilla. Supe que el camino iba a ser muy incómodo cuando mi abuela sacó el tema de Mar, aunque no me preguntase directamente a mí, sentía que tenía que responder yo. Y era un poco contradictorio porque estaban sus padres dentro de aquel coche.

−      ¿Y ese chico que trabaja con Mar es su novio? −preguntó curiosa, mirando a Alan.

−      No. −contesté yo antes que él.

−      Es su ex novio. −continuó Andrea a mi lado. −Pero ahora se llevan muy bien.

Mi abuela negó con la cabeza y se acomodó las gafas de sol. Miró al frente, pero volvió a hablar. De nuevo con el mismo tema, pero esta vez mucho más personal.

−      Mejor. −dijo firme. −A ver cuando este chico se deja de tonterías y se declara de una vez.

−      ¿Qué chico? −preguntó Alán, serio.

−      Vaya pregunta, Alan. −le contestó mi abuela. − ¿Qué chico va a ser? Pues mi nieto.

Las miradas de los tres integrantes del coche fueron directas hacia mí. Me retorcí en el asiento, incómodo por tanta atención de golpe. Andrea se aguantó un poco la risa cuando vio la cara de su marido, mirándome tan serio como nunca lo había visto. Mi abuela parecía muy divertida con este tema de conversación, como si lo estuviera esperando.

−      ¿Yo? −me tembló la voz con una sola palabra.

−      Anda, pues claro que tú. −me dijo mi abuela, divertida. −No tengo otro nieto.

−      Mar y yo somos amigos. −aclaré.

−      Sí, a otro con ese cuento, chaval. −habló Alan por primera vez.

No sabía cuánta confianza tenía Mar con sus padres ahora mismo, pero desde luego no tenía tanto cuando éramos adolescentes, porque no recuerdo nunca haber hablado de este tema con ellos, ni con Mar, ni con los tres juntos. Y mucha menos confianza tenía yo con ellos, hasta que se fue a Valencia.

−      Bueno... −titubeé. −No sé.

−      Mar siempre ha estado enamorada de ti. −dijo Andrea, sonriéndome. −Lo que no sé es cómo no te has dado cuenta antes.

−      Supongo que porque yo también estaba enamorado de ella. −susurré, mirando por la ventana.

−      ¡Si es que...! −exclamó mi abuela, que parecía haberme escuchado. −Tan cabezotas que ni siquiera se lo dicen. Estos jóvenes de hoy en día. −volvió a negar con la cabeza. −Que de disgustos os habréis llevado por ser un par de orgullosos.

Y Andrea le dio la razón. Empezó a contar la historia de amor entre ella y su marido, que se reía cada vez que la miraba por el espejo retrovisor. Pero yo seguía pensando en lo que dijo mi abuela. Y yo también le di la razón mentalmente. Si no hubiéramos sido tan orgullosos, tan cabezotas, tan tercos como fuimos, ahora estaríamos juntos.

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