Capítulo XXIV: Mi nena, remix (Maikel de la calle y Quevedo).

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Quítate la ropa mientras yo te canto
y llegamos al placer.
¿Qué quieres hacer?
Sabes que soy todo tuyo.

Cuando me desperté no estaba Marcos a mi lado, todavía era de noche así que miré la hora en mi móvil. Apenas eran las siete de la mañana, la alarma no me había sonado todavía, pero sabía que sonaría en unos minutos, la desconecté antes de que timbrara y me levanté de la cama.

La luz del baño estaba encendida, pero la cortina echada. Cosa que nunca hacíamos, ni cuando nos duchábamos, por eso me sorprendió cuando la vi echada. Me levanté y entré sigilosa al baño. Marcos estaba mirándose al espejo desde lejos, dejé mi peso en una pierna y me apoyé en el marco de la puerta, mirándole.

− ¿Qué haces ahí? −pregunté con una sonrisa.

Marcos se asustó y apoyó la espalda en la silla de ruedas, aunque fue para parecer relajada, lo hice ver más incómodo. Y no me gustó que se sintiera así conmigo, cuando para mí era todo lo contrario.

− ¿Estás bien? −pregunté acercándome a él.

− Sí. −mintió.

Me agaché a su altura y dejé mis manos apoyadas en sus muslos desnudos, le miré a los ojos, sonriente. Y, aunque estaba sonriéndole, tenía miedo de que lo pudiera decirme. De la verdad. Es lo que más miedo me daba.

− A ver, cuéntame. −apoyé las rodillas en el suelo. − ¿Quieres que te haga una tila o algo? −pregunté.

− No, no. −negó con la cabeza. −Joder, Mar. −suspiró pesadamente. − ¿Tú me ves bien? −preguntó mirándose a sí mismo.

Reí nerviosa ante la pregunta.

− Claro. −respondí sincera.

− No. −me dijo serio. −Necesito que me digas que ves cuando me miras. −tragó saliva duramente. −Y sé sincera. −me pidió.

− Marcos... Veo a un chico fuerte, valiente...

− Para. −me interrumpió. −Dime si estoy bueno o no.

− ¿Qué? −me reí de la pregunta o de la seriedad.

− Mar, joder. −evitó mi mirada. −Estoy hablando en serio, ¿vale? Me miro al espejo y solo veo cicatrices. −se le rompió la voz.

Le abracé sin dudarlo y dejé un beso en su hombro desnudo. Se le notaba tenso todavía, no se destensó ni con mi beso ni con mi toque, pero al menos me abrazó, no como la otra vez. Me incorporé un poco y me senté encima de sus piernas, para estar más cómoda, aunque tenía que hacer un esfuerzo con las piernas para no caerme.

− Te miro y veo a un chico guapísimo, que está buenísimo, y que encima es buena persona. −le miré a los ojos, cara a cara. −Te lo prometo. −le aseguré. −Las cicatrices son efímeras.

− Te equivocas. −dejó sus manos en mi espalda baja. −Las cicatrices nunca se van.

Dejó su cabeza en el hueco de mi cuello, abrazándome con fuerza.

Marcos tenía razón. Las cicatrices nunca se iban a ir, al menos las que no eran físicas. Cuando pensé en ellas, lo entendí. Entendí que Marcos llevaba toda la razón del mundo y que no podía decirle nada para tomar la postura opuesta a la suya, porque la compartía. De hecho, no sabía qué más decirle.

Pasé mis manos por sus hombros, que seguían tensos. Los acaricié a la vez, mientras dejaba algún beso por su cuello, inocente. Marcos pareció no tomarse de la misma manera mis caricias ni mis besos, porque bajó sus manos de mi espalda a mi culo, lo apretó por dentro de la camiseta que utilizaba de pijama.

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