Capítulo VI: Estamos a un beso (Charlie USG).

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Con un minuto te robaste mi atención.
Con dos cervezas casi te confieso.
Yo no pillaba tu intención,
y fueron un, dos, tres años para un simple beso.

Le conté a Leire todo lo que había pasado con Marcos la noche anterior. Ella se había convertido en algo así como mi mejor amiga, aunque no tenía muchas y eso lo hacía más fácil. Me transmitía la suficiente confianza como para contarle las cosas que me pasaban y entre ellas estaba lo de Marcos. Todo lo relacionado con él.

− Ya sabemos por qué cambió de opinión cuando os dije que sería vuestro taxi. −me dijo parando en un semáforo en rojo. −Pero es lo más normal del mundo después de un accidente de ese calibre, Mar. −me miró a los ojos.

− Ya lo sé. A todos nos da miedo algo por algún accidente, pero montarse en coche es algo necesario... −suspiré, evitando su mirada. −Y más en una ciudad grande. −miré por la ventanilla todos los coches.

Me preguntaba si la psicóloga de verdad le ayudaría y cómo, porque quería que Marcos se montara en un coche en menos de diez días, para ir a la boda de Helena. Había sido muy amable ofreciéndose en ir conmigo de acompañante, aunque a mi amiga no le hubiera hecho gracia, pero sé que supondría un esfuerzo grande.

− Encima quiere ir a un centro comercial o algo... −le comenté a Leire.

− Por lo menos tenéis uno cerca de casa. −contestó ella.

Tenía razón, por lo menos podíamos ir andando a algún que otro lado. En mi cabeza tenía un cuadrante exacto de todo lo que quería hacer con Marcos si es que volvía. Y, aunque había vuelto, no íbamos a poder cumplir ni la mitad de las cosas de esa lista.

− Tu parada, guapa. −me dijo sonriente cuando paró en mi casa. −Seguro que no está tan mal vivir con tu mejor amigo una temporada. Y más si tu mejor amigo está tan bueno como el tuyo. −me guiñó un ojo sin parar de sonreír.

− Calla, anda. −le dije riendo y bajándome del coche.

Antes de que entrara en casa, Leire ya se había ido, así que ni me molesté en despedirme de ella con la mano como otras veces, porque esta vez sí que no me vería. Cuando entré en casa, Marcos estaba sosteniéndose en el aire con ayuda de sus brazos recargados en la silla de rueda.

− Te vas a caer. −le dije. − ¿Qué haces? −pregunté curiosa.

− Ejercito mis brazos. −se dejó caer en la silla de ruedas. − ¿Sabes? Estar aquí sin hacer nada resulta muy aburrido. −se acercó a mí.

− ¿Y decides poner tu vida en riesgo?

− Tengo una habilidad que se llama equilibrio. −bromeó.

No sabía cómo podía estar todo el día bromeando, aunque a veces le viniera el bajón, sobre todo por las noches. Supongo que ese era su mecanismo de defensa ante lo que estaba pasando en su vida. Llevárselo todo al terreno de la risa para que pareciera que nada de esto le estaba afectando, cuando la realidad era toda la contraria.

Yo también solía reírme de las cosas que me hacían daño, pero cuando estaba sola no podía dejar de pensar cómo estaba en realidad, y estaba muy mal. Cuando me quedaba sola era el momento perfecto para sacar a la verdadera Mar fuera, lejos de esa coraza que parecía tener cuando me reía.

Me sentí muy identificada con Marcos en ese aspecto. Recordé cuando estábamos en el instituto y su vida parecía perfecta de puertas para fuera, pero era muy distinto cuando se quedaba solo, o cuando estaba yo con él. Conmigo parecía ser él de verdad, como si no estuviera yo, como si yo fuera parte de él.

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