Capítulo XXVII: Contigo o sin ti (Dstance).

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Nos dijimos cosas tan bonitas,
como un te amo y no te voy a dejar.
Nos quisimos más que a uno mismo,
pero todo llega a su final.

Marcos.

− Marcos, ¿qué te pasa hoy, tío? −preguntó Pedro a mi espalda. −Habíamos avanzado mucho en esta semana.

Me dejé caer en la silla, frustrado, y miré cómo se ponía delante de mí con cara seria, de esas que solo ponía cuando estábamos solo en rehabilitación, precisamente para echarme la bronca. No hacía falta que lo hiciera, yo mismo me echaba la bronca mentalmente por estar tan desconcentrado.

− ¿Dónde tienes hoy la cabeza? −preguntó preocupado.

Pedro era de esos médicos jóvenes que solo por eso te tomaban más confianza. La verdad es que yo también le había cogido más confianza a él que si me hubiera tocado un médico un poco más mayor, aunque a veces era un insoportable e inmaduro, se le notaba que le gustaba su trabajo. Lo que también me beneficiaba a mí.

− En Mar. −reconocí.

Desde que había vuelto a Alicante no había pasado mucho tiempo con alguien que no fuera ella. Javi se había pasado un par de veces, pero tampoco es que hablásemos mucho en persona, mis amigos del instituto habían desaparecido completamente, ni siquiera se habían molestado en acercarse a casa, solo un par de mensajes de "ánimo, tío".

Así que mi única relación de amistad era Mar. Y de conocidos su propio círculo, no necesariamente de amigas. Porque quitando a Leire, solo había entablado conversación con Gabi, y no era santo de devoción. El único que quedaba fuera de los límites de Mar, era Pedro. Al que tendría que empezar a llamar mi único amigo también a partir de ahora.

− ¿Qué pasa con ella? −preguntó cruzándose de brazos.

Le miré sorprendido.

− ¿Vamos a perder una mañana por hablar de Mar? −pregunté con el ceño fruncido.

− Teniendo en cuenta que no estás presente, la vamos a perder igual.

− No, venga. −me incorporé sobre los brazos en las barras. −Me pongo en serio.

Pedro no dijo nada, me ayudó a establecerme. Poco a poco conseguí ponerme de pie, aunque casi apoyarlos en el suelo. El esfuerzo lo hacían mis brazos al sujetarme de las barras que había a ambos lados de mí. Tenía mucha más fuerza en una pierna que otra, así que tenía que apoyarme primero en ella para luego intentarlo con la otra.

− Poco a poco, Marcos. −escuché a Pedro. −No queremos correr todavía. −bromeó al verme acelerar el paso con los brazos.

Estaba sudando tanto que las gotas caían por mi frente, las manos casi se me resbalaron un par de veces del metal de las barras, pero Pedro estuvo al tanto para cogerme al vuelo. Cuando acabamos el ejercicio de las barras, me dejó en la camilla.

Ese ejercicio era mi favorito porque no tenía que hacer prácticamente nada. Simplemente me tumbaba y él me movía las piernas doblándolas y levantándolas. Decía que tenía que empezar a hacerlo yo en casa, pero ahora iba a estar muy complicado, básicamente porque estaba solo.

− Muy bien. −dijo después de un rato. − ¿Sientes esto? −preguntó dándome un golpe.

− Joder, Pedro. −me quejé.

Se río.

No fui consciente en toda la mañana de todas las pruebas que hicimos de los nuevos ejercicios, fui en automático todo el tiempo. Miraba a un punto fijo, la misma loseta en cada vuelta, la mancha en aquella esquina de pintura que no se había quitado. La voz de Pedro felicitándome o echándome la bronca, no supe muy bien qué era de las dos, porque no le estaba prestando atención.

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