Epílogo: Que nos sigan las luces (Alfred).

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Quiero compartir contigo todas mis rarezas.
Ven, ven y acércame la oreja,
que quiero susurrarte mis secretos si me dejas.

AÑOS DESPUÉS:

− Yo solo quería saber cómo te habías hecho la cicatriz, papá. −me dijo Sara, frunciendo el ceño.

La risa del pequeño Martín hizo que me riera yo también. Se habían aburrido tanto en la comunión que nos habíamos tenido que salir y esperar a que acabara la misa en el coche. Aunque nos habíamos adelantado y había conducido hasta donde iba a celebrarse el convite, para lo que venía yo.

Mar había salido para llamar a sus padres, que nos seguían en su coche y que se habían perdido, así que había aprovechado para contar la historia que me había pedido Sara, bueno, contándole todo lo que había pasado entre Mar y yo. Aun dudaba de que las cosas pudieran acabar tan bien, pero Mar siempre me decía que era el pago que teníamos.

− Mira, ahí están los abuelos. −les dije, saliendo del coche.

Sara se había desabrochado el cinturón de la sillita ella sola, pero yo me tenía que encargar de Martín. Lo cogí en brazos mientras cerraba la puerta con la otra mano. Andrea y Alan bajaron del coche y se dirigieron hacia nosotros. Sara corrió hasta ellos, Alan la subió en brazos de la misma forma que yo tenía a Martín.

− ¿Tardarán mucho en venir? −preguntó Mar a su madre.

− No creo. −le contestó. − ¿Cómo puede hacer treinta grados en abril? −preguntó abanicándose.

− Bienvenida a Sevilla, mamá. −le dijo Mar riéndose.

− Y a ver si haces vestidos en otros colores, que estoy del azul hasta el...

− ¡Mamá! −exclamó Mar mirando a Sara.

Pero la niña solo se río y abrazó aun más a Alán.

Cuando llegaron todos los demás invitados entramos al salón, cosa que agradecimos porque hacía fresquito dentro. Nos sentaron en la mesa con los primos de Amor, que eran bastante divertidos, los padres de Mar estaban sentados en la mesa con Amor y Javi y los padres de Amor, mientras que los niños estaban en la mesa con las gemelas, aunque habían puesto una trona para Martín al lado de Mar, quien fue el que se ganó las sonrisas de la mesa entera.

− ¿Y cuántos años tenéis? −nos preguntó una chica.

− Treinta. −contestó Mar por los dos.

− ¿Y juntos? −quiso saber. −Solo curiosidad. −se río.

− Pues... −nos miramos. −Treinta también. −le contesté riéndome.

Las comuniones no eran lo mío, de hecho esperaba con toda esperanza que mis hijos no quisieran hacerla, porque no soportaría otras dos más. Solo había venido a esta porque era la de las gemes, si no, no hubiéramos venido, menos hasta Sevilla solo por una comunión. Aunque teníamos que entender que Amor había dejado a un lado a su familia para poder crear la suya propia lejos de su ciudad natal.

Habíamos cogido un pequeño apartamento para nosotros y para los padres de Mar mientras nos quedásemos en Sevilla, gracias al trabajo de Mar eran solo un par de días más, porque no podría estar más tiempo sin ver el mar, de eso estaba seguro que Sara pensaba igual que yo.

− ¿Muchos bocetos nuevos? −pregunté entrando a la habitación. −Los peques están fritos. −me tiré en la cama a su lado.

Mar me sonrió como respuesta. Cuando estaba concentrada no había quien la sacara de su modo seria. Le quité la libreta y la cerré, no se quejó, porque sabía que necesitaba despejarse de los diseños unos minutos, aunque fueran pocos. Nos miramos, y lo entendí todo.

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