Compañía

198 22 11
                                    

Cuando las personas te conocen por tu hermosa sonrisa, tu amable personalidad, y tu auténtica carisma, es muy difícil que se den cuenta de cuando te sientes mal.

A veces, las personas más sonrientes, son las personas que más lloran por las noches sin demostrarlo ni decirle a nadie, en la soledad de su habitación.

Así era para Mo Ran vivir su vida. Con miles de conocidos, ayudando a las personas cuando más lo necesitaban, apoyando, sonriendo, haciendo reír, pero escondiendo su profunda tristeza.

Desde que había fallecido su madre, nada había sido igual para él. Era tan terco que jamás lloró enfrente de nadie luego de perder a la mujer que le dio la vida, y una infancia preciosa.

Sin embargo, solo él conocía el dolor de beber cada día de la madre en la soledad de su habitación recordando los cálidos y tiernos brazos de Duan Yihan envolviendo su cuerpo, mientras veía en redes sociales como todos podían llevarle flores o un regalo a sus progenitoras.

Solo él sabía que era esa sensación de ver a sus compañeros felices en los festivales escolares en conjunto de su familia, disfrutando del día mientras que el solo dibujaba en sus libretas los bonitos ojos de su mamá.

Solo él podía decir lo solitario que era haber sido un adolescente tan maduro por las responsabilidades que tuvo luego de mudarse con su padre y ser olvidado por el mismo, y por tal motivo tuvo que hacerse cargo de sí mismo a muy temprana edad.

Admitía que en parte era su culpa. Jamás pidió ayuda. Jamás le contó a nadie sus problemas. Jamás abrió su corazón herido a las personas para obtener algo de cariño y de aliento genuino, a pesar de que él lo hacía todo el tiempo.

Hasta que conoció a Chu Wanning.

Al principio, solo era un amigo más. Era lindo y coqueteaba de vez en cuando con él porque le gustaba mucho.

Luego, se enamoró de él, y no tuvo problemas para salir con Wanning, pero siguió temiendo demostrar su corazón, sus heridas, su sentimiento eterno de soledad.

Para su sorpresa, Chu Wanning no necesitaba nada de eso.

Cuando Mo Ran comenzaba a disociar pensando en su pasado solitario, de repente una blanca mano tan suave apretaría la suya propia.

—¿Sabes? No estás solo.

Chu Wanning, a diferencia de Mo Ran, era considerado solitario.

No hablaba con nadie, no demostraba cariño, ni interés, ni parecía cómodo con el contacto físico.

Pero era la persona más amable que Mo Ran había conocido en toda su vida.

—Estoy aquí para ti. Te amo —le dijo centenar de veces, cuando Mo Ran parecía que buscaba esconderse y llorar a su gusto y antojo.

—¿Puedes abrirme? Estoy afuera de tu casa porque te noté triste.

A veces, a Mo Ran le daba miedo la facilidad con la que Chu Wanning se daba cuenta de sus sentimientos.

Había roto su coraza, su caparazón de fortaleza y de hombre fuerte que nunca llora ni se derrumba.

Había llorado en el pecho de Chu Wanning en muchas ocasiones, incluso sin saber por qué sentía tristeza, sin saber por qué de repente solo deseaba ser un niño pequeño y poder gritar y llorar sin que nadie le dijera nada al respecto.

Era una relación recíproca llena de amor incondicional porque así como Mo Ran escondía sus emociones, Wanning también lo haría.

Ignoraría que estaba triste, que sufría, que sentía que no era más que un desperdicio.

Chu Wanning había vivido toda su vida solo. Se preocupaba por sí mismo, veía por sí mismo, porque nadie había extendido su mano hacia él, así que se acostumbró.

No necesitaba a nadie. Cuando niño su padre le enseñó esa lección.

No podía confiar ni en el propio  Huaizui, menos podría confiar en los demás, al final de cuentas su padre jamás estuvo para él, jamás le felicitó, más bien le regañó, por todo, por nada.

Si sacaba buenas notas, ni lo miraría. Si tenía su cuarto ordenado, era su responsabilidad, si rompía un plato, tendría que trabajar y pagarlo, si se enfermaba, era su culpa por no cuidarse y de todos modos tendría que ir a la escuela así estuviera muriendo de dolor.

No podía pedir ayuda ni apoyo porque no sabía cómo ni lo necesitaba tampoco.

Hasta que llegó cierto Husky gentil a su vida y extendió su mano para ayudarle a levantarse, sacudirse el polvo y seguir adelante sin soltarse el uno al otro.

—Te amo, amo que estés conmigo, amo haberte conocido, te amo porque me haces feliz y me haces tener una motivación.

Chu Wanning nunca había creído que pudiera valer de algo su mísera y patética existencia, sin gracia ni chiste.

—Eres la persona más hermosa y amable que he conocido en la vida. Gracias por haberme permitido conocerte.

Chu Wanning creía que era el ser más horrible que pudiera existir. Con ojos tan intimidantes, con expresiones serias y aburridas, pero Mo Ran le hacía sentir diferente.

—Pídeme ayuda cuando lo necesites. Déjame cargar con el peso de tu espalda —le dijo Mo Ran en una ocasión.

—Bien —estuvo de acuerdo Chu Wanning, tomando la mano de su novio—. Pero haz lo mismo, dame la mitad del peso que también cargas.

Ambos eran la mejor compañía que podían tener jamás. Eran el mejor equipo. Lo único que necesitaban.

Su amor incondicional.

Zona SeguraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora