capitulo trece

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Drake.

La verdad siempre sale a la luz...

Era completamente cierto.

Y si hablábamos de la familia Adams, más todavía, que estaban hechos de mentiras y secretos.

Sabía perfectamente el caos que causaría mi llegada a Rouser, sabía muy bien que en la casa de Amanda Adams, jamás sería bienvenido, pero poco me importaba.

Esa mañana sería el fin de uno de los secretos más escondidos de Amanda. Toda la farsa que tenía montada a sus hijas...se iría a la mierda. Yo me encargaría de eso.

La manera en que esa mujer manipulaba a cualquiera era increíble, y eso fue lo único bueno que sus hijas pudieron heredar de ella. Aunque una de ellas en especial, lo dominaba a la perfección.

Sonreí victorioso en mis adentros al verle el rostro pálido a la mujer cuando me planté en la entrada de su casa. Sabía que nunca se esperó volverme a ver, y ahora...más cambiado, claro.

Su rostro estaba como si hubiera visto a un muerto. Muerto que había regresado de la tumba para recordarle su pasado, porque sabía que todo lo que estaba relacionado conmigo, lo había enterrado en lo más profundo de sus pensamientos.

La expectación en la cara de Lina, me dió a entender que de verdad ella no sabía nada de lo que sucedía, o estaba por suceder. Claro estaba que su mamá jamás le contaría la verdad. Había sido como una bomba atómica para la chica, quién aún no asimilaba que su padre era otro, y no solo eso, sino que era una avaricioso millonario con miles de enemigos por el mundo, dispuestos a acabar con cada miembro de su familia.

El incomodo silencio, los sollozos de Amanda y la perplejidad de Lina me tenían al borde del desespero, no podíamos seguir perdiendo el tiempo, sabiendo que allá afuera había gente respirándonos en la nuca, listos para matar.

Toda la calma se esfumó al escuchar el chirrido de varios autos afuera de la casa. La hermana de Lina corrió hacia la ventana con vista al porche, y con una mirada de espanto me miró, y fue todo como para saber que habían llegado por nosotros.

—Llegaron.— avisé una vez ví por la ventana.

Preparé el arma que tenía en lo bajo de mi espalda, lista para disparar.

Afuera, varias camionetas del mismo color se estacionaron sin ningún tipo de cuidado. Algo me decía que esa gente era de Brant, porque ¿de quién más podrían ser?

Me giré sobre mis pies para tomar a Lina de un brazo y sacarla cuánto antes de ese matadero.

—¡Lina, tenemos que irnos ahora!— solté con afán.

Traté de encaminarla a la salida pero me detuve en seco cuando sentí que puso resistencia.

«Diablos, ahora no»

La miré, estaba paralítica alternando la vista entre su hermana y yo. En mi cabeza solo pensaba en que pronto estaríamos rodeados de tipos dispuestos a disparamos.

—¡Lina muévete ya!— volví a gritarle.

—Scarlett, ven conmigo.— reaccionó por fin la chica.

Estábamos a contrareloj, mientras nosotros perdíamos el tiempo en pendejadas, afuera estaban preparando sus armas para entrar. Si no hacíamos las cosas rápido, en cuestión de segundos alguien estaría muerto.

Frente a mis ojos todo pasó en cámara lenta; mi mano sostenía el antebrazo de Lina, quién corría tras de mi, dirigiéndonos a la puerta trasera para salir de una vez por todas de la casa. Scarlett por otra parte, se suponía que también corría trás nosotros, pero cuando escuché un grito de su parte y me giré para ver hacia atrás, un tipo corpulento tenía su cabello castaño en su puño. La chica de rodillas lloraba suplicando al tipo que no la lastimara. Lina estaba desesperada, intentando zafarse de mi agarre para ir en busca de su hermana, pero al ver qué otro hombre venía en nuestra dirección con un arma corta apuntando justo a nuestra cabeza no dudé ni un segundo en sacar la mía y dispararle.

Era él o era yo.

En el mundo de asesinos no se podía tener compasión por lo demás, así como nadie tendría compasión en perdonar tú vida. Eso lo aprendí con el tiempo. Siempre, en cualquier circunstancia se debía pensar primero en los tuyos y en ti  antes que en los demás.

Justo como estaba haciendo en ese momento. Apresuré a Lina para que pudiera saltar la cerca que dividía las casas para poder salir a la otra calle y escapar. Pero, nuevamente Lina se detuvo al escuchar un grito seguido de varios disparos que provenían de adentro de la casa.

—¡No! ¡No, Scarlett no!— gritaba Lina con lágrimas en los ojos.

Debía admitir que desde que la conocía, esa era la segunda vez que la veía llorar. Lina no lloraba solo porque sí, cuando lo hacía era porque de verdad estaba mal. Cómo en ese momento.

Me desesperaba no poder hacer nada por calmarla, pero como mencioné antes, primero estábamos nosotros antes que los demás, y eso incluía a su propia hermana.

La tomé de la cintura ayudándola a bajar de la cerca. Empezamos a correr sabiendo que nuestra vida dependía de ello. En varias ocasiones Lina cayó de rodillas al suelo, suplicando que parara, pero no podíamos darnos el lujo de hacerlo sabiendo que a esas alturas aparte de que esos sicarios nos estaban buscando, de seguro la policía también estaba metida en todo eso.

Después de correr como locos, tratando de no llamar la atención de los pocos pueblerinos en la calle, nos escondimos a descansar en un callejón sin salida. Sin evitar recordar la primera vez que tuve a Lina tan cerca como quería.

La chica hiperventilaba, deslizó su espalda por la húmeda pared, hasta caer sentada en el suelo con la mirada perdida.

—Las mataron.— siseó sorbiendo de su nariz, tratando a la vez de aminorar el llanto—. Mataron a mi hermana.

Me mantuve en silencio. No sabía que decirle.

Sinceramente esas cosas de andar consolando a la gente no era lo mío, mucho menos decirle que todo estaría bien sabiendo perfectamente que todo estaba como la mierda. No iba a mentirle, porque estábamos en el ojo del huracán con tanta gente respirando en nuestra nuca.

No estaba en mis planes que esos engendros de la humanidad llegaran tan de repente a sorprendernos, y sobre todo que mataran a quienes estaban presentes y no pudieron escapar. Conociendo a esos tipos sabía que no les tembló la mano a la hora de jalar el gatillo y dispararles sin piedad a las mujeres. Sabrá el diablo como quedaron.

Limpié con el dorso de mi mano el sudor que corría por mi frente.

—Debemos seguir, es peligroso quedarnos aquí.— alterné la vista entre la salida y Lina pensando en una forma rápida de llegar al lugar donde me quedaba.


***

Después de horas caminando hacia los suburbios de Rouser, llegamos por fin a la cabaña; el lugar donde me había quedado hasta ahora.

Al entrar Lina miraba todo con detenimiento sin soltar palabra alguna, ni siquiera cuando caminábamos habló, cosa que me preocupaba.

Después de ofrecerle una pequeña habitación y decirle que descansara, cerré la puerta tras de mi buscando un celular desechable para comunicarme con mis hombres, y decirles que se prepararan para mí salida del pueblo.

Teníamos que tener el perímetro vigilado, hasta irnos. Sabía que si no me cuidaba las espaldas me caerían los enemigos como buitres, y me quitarían a Lina. Y no podía, había llegado muy lejos como para perder en ese juego.

Luego de un par de llamadas y avisarle al jefe que todo estaba bajo control hasta ahora, me adentré nuevamente a la cabaña para preparar todo.

No fue hasta que me encontré con Lina fuera de la habitación mirándome.

—Necesito hacer una llamada...— pidió en un pequeño hilo de voz.

Sí podía. Pero la cosa era ¿A quién llamaría?...



Nada es lo que parece Donde viven las historias. Descúbrelo ahora