capitulo veintisiete

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Mi cuerpo a penas respondía las señales que mi cerebro mandaba. Era como si estuviese desconectada de todo, con un solo pensamiento en mi mente; Drake.

Aún no asimilaba lo que había hecho, como había sido capaz de algo tan ruin como lo era asesinar al ser más querido de la persona que amaba. Era egoísta de mi parte. Los arrepentimientos estaban empezando a golpearme duramente, haciéndome reflexionar y preguntarme ¿Había hecho lo correcto? Quería llorar por todo lo que estaba pasando, quería romperme en mil pedazos hasta desaparecer porque de alguna manera todos los que a mi alrededor estaban, sufrían; por mi culpa. Todo era culpa mía, y no sabía que hacer para solucionar el daño que tanto causaba.

¿Quién sería el siguiente?

Papá...

Debía protegerlo, al menos a él para poder estar tranquila y quitarme un poco del peso que ahora cargaba. Si me iba, corría el riesgo de que le hicieran otra emboscada que acabara con su vida. Y si me quedaba...¿Haría alguna diferencia?

Me detuve mirando el abovedado techo tratando de pensar en lo correcto. Pero aún así, aunque tratara de evitar lo inevitable, no dejaba de pensar en Drake, en como miró el cuerpo de su madre en el suelo, sin vida. Su mirada se partió, el color de sus ojos cambió a uno mucho más oscuro, sus puños se apretaron tanto hasta el punto en que sus nudillos estaban blancos.

Me mordí el labio inferior con fuerza, conteniendo las ganas de llorar, tratando de no dejar salir ninguna lágrima, porque por más que quisiera llorar como una niña, no podía hacerlo. Tenía cosas más importantes que hacer, como para estar perdiendo el tiempo llorando por algo que ya estaba acostumbrada a hacer; ver sufrir a los demás por mis acciones.

Drake me había dado cosas y momentos hermosos, como el collar con la letra de mi verdadero apellido el día de mi cumpleaños, como aquella vez que por primera vez me vió llorar sin juzgarme, para luego llevarme al árbol seco de Rouser. Me había salvado de ser secuestrada por Owen, y de morir en una balacera, y sobre todo, esa noche inolvidable en la que estuvimos juntos. En la cual nos entregamos mutuamente en cuerpo y alma.

Y yo...había matado a su madre. Con eso le pagué.

Ya no había vuelta atrás, mi hermano me odiaría de por vida, y no lo juzgaría, si fuera él, hasta me mataría.

Escuché un auto entrar a nuestro territorio, y rogué al cielo que fuese mi padre porque así podíamos huir sin importar qué. Pero no, al asomarme por una ventana ví bajar a varios hombres de negro con armas en mano, y del asiento copiloto a...Brant.

Sabía que era él, como no saberlo si era la copia exacta de su hijo, solo que un poco más mayor, pero aún así, debía admitir que era bastante atractivo. Maldecí internamente y corrí hacia una habitación de almacenamiento donde sabia se guardaban armas y municiones. Tomé un cargador nuevo para mi glock y la escondí en la parte baja de mi espalda, para luego tomar una de alto calibre. De ahí nadie saldría vivo. Mucho menos Brant.

Volví a correr está vez hasta fuera de la casa, lista para dispararle a todos los que habían entrado en nuestra propiedad y que claramente eran nuestros enemigos a muerte. Justo cuando tenía a mis objetivos en la mira, exhalé y tiré del gatillo...pero nada pasó.

Mi corazón latía a mil por hora y mi cerebro hacía preguntas rápidas del porque no habían salido balas de la ametralladora, tragué saliva al ver que no tenía las municiones.

—Maldita sea.

La tiré a un lado e hice uso de la pistola pequeña, ahí sí disparé con todo tratando de dar en donde quería. Por más que soltara disparos no lograba acabarlos por completo aunque solo a dos logré herir.

Nada es lo que parece Donde viven las historias. Descúbrelo ahora