capitulo catorce

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Lina.

Mamá estaba muerta...

Mi hermana estaba muerta...

Me hubiera gustado decir que la relación que tenía con mi madre era increíble. Todas las noches imaginaba como se sentiría tener una familia amorosa y comprensiva. Salir de compras con ellas, tener una buena relación con mis hermana, así como en las películas, donde eran las mejores amigas. Esos episodios en qué cuando tienes un problema ahí estaban tus padres para ayudarte, y darte los mejores consejos. Reírnos a carcajadas por algún chiste dicho por uno de nosotros, salir de vacaciones. Simplemente...quería una vida normal.

Pero mi vida era todo...menos normal.

Decir que no me dolía la muerte de mi madre era como mentirme a mi misma, porque en el fondo, la quería, y mucho. Fuese como fuese era mi madre, aunque no la madre perfecta. ¿Cómo hacía para odiarla? Quería odiarla porque me dañó, ella era la primera persona culpable de todo lo que yo era, soy y seré.

Sí, en algún momento de mi vida fui esa niña que jugaba en el parque, hacía amigos y se divertía, aquella niña que por todo sonreía y le veía un lado positivo hasta en el más terrible momento, esa que todas las noches decía te amo mamá al vacío.

Ahora esa niña...estaba muerta.

Y no quedaba nada de ella.

Y que pensar sobre la persona que siempre confió en mí, la que nunca me juzgaba, la que me apoyaba en todo, así fuera una locura. Ella era mi otra mitad, y ahora que no estaba, sentía aún más profundo el vacío en mi interior.

Scarlett era la persona que me complementaba día y noche, la que siempre estaba ahí en mis mejores y peores momentos. Y ahora ya no la vería jamás. Se había ido. Y de la peor manera. Pensar que todo había pasado por mi culpa me jodía de una manera extraordinaria. En mi vida había pasado por mucho dolor, por muchos obstáculos, y aún así, seguía en pie.

¿Ahora como seguía yo sola?

Recordaba como Scarlett y yo hacíamos travesuras sin dejar evidencias, como nos entendíamos sin decir una sola palabra. Y era irónico que nunca hubiera sentido celos o envidia por mi hermana mayor, porque ella siempre era la perfecta, mientras que yo siempre fui la oveja negra, veía como todos le hacían halagos mientras yo era ignorada, y nunca me molestó, de hecho, me sentía orgullosa de ella...hasta que Cindy llegó. Nos llevábamos un año de diferencia cada una, y nunca compaginamos con Cindy, la sentíamos como ese demonio hijo de lucifer.

Siempre agradecería a la vida, al destino, al universo, o al mismísimo Satanás por habérsela llevado a dónde pertenecía, al infierno -porque de seguro y estaba allá-. Nadie entendía su desaparición, era  como si se la hubiera tragado la tierra, pero siempre pensé que su papi el diablo la agarró de los pies y la arrastró hasta llegar a su verdadero hogar.

Había tardado mucho.

Pensamos que con la ausencia de la pequeña Cindy nuestra madre se daría cuenta de que tenía otras dos hijas que cuidar... Pero nos equivocamos. Fue peor, los rechazos eran más constantes, sus fuertes e hirientes palabras de odio las escuchábamos todos los días sin descanso alguno.

Nos preguntábamos ¿Que estamos haciendo mal? La respuesta: hay que darle tiempo.

Nunca le perdonaría a mamá el trato que nos daba, su desprecio me repugnaba hasta el punto de decir que la odiaba, pero ahora me daba cuenta de que en realidad la amaba. Sabía perfectamente que yo tampoco era una hija ejemplar que cuidaba a su madre a pesar de las circunstancias como lo hacía Scarlett, y ahora no había vuelta atrás, los arrepentimientos ya no valían ahora.

Nada es lo que parece Donde viven las historias. Descúbrelo ahora