capitulo quince

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Drake.

William, William, William...

¿Hasta cuándo tenía que seguir escuchando su maldito nombre?

Me molestaba hasta la médula tener que ver cómo Lina se comportaba con él de una manera bastante especial. Estaba a solo un paso de ir a buscarlo y pegarle un tiro en la cabeza de una vez por todas, hasta que a la chica se le saliera de la cabeza. 

Y lo peor, es que no podía evitarlo.

Pensar que cada día Lina se metía cada vez más en mi corazón me molestaba, y mucho, porque nadie lo había hecho...hasta ahora.

Cuando empecé a darme cuenta de que aquella chica me gustaba, traté de alejarme lo más que podía, pero no funcionaba, y ahora... simplemente la trataba a las patadas para que me odiara. Justo lo que quería.

Quería que me despreciara porque ella y yo no podíamos ser algo más que solo conocidos. Y sí, me jodía bastante, pero era lo mejor.

Pero aparentemente no entendía.

¡Joder! ¿Es que era muy difícil odiarme y tratarme como yo lo hacía con ella?

La chica no me ayudaba, para nada.

Y ahora, estábamos a solo horas de llegar a su hogar, y presentarse como la hija del señor Brewster. Ahora no sería cualquier persona, sería la protegida de aquel hombre, cuyo objetivo principal sería protegerla de por vida.

Me preguntaba que le veía a esa flacucha que con solo la brisa del viento parecía que volaría, porque desde un principio mis ligues eran esbeltas, de buen cuerpo, porte y feminidad...siendo Lina todo lo contrario a eso.

Pero cuando la ví en el asiento del copiloto dormida, inocente e  ingenua me pareció tan...hermosa.

Tenía tantas ganas de tocar su piel y acercarme a su boca, de besarla y probar sus labios que llamaban demasiado mi atención.

Pero...siempre había un pero.

No debía, pero quería, y mucho.

Ahora solo contaba los minutos que quedaban para que descubriera la verdad y me odiara al fin.

Me hice a un lado para que subiera a la avioneta que esperaba desde hace unas horas por nosotros. Y luego subí detrás de ella.

Silencio.

Ninguno de los dos hablaba, y me extrañaba bastante que no preguntara a dónde la llevaba, solamente se dedicaba a asentir a las pocas cosas que le decía.

Era incómodo, bastante diría, ese hecho de estar con ella a solas en un lugar pequeño sin poder tocarla y evitar verla. Porque sí, esquivaba su mirada e ignoraba sus gestos de querer preguntar cualquier cosa.

Era lo mejor.

La avioneta emprendió vuelo hacia la casa Brewster, la cual quedaba bastante alejada de un pueblo, en la cual no habitaban muchas personas.

Podría decirse que era mejor que Rouser, y una parte bastante interesante, era que todo el mundo sabía quiénes éramos, y nos respetaban.

La cara expectante de Lina llegaba a darme cierta risa, porque sabía que le picaba la lengua para hablar y preguntar, pero claro, su orgullo era mucho más fuerte, digno de un Brewster.

Ansiosa, subía y bajaba su pierna izquierda, su mano apretaba de vez en cuando su rodilla, e inhalaba y exhalaba disimuladamente para que nadie se diera cuánta, aunque de reojo la observaba.

Por mi parte también estaba nervioso, no sabía cómo sería su reacción ante las confesiones que tendría su padre preparadas. Porque claramente estaba que Leonardo Brewster estaría dispuesto a hablar con su hija de cosas del pasado que desconocía. Y muchas eran fuertes.

El piloto de la avioneta dió de pronto un aviso, el cual indicaba que ya estábamos cerca de la gran mansión. Eché un fugaz vistazo hacia Lina y...verla me dió escalofríos.

Su mirada estaba perdida en algún punto del pequeño lugar, su piel un poco más pálida de lo normal, y no se movía. Pensar que se había desmayado no era un hecho, conociéndola no lo haría.
 
Pero por decima vez, quise saber que pasaba por su cabeza.

¿Que pensaba?

Una vez que aquel aparato volador descendió, la puerta se abrió, y con ella, un cruce de miradas con la chica. 

Nos miramos, tratando de entender lo que sucedía, porque sinceramente, creo que ninguno de los dos creía lo que pasaba.

Estábamos en el territorio de uno de los asesinos más temidos, respetados y adinerado del país, probablemente.

Me levanté del asiento con el corazón a mil por segundo, sin saber que hacer, sudaba frío.

Con la cabeza le hice señas a Lina para que se levantase del asiento y me siguiera.

Era experta en guardar sus emociones por qué se veía normal, callada y obediente.

¿Como se sentía realmente?

Bajamos las escaleras hasta tocar tierra firme. Unos hombres con traje nos recibieron, y en especial, uno de ellos que era muy buen amigo.

—Drake, que gusto tenerte de vuelta.— estrechó su mano con la mía sonriente y luego procedió a darme un abrazo—. Ya nos hacías falta.

Solo asentí, miré a Lina quién se encontraba tras de mi observando a todos, detallando cada cosa que estuviera a la vista, concentrada.

Adam, mi mano derecha y amigo de la infancia, nos acompañó hasta la entrada de la colosal casa, no sin antes observar a Lina de pies a cabeza, cosa que me molestó un poco.

Cuando ya estábamos justo en la puerta principal, respiré hondo tratando de encontrar fuerzas para lo que se venía.

Porque al abrir esa puerta, todo cambiaría.

Al entrar todo estaba como de costumbre; pisos de mármol bien pulidos, una gran mesa redonda con un gigantesco florero, el cual tenía rosas seguramente seleccionadas por la señora de la casa.

Silenciosa, limpia y elegante.

Lina observaba todo en silencio, quizás sintiéndose como una diminuta hormiga, igual como yo me sentía de pequeño.

Pasamos a lo que era la sala, que estaba a mano derecha, con muebles color perla y cojines del mismo color, mesas color caoba, y una elegante lámpara de cristal que colgaba de un abovedado techo con altura.

—Iré a avisarle al jefe que ya están aquí.— avisó Adam, yéndose por algún pasillo.

La chica en una esquina parada esperaba con paciencia, a una considerable distancia de al menos diez metros. Lo suficientemente lejos para no ser observada a simple vista.

Escuché pasos provenir del pasillo que daba a la increíble oficina del jefe y dueño de todo, haciendo que mi corazón se acelerara nuevamente pero está vez más rápido.

Tragué saliva, al escuchar como alguien caminaba también  rápidamente con tacones, hasta verle la cara a la mujer que acompañaba al señor Brewster.

—Drake.— habló el hombre con cara de asombro y alivio.

—Padre.

Papá se apresuró a mi abrazándome fuertemente, seguido de Dévora, la mujer elocuente de labios carmesí, quién era mi madre.

—Hijo.— tomó mi rostro entre sus manos para luego abrazarme fuerte.

—¿Dónde está?— preguntó Leonardo.

Señalé con la cabeza detrás de él, y al girarse encontró a Lina con los ojos abiertos de par en par, y con la boca semiabierta, impactada por la escena que ahora se proyectaba en la sala.

Era hora de que Lina se alejara de mi.

Esa era razón suficiente para que mi media hermana me odiara....





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