Capítulo XXIX

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Atenas, Grecia.

Dos días después.

Dean Michelakis.

Dean observa la fotografía sobre su mesa de noche, es una en donde está su familia completa, en donde apenas eran unos adolescentes y sus hermanas salían tan sonrientes al igual que sus padres. Acaricio la imagen al recordar esa tarde de verano, había viajado por primera vez a Italia, Freya se estaba fascinada con el lugar y fue en ese viaje que conoció a su mejor amigo, ese italiano tan fastidioso que decía estar enamorado de él pero a pesar de todo, esas fueron las mejores vacaciones familiares.

─Porque éramos felices ─ Susurró mientras lágrimas salían de sus ojos al saber que no los volvería a tener, no volvería a ser así ─. Hasta que todo se fue a la mierda y nuestra familia se destruyó, se separó ─ Dijo con amargura mientras retiraba las lágrimas que tuvieron la osadía de escapar.

Había pasado casi tres años desde la muerte de sus padres aquel diciembre de 2013, pero todavía seguía doliendo no importaba el tiempo que pasara, solo importaba que ellos ya no estaban y él no pudo hacer nada para evitarlo, porque no estaba con ellos. Él al igual que sus pequeñas rubias no fueron con ellos, había momentos en que se preguntaba qué hubiera sucedido si él los acompañara, ¿podría haberlos ayudado?, ¿Estaría sus padres ahora con ellos?, ¿O él también hubiera muerto? Eran tantos escenarios que se desarrollaban en su cabeza que no conseguía qué cree, qué confiar.

Lo cierto es que ellos se habían ido y junto a ellos la felicidad de esa casa que cada día se sentía tan sola, tan vacía.

Desde que ellos no estaban todo fue en caída libre, Freya se volvió una adicta al sexo, Rebekah estuvo deprimida por mucho tiempo, Tamara se aisló y él solo era un jodido imbécil que no sabía qué hacer con su vida, no sabía cómo afrontar su nueva posición. Por lo que ella tuvo que tomar el mando mientras él se tomaba su tiempo para adaptarse a su partida. ¡Joder! La había hecho madurar a muy temprana edad y ahora ella ya no estaba junto a ellos, ahora vivía otra vida muy diferente a la que quería cuando era apenas una niña.

Ella quería ser doctora y ayudar a los demás, pero ahora eso no era así. Cuando ellos se fueron, ya no tuvieron más oportunidad de elegir.

Si sus padres hubieran sobrevivido ellos estarían allí apoyándolos a que fueran lo que desearán ser en la vida, pero al perderlos eso solo ocasiono que crecieran más rápido de lo esperado y que tomaran una decisión prematura. Cada uno estaba enlazado a ese mundo y ya no tenían escapatoria.

Con algo de desgana se levantó para ir al baño, era el líder de la mafia de todo un país no podía permitirse decaer, sabía que a sus padres eso no le gustaría.

Tomo una ducha larga de por lo menos treinta minutos, necesitaba serenarse y relajar sus músculos, la noche anterior se había dormido muy tarde revisando unos acuerdos que tenía con Rusia, pronto tendría que darle respuestas.

Al salir seco su cuerpo y se colocó un traje completamente negro, sin ninguna pizca de color porque así se sentía especialmente ese día.

Cuando estaba por entrar a su despacho, una chica del servicio le informó que había una mujer esperándolo adentro. Desconcertado y molesto porque le permitieran el paso a un sitio tan privado como su despacho, entró con furia al lugar quería ver quién era el responsable de hacer que su personal fuera tan inepto.

El lugar se encontraba en un completo silencio la única diferencia era su silla, estaba dándole la espalda, claramente la mujer estaba allí mirando hacia el jardín. Extrañado de que no lo esperaba en los asientos de los invitados llevo su mano al arma que descansaba sobre la cintura de su pantalón, iba a desfundarla cuando ella habló:

─ ¿En serio vas a dispararme? – Giro la silla para mirarlo con una sonrisa de suficiencia, ella se inclinó sobre el escritorio y junto sus manos ─ Eres tan predecible, Dean.

La mirada azulada de su hermana denotaba que estaba furiosa con él y que si había tenido que ir desde Seattle hasta allá es porque era algo muy importante lo que tenía que decirle.

─ ¿Qué haces aquí? – Preguntó confundido.

─Ya que no respondes mis llamadas, tuve que venir en persona ─ Dijo ella sin dejar de mirar sus movimientos.

─Dios, Tamara ─ Se sentó en los asientos frente a ella, exasperado ─. No quiero hablar de Melody ¿no puedes entenderlo?

─Yo no vine hablar de Melody ─ Aclaró.

Incluso más confundido la miro sin comprender.

─ ¿Entonces? Porque para que volaras desde Seattle hasta acá debe ser muy importante.

─Y lo es Dean, lo es ─ Dijo ella mirando a otro lado y suspirando.

Ambos se quedaron en silencio por unos minutos hasta que él decidió hablar.

─ ¿Me explicaras entonces por qué viniste?

─No, solo te traje esto ─ Le extendió una carpeta que reposaba sobre el escritorio ─. Allí está todo lo que necesitas saber.

Él la tomo entre sus manos y al abrirla encontró el nombre de Melody en lo que parecía un expediente de hospital.

─Te dije que no quería saber sobre...

─Y yo te dije que no es sobre Melody – Lo interrumpió, decidida a que viera esa información ─. Estuve recaudando esta información por dos meses cuando supe por qué Melody dejó de trabajar en el burdel.

─ ¿Ya no trabaja allí? – La miro extrañado.

─No.

─ ¿Por qué?

─Porque estaba embarazada de un imbécil que la dejó sola ─ Dijo ella mirándolo significativamente.

El pelinegro quedo por unos minutos procesando sus palabras, ¿embarazada?, ¿En serio había escuchado bien?, ¿Sería verdad?

─ ¿Dijiste embarazada? – Preguntó para certificar si había escuchado bien.

─Sí – La pelinegra se recostó en el espaldar de la silla.

─ ¿Estaba? – Pregunto en automático, sin salir muy bien de su impresión inicial.

─Efectivamente.

─ ¡Joder!, ¿Estaba embarazada de mí?

─Pues según las fechas, sí ─ Ella lo miro un momento en silencio antes de seguir ─. En esa carpeta Dean, se encuentra toda la información referente a tu hijo y a Melody. Sé que no quieres saber nada de ella porque temes hacerle daño, pero separándote, alejándola, aislándola ─ En su garganta se formaba un nudo mientras decía eso, ganándose una mirada de compasión por parte de su hermano ─. Solo estás lastimándola.

─Pero...

─Dean, ella ha sufrido por ti, llorado por ti – Se levantó para caminar hacia él ─. Tú no sabes las veces que la vi correr al baño porque tenía nauseas, o cuando casi se desmaya y Erika tuvo que ir en su ayuda. No sabes cómo pasaba las noches a lo mejor pensándote, tal vez extrañándote, o estaba odiándote, o también amándote. Créeme cuando te dijo que lo mejor que podrías hacer es ir por ella y tu hijo, cuidarlos, protegerlos.

─Este mundo... ─ Lo interrumpió otra vez.

─Dean, ¡vivimos en este mundo desde que nacimos!, ¡Sabemos las consecuencias!, ¡Nuestros padres lo sabían! Pero incluso así nos dieron amor y la opción de elegir ─ Lo miro a los ojos, azul contra azul ─. Tú no le has dado la opción de elegir.

Él se quedó en silencio, ella tomó su chaqueta negra y camino hacia la puerta, antes de abrirla se giró y le dijo:

─Tal vez para ella, tú seas lo que más necesite en su vida ─ Dicho eso salió de allí dejándolo solo, sumergido en sus pensamientos.

Dean MichelakisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora