Capítulo XXVI

99 5 0
                                    

Atenas, Grecia.

Dean Michelakis.

El dolor de cabeza era insoportable, desesperante. Llevo las manos hacia su cabeza al sentir los dolores en su cerebro, un quejido de dolor se escapó de entre sus labios al sentir uno que llegó hasta mitad de su cara.

─Joder – Siseo. Desde la adolescencia no había tenido dolores tan fuertes como ese y ahora, por culpa de lo que sentía por esa mujer no paraba de tenerlos. Se había vuelto una constante en su vida, al igual que el alcohol.

Levantándose retiro las sábanas que cubría su cuerpo de manera parcial, descubriendo que se encontraba desnudo. Confundido frunció el ceño, sentándose en la orilla de su cama.

Una queja se escuchó a su espalda, mirando por encima de su hombro encontró el rostro dormido de una linda mujer castaña, ella dormía plácidamente en su cama pero había un problema, no era su pequeña fierecilla.

Molesto con él y con ver a esa mujer allí la movió bruscamente logrando que abriera los ojos y lo mirara sorprendida.

─ ¿Sucede algo? – Preguntó ella restregándose los ojos.

─ ¿Cómo llegaste aquí? – Preguntó con tono hostil antes de levantarse y ponerse algo que lo cubriera, consiguiendo su mono de dormir a los pies de la cama.

La mujer ronroneo con una sonrisa y levantándose dejando al descubierto su cuerpo desnudo, hecho su cabello hacia detrás de sus hombros dando una mejor vista de sus pechos exuberantes y perfectamente redondos.

─Pues, tú me invitaste mi rey ─ Sonrió mientras se inclinaba sobre la cama, dando su mejor ángulo.

Dean la miro hastiado, tomó una especie de vestido del suelo y se lo tiro a un lado de la cama.

─Vístete y lárgate – Ordenó dándose la vuelta para saber de allí.

─Pero...

─Hazlo o te saco arrastras ─ Dijo sin volverse a mirarla.

Salió de la habitación hacia su despacho en donde se encerró por el resto de la tarde, no quería ser interrumpido ni saber sobre nada más, solo quería estar él y su soledad. Necesitaba un tiempo a solas, sin el alcohol, no sabía cómo esa mujer llegó a su cama pero no estaba dispuesto a que eso se repitiera otra vez, nadie podría reemplazar a su pequeña fierecilla.

Dos días después.

Las palabras daban vueltas en su cabeza, él intentaba retenerlas pero le era un trabajo imposible. Frustrado hizo los papeles a un lado, no podía concentrarse, no podía sacarla de sus pensamientos.

Su mirada grisácea volvía a su mente en cada momento, atormentándolo, perturbándolo con su hermoso brillo y esa hermosa sonrisa que adornaba sus labios. Al principio para olvidarla decidió consumirse en el alcohol como una especie de bote salvavidas, pero luego de que hace dos noches se despertara con esa mujer en su cama había decidido dejarlo, porque ese hecho le mostró que no era la solución, no era la manera correcta para olvidarla.

Era por ello que estaba allí, encerrado en su despacho rodeado de papeles, entregándose a su trabajo, buscando alguna manera de olvidarla pero nada de lo funcionaba, esa pequeña sabía cómo regresar a sus pensamientos y absorberlo en ellos.

Se recostó en su silla observando el techo de su despacho, negro como muchas cosas de ese lugar, como su mundo en ese momento. Cerró los ojos pensando que tal vez debió darse el tiempo de hablar con ella, de explicarse pero no quería seguir involucrándola en su mundo, no quería verla lastimada o peor aún, perderla por esa vida que él llevaba desde que era pequeño. Ella era mucho para ese lugar, ella era luz, su pequeña luz y lo mejor es que ella pensará lo peor de él, no quería que albergue sentimientos por él, no quería darle motivos para estar a su lado.

Dean MichelakisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora