𝟰𝟲| 𝗠𝗜𝗟 𝗛𝗜𝗝𝗢𝗦, 𝗠𝗜𝗟 𝗔𝗠𝗔𝗡𝗧𝗘𝗦.

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No podía creer lo que estaba haciendo. ¿Acaso esperaba que él me abriera la puerta con una sonrisa y me dijera que me echaba de menos? No tenía ni la menor idea de cómo reaccionaría al verme, pero algo en mi interior me impulsaba a intentarlo. 

─Mierda. ─musité pálida de los nervios.

Quería gritar de la rabia, pero no me atrevía siquiera a salir de la camioneta. La camioneta de Vlad, misma que me había prestado a regañadientes después de hacerme prometer que no le haría ni un rasguño y que la cuidaría más que a mi propia vida.

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no me iba de una vez? ¿Por qué seguía aquí, frente a su casa esperando un milagro?

Me odiaba a mi misma por lo que estaba a punto de hacer. Era una locura que volviera a buscarlo después de todo lo que había pasado entre nosotros, y sabía que todo esto podía salir muy mal e incluso que podría arrepentirme toda la vida, pero no podía dejar de pensar en Camille; en Camille y en Harry.

Tenía que hacerlo por ellos.

Respiré hondo y me llené de valor, así que arranqué la camioneta y la acerqué al aparato electrónico que estaba a un lado del camino de grava. El aparato controlaba el portón de la casa, el portón que me separaba de él y que tenía que abrirse si realmente quería verlo.

Abrí la puerta del auto, era jodidamente pesada a causa de los cristales a prueba de balas, así que toqué el interfono y esperé varios minutos, minutos que se sintieron eternos mientras esperaba a que sonara su voz. Mientras esperaba que me reconociera, que no estuviera tan enojado y me dejara entrar.

Mientras el corazón se me expandía dentro del pecho me tomé un segundo para analizar la casa, misma que estaba encerrada por unos muros altísimos, y que detrás de ellos, escondían una lujosa mansión que estaba más cerca de parecer una casa de cristal que cualquier otra cosa. Dentro de la casa habían tantas cosas costosas que siempre me aterró la idea de llegar a romper algo sólo por mirarlo.

Y los polvos.

Joder, puedo recordar con claridad esas épocas doradas, cuando mis huellas quedaban por toda la casa, cuando él me invitaba a cenar, y al regresar a casa estábamos tan puestos que ni siquiera lográbamos llegar a la habitación, y entonces terminábamos follando en el asiento trasero de su auto. 

O en el piso de la sala, o sobre las encimeras de la cocina, o en el jacuzzi, o contra la puerta principal, o sobre el capó del jeep, sólo él y yo, follando bajo la luz de las estrellas.

─¿Hola? ─una voz ronca llegó para bendecir mi sentido auditivo.

El corazón me dio un vuelco y tardé unos segundos en contestar.

─Hola, Ja. ─inspiré profundo y sentí un nudo en la garganta─. Soy yo, Narcissa, y necesito hablar contigo.

Y entonces el silencio se hizo presente.

─¿Ja? ¿Sigues ahí?

Me llevé un dedo a la boca y estuve a punto de arrancarme la piel muerta al rededor de las uñas a causa de la ansiedad.

─¿Cómo supiste que estaba en la ciudad? ─demandó saber con sequedad.

─Sé que eliminaron a Memphis de los Playoffs, así que supuse que no estarías de humor para celebrar, y bueno, Boston es el único lugar del mundo donde nadie puede joderte la paz.

Tensioné los dientes y me tomé unos minutos para seguir hablando.

─Entonces... aquí es el único lugar donde nuestro apellido puede mantener al pequeño Ja lejos de prisión mientras pasas la amargura con el volumen de la música que se escucha de aquí a San Diego, y además, tampoco es como si tuvieras una vida muy privada que digamos.

NO ES TUYO, ES NUESTRO © » 1M8.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora