𝟮𝟭| 𝗔𝗨 𝗥𝗘𝗩𝗢𝗜𝗥, 𝗕𝗢𝗦𝗧𝗢𝗡.

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No puedo creer que lo esté haciendo, Stephen dice que todo saldrá bien pero claramente es sólo porque puede notar mis nervios, y es que él no conoce a mi familia ni sabe lo que son capaces de hacer. No sabe lo que me hicieron a mi.

Tomaríamos un vuelo con destino a San Francisco en un par de horas y por alguna extraña razón decidí que lo mejor sería despedirme en lugar de desaparecer de nuevo sin dar explicaciones, aunque realmente nadie sabía que estaba a punto de irme de viaje con Steph, ni siquiera Camille, quien seguramente se moriría de la rabia al escuchar la noticia, igual que mi hermano.

─No creo que sea tan grave. ─dijo Steph luego de casi diez minutos posados en la acera frente a la casa mientras esperaba a que yo decidiera si debíamos avanzar o no.

La casa, la misma casa donde crecí, la misma casa donde sufrí y un día decidí abandonar con la promesa de no volver nunca más, pero aquí estaba, posada en la entrada una vez más. 

Era una mansión al estilo victoriana pero con un toque moderno, tenía un gran porche con columnas blancas y una lujosa puerta hecha con madera de ébano. Las ventanas eran grandes y tenían cortinas de encaje, el techo era de tejas grises y tenía varias chimeneas. El jardín amplio seguía lleno de flores y árboles frutales, mismos que le daban un toque mágico al camino de piedra que conducía a la entrada principal.

Todo parecía igual que la última vez que lo vi, como si el tiempo se hubiera detenido y nada hubiera cambiado, entonces en un parpadeó volví a ser aquella adolescente rebelde que se escapaba de casa cada vez que podía, la misma que era castigada por semanas luego de adornar todas las portadas de las revistas luego de ser fotografiada borracha saliendo de un club en una de las zonas más peligrosas de la ciudad.

─Si tú quieres... podemos enviarles una carta en cuanto aterricemos en San Francisco. 

─¿Una carta? ─repetí extrañada─. ¿Acaso crees que estamos en los 70's?

Sus mejillas se ruborizaron y empezó a rascarse la cabeza con nerviosismo. 

─Yo... sólo me pareció una buena idea ya que parece que caerá la noche y nosotros seguiremos aquí parados como un par de estúpidos.

Inspiré profundo y puse los ojos en blanco. 

─Te dije que no era necesario que me acompañaras hasta aquí, pero eres tan... ─gruñí apretando los puños.

─Vamos a tener un hijo juntos así que es importante que conozca a tú familia, en especial porque no estamos saliendo así que no es como que me los vayas a presentar después de la décima cita, ¿O sí, Narcissa? ─dijo como si fuera la cosa más obvia del mundo.

Cerré el puño y le di un breve golpe en el brazo.

─¡Auch! ─se quejó fingiendo dolor.

Empecé a caminar rumbo a la puerta de la casa, sólo se escuchaban las piedras bajo nuestros pies crujiendo con cada paso que dábamos. Levanté la mano y me quedé inmóvil unos minutos, dudé una vez más decidiendo entre si tocar el timbre o no, pero Stephen fue más rápido y decidió apretarlo en cuanto estuvo lo suficientemente cerca.

Pasaron unos minutos y luego la puerta empezó a abrirse lentamente, una de las chicas del servicio doméstico apareció frente a mí con su típico uniforme negro con blanco y tras lanzarnos una sonrisa amable nos invitó a pasar.

Fue como viajar al pasado, el piso de mármol blanco seguía luciendo tan brillante como siempre, igual que la elegante escalera de caracol que subía al segundo piso, el candelabro de cristal que colgaba del techo seguía iluminando cada rincón del recibidor y el cuadro de mi abuelo que me miraba con severidad aún estaba colgado en el mismo sitio de la pared. 

NO ES TUYO, ES NUESTRO © » 1M8.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora