𝟯𝟳| 𝗦𝗢𝗟, 𝗣𝗟𝗔𝗬𝗔 𝗬 𝗔𝗥𝗘𝗡𝗔.

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Sentía la humedad corriendo por mi rostro, pues a pesar de mi inútil esfuerzo las lágrimas seguían fluyendo. La sensación de dolor en la nariz y la incomodidad de los mocos amenazaban con distraerme, sin embargo, el sonido de un golpeteo distante y la música en el estéreo lograron entrelazarse en mi mente creando un ambiente que contrastaba con lo que había a mi alrededor. 

El ritmo de aquella canción era tropical así que de no ser porque sentía que mis ojos estaban a punto de escaparse de sus cuencas, seguramente estaría bailando despreocupada. 

─Maldita sea. ─gruñí intentando enjugarme las lágrimas con la muñeca y calmar mi nariz que estaba a punto de empezar a gotear como un grifo abierto.

Amaba la cebolla, pero odiaba cortarla porque siempre me hacía llorar. 

La taza donde había cortado el resto de las verduras se había convertido en mi improvisado recipiente de mezcla, donde el pulpo, los camarones y los demás ingredientes se unieron para crear una sinfonía perfecta.

─Bien, momento de... ─musité hablando conmigo misma tras tomar una cuchara y darle la primera probada al ceviche que terminaba de preparar.

Cerré los ojos y me permití saborear aquella obra maestra que combinaba lo mejor de dos mundos; el salado y el fresco.

─Oh, carajo. ─casi gemí.

El sabor de los camarones, el pulpo y los demás ingredientes se fundieron en mi boca creando una tormenta de sabor en mi paladar causando una sensación de bienestar en mi estómago. 

─Sí, sí, de esto es de lo que estoy hablando, nena.

Sonreí satisfecha y me tomé un minuto para apreciar lo que tenía a mi alrededor. Me encontraba en un bungalow sobre la playa, con techo de palma y paredes de madera que me daban una sensación de seguridad y tranquilidad, en especial por la brisa marina tan fresca y calmante que casi podía notar cómo la tensión en mis hombros se desvanecía. 

Aunque el espacio era algo pequeño, debo admitir que amaba la vista gracias al agujero que había en el piso cubierto por un grueso material transparente. Desde allí podía observar cómo los peces nadaban libremente debajo de la cabaña, era fascinante la diversidad de formas, colores y tamaños de pescados que habían, lástima que sepan tan bien.

─¡Hola, guapa! ─oí una voz agradable para mi sentido auditivo─. Te traje un regalo.

Era Penny, la cual se había trenzado el cabello y usaba un lindo traje de baño floreado y un short de mezclilla encima, toda una turista; en especial por sus sandalias de baño.

─Dios mío bendito, te juro que son las mejores piñas coladas del mundo. ─dijo acercándose y entregándome una─. Las hacen aquí mismo, con piña natural, crema de coco y ron.

─Justo lo que necesitaba. ─suspiré emocionada acercándome la piña a la nariz para olerla─. Pero... ¿No tiene...

─No, no, tranquila, la pedí sin alcohol para ti. ─me arrebató la palabra─. Tú y los bebés estarán bien, no te preocupes.

─Eres un sol, Penélope. ─dije dándole el primer sorbo a la pajilla─. Carajo, salud.

Chocamos nuestras piñas y procedimos a darle otro trago.

─Está... Dios mío, está deliciosa. ─gruñí intentando imaginar cómo sabría en caso de tener alcohol.

─Sí, sí. ─rió─. Y hablando de comida, espero que el ceviche sepa a gloria, jefa, porque llevas toda la mañana preparándolo. 

─Oh, vamos, debes probarlo, le puse leche de tigre, que es el jugo del ceviche con leche evaporada. ─dije acercándome para buscar la taza─. Dicen que es afrodisíaco. 

NO ES TUYO, ES NUESTRO © » 1M8.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora