Me tambaleaba sobre mi montura. Apenas si conseguía mantener la espalda erguida, la frente en alto. El pecho me dolía lo indecible, sobre todo el corazón y era tanto el dolor que sentía nauseas, tenía la vista nublada y sudor frío empañaba mi piel. Mis manos temblaban apenas sosteniendo las riendas.
Agradecí que fuésemos a marcha lenta por detrás del primer batallón a pie.
Con el sol en alto a dos horas del amanecer, el mundo se veía, por desgracia, con más claridad. Apenas si podía creer que lo hiciera, la había sacado de aquí, había puesto su mano sobre la superficie del espejo, entonado para mí las palabas necesarias que abrieron la puerta que la condujo de regreso a su mundo.
Charlotte había rogado y aún así, mi mano sostuvo fuerte su muñeca al punto de hacerle daño.
Sus ojos viéndome llenos de dolor; ella comprendiendo mi traición.
Su dolor.
Su dolor el cual no se despegaba de mí. Se sentía como si la tuviese a mi lado, desangrándose; su sangre bien podía estar en mis manos, la sentía empapando mi pecho, la humedad caliente rodando por la piel de mi abdomen, empapando mis pantalones, cayendo por mis piernas para despeñarse en gruesas gotas desde puntas de mis botas a la tierra fértil de mi reino, ese reino por el cual lo cediera todo. El reino que intentada defender y defendería a cualquier costa, incluida mi sanidad mental la cual ya comenzaba a flaquear.
No tenía idea de cómo haría para conservar la cordura sin ella; siquiera sabía cómo hacer para continuar respirando sin su presencia a mi lado.
Giré la cabeza hacia mi derecha buscándolo.
Solamente podía ver su espalda, su recta postura, Morgan iba al frente, la capitana a su lado, muy pegada a él.
Ella debía saberlo ya. Todos lo sabrían tarde o temprano, la ausencia de Charlotte era más que evidente, también el golpe que imprimiera mi puño en la carne de Morgan.
En cuanto el momento pasara, Ivany se lanzaría a mi yugular. Ella me quitaría su apoyo, muy probablemente también lo haría Thurr, solamente me restaba confiar en que al menos ellos mantuviesen unida la alianza para así evitar que nuestro mundo encontrara su final consumido por aquella cosa que lo mataba todo en el norte. Me rehusaba a resignarme que mi reino sufriese mi mismo destino convirtiéndose en un reino desolado. Eso era yo, tierra abandonada, corrupta, suelo que rezumaba sangre, un reino cubierto por una miasma que olía demasiado a carne rancia, a enfermedad; ni más ni menos la enfermedad que nos impusiera a ambos, la de la traición. Charlotte no me lo perdonaría jamás y bien por ella, que me odiase, que se convenciera que yo no valía su amor ni nada que pudiese darme.
Lo mejor que ella podía hacer sería querer olvidar.
Le rogué a los dioses y a la madre para que lo consiguiera.
—Madre, apiádate de ella —susurré en voz baja.
Los casos de los caballos pisando fuerte, opacaron mi ruego.
Dudé que después de esta mañana, ni la madre ni los dioses quisiesen saber nada de mí. Branwen no volvería a hablarme, perdería su bendición.
Si nuestra marcha no culminaba pronto, el peso de la corona sobre mi cabeza terminaría por partirme el cuello.
Aparté la mirada de la espalda de Morgan y la puse en el horizonte, en las suaves lomas que de a poco perdían civilidad para convertirse cada vez más en terreno de la naturaleza.
Intenté inspirar hondo; mi pulmones se negaron a llenarse, el aguijonazo de dolor sobre mi corazón al expandir mi pecho, cortó toda intención en mí.