Rechazo.

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Escuché sus pasos aproximándose y tiré un poco para afuera de la caja que tenía frente a mí.

—¿Qué haces ahí dentro? —me preguntó divertido.

Así acuclillada como estaba, giré un poco sobre los dedos de mis pies y espié por encima de mi hombro.

—Busco un par de sandalias.

—¿Sandalias sexys? —tonteó recuperando su andar en mi dirección.

Sin duda el que lucía sexy aquí, era él, y sin demasiado esfuerzo, Claudio llevaba un simple traje gris oscuro que no por ser simple era menos llamativo. La confección del pantalón se ajustaba a la perfección a sus muslos y la chaqueta que ahora mismo no llevaba, resaltaba el ángulo de sus hombros en perfecta escuadra con su cuello, lo cual resaltaba su alto pecho, sus angosta cintura. La estupenda camisa de gemelos cuyos primeros botones llevaba sueltos, no era menos meritoria de elogios que su traje; las costuras caían perfectamente sobre sus músculos. Y si es que tal cosa era posible, hoy su larguísima melena ónix hoy brillaba más que nunca.

Al entrar en mi departamento, cuando me saludó con uno de esos besos que te quitan el aliento y que yo no esperaba porque mi cabeza estaba en cualquier parte, más precisamente en mi papá y en Rygan, noté que olía como los dioses.

—Unas que soporto.

—¿Unas que soportas? —rio.

—Sí, unas que supuestamente son elegantes y que no me matan los pies.

Sin apagar su radiante sonrisa, reanudó su andar en mi dirección y yo volví a meter la cabeza dentro del armario para dar con las sandalias que quedaban bien con el vestido que llevaría, uno que era apto para noches de ópera como la noche que sería en un par de horas.

Solía disfrutar muchísimo ir a ver a mamá pero hoy no sería el caso porque papá estaría presente y él me debía demasiadas explicaciones como para yo poder estar tranquila en su presencia, o ser capaz de disfrutar al ver a mamá cantar.

Abrí la caja y espié dentro. No eran las sandalias que buscaba.

Empujé la caja hacia la pila y apartando el ruedo de un larguísimo abrigo negro de paño, espié en busca de la caja que creía que necesitaba. Tiré de la caja y sentí sus pasos deteniéndose justo por detrás de mí.

—¿Puedo echarte un mano?

Espié hacia atrás para verlo arrodillarse justo por detrás de mí.

Sus dos manos tomaron mi cintura desnuda porque en este instante iba en ropa interior. No me pondría el vestido hasta último momento para no llegar al teatro convertida en una gran arruga.

Claudio besó mi hombro lentamente, tomándose tiempo para inspirar sobre mi piel.

Sentí aquel agradable cosquilleo en mi estómago, que experimentaba cuando él se me acercaba, sobre todo, cuando llegaba a mí con esas intenciones porque casi podía oler y sentir, cuando me deseaba.

Su nariz se enterró en mi nuca descubierta porque mi cabello estaba recogido en un intento de peinado con el que me esforcé por emular lo que Marehin lograba con mi melena. Al pensar en ella otra vez, sentí una dolorosa puntada de presión sobre mi corazón.

—Me desarma el modo en que hueles.

Sentí sus rodillitas acomodarse junto a mis pies, su entrepierna quedó pegada a mi trasero. No estaba duro pero de cualquier modo, sentirlo contra mí, nubló mi pensamiento.

—Claudio, necesito encontrar las sandalias.

—Podemos hacerlo rápido ahora y cuando regresemos en la noche, nos tomamos todo el tiempo que queramos.

Un reino desolado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora