Ocaso.

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Cadell lo propusiera y con el correr de los minutos a mí me parecía cada vez más, la peor idea de todas, una pésima posición de mi parte. Tenía noches escapándome de su presencia y ahora ella estaba sentada aquí a mi lado, esperando las noticias conmigo.

Muy probablemente lo más importante para Beth no fuesen las novedades que estaban a punto de llegar del norte sino el tener un momento a solas conmigo para reprocharme todo lo que se quedara con ganas de soltar sobre mí un rato atrás cuando me viera entrar a mi cuarto ojeroso y agotado.

A diferencia de las otras noches en que ella regresara a mi cama y allí se durmiera esperándome, anoche jamás llegué puesto que pasara mis horas en vela, en el templo, sintiéndome inquieto y quebrado, asqueado y dolido. Anoche Charlotte se había vengado de mí, lo sabía, ella debía haber seguido adelante con su vida. Anoche ella se desprendió de mí quebrándome en cientos de trozos filosos que sacaron sangre de mi interior y lo merecía.

Mi instinto intentó enfurecerse con ella y no lo logró. La responsabilidad de alejarla de aquí era mía, no suya. Si alguien la apartó de la vida que pudimos tener, de todo lo que pudimos ser, fui yo y no los dioses.

Muy probablemente, ella lejos de aquí, habría comenzado a recuperar su normalidad, su humanidad. A este paso, en nada, lo que nos unió aquí, se disolvería en ella allí.

Me convertiría en una pesadilla, en una que tarde o temprano olvidaría.

Ella jamás sería para mí una pesadilla sino el más bello de los sueños, el que no podría materializar jamás.

Náuseas treparon por mi garganta otra vez al pensarla con alguien más. Estaba seguro de que anoche ella había estado con alguien. Tal vez su novio y quizá alguien distinto. Ella me había contado sobre sus noches de fiesta.

Mi cabeza tomó fuego al imaginarla seduciendo a alguien más, sintiéndose libre de hacer con su vida lo que quisiera, disfrutando junto a quién quisiera.

Sentí mis muslos tensarse porque todo mi cuerpo quiso levantarse del trono, buscar un caballo, cabalgar a toda velocidad hasta el hogar de Lukehl, tomar el espejo y largarme a su mundo a moler a golpes al mal parido que se atreviera a tocarla, para luego empujarla a ella a la cama y demostrarle que lo nuestro todavía existía, que continuaba siendo suyo así como ella mía y que nadie podía amarla tanto como yo, que nadie podía darle tanto placer como yo.

Recordé su olor cuando me deseaba y su sabor... su sabor en mi boca.

Algo más que mis muslos se puso tenso.

Pretendiendo acomodar mis ropas luego de haberme sentado, me cubrí para evitar pasar vergüenza.

Beth espió en mi dirección para verme removerme inquieto.

Cadell desde el otro lado, también puso su atención en mí.

—¿Puedo serle de utilidad, Su Majestad?

—No, Cadell, gracias. Todo está bien.

Los dos escuchamos al mismo tiempo el repiquetear de las garras de Ivany sobre el respaldo de su silla. Ella entre tensa y malhumorada porque dejara más que claro que Beth no era bienvenida en su presencia (el desprecio con el que lanzaba miradas cada tanto en su dirección, era más que patente) no hacía más que saltar con su atención de la entrada de la sala del trono o a mí, cada tanto interrumpiéndose para susurrar algo al inclinarse en dirección a Thurr.

Se suponía que el mensajero debería estar aquí ya.

—Puedo ir a averiguar si el mensajero ha entrado en el castillo ya.

Un reino desolado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora