Aún no lograba despegarme del sueño por completo más lo percibí, su presencia me rodeaba y envolvía como una manta cálida que abriga en las noches más frías del invierno, y que protege como el escudo más duro durante la más sangrienta de las batallas.
Despertar sabiendo que pese a todo, ella continuaba a mí lado sin duda era un regalo que no merecía.
Debería estar respirando cenizas, ardiendo en llamas y en vez de eso mi despertar era junto a la tibieza de su cuerpo, a su perfume y al contacto de su carne contra la mía cuyo tacto sentí en mi cabeza. Los dedos de Charlotte acariciaban con delicadeza mi cráneo y aquella era la sensación más extraña que experimentar jamás. Mi cabello ya no estaba ahí y su falta era sinónimo de mi vergüenza y de cualquier modo, las yemas de sus dedos iban y venían por mi cabeza recorriendo sus formas mientras ella respiraba tranquila, tal vez todavía un tanto adormilada. Adormilada pero sonriente, Charlotte sonreía y no necesitaba ver sus labios o tocarlos para tener la certeza.
Por debajo de mis parpados se acumularon lágrimas.
Su mano se deslizó perezosa hasta mi nuca y dos de sus dedos subieron de puntillas otra vez hasta la parte posterior de mi cabeza haciéndome cosquillas.
Estaba matándome con lo que hacía, matándome de amor, de ternura.
—Buenos días —susurraron sus labios sobre los míos llenando así mis pulmones con su aliento, dándome vida.
Pese a que no abriera los ojos ella sabía que estaba despierto.
En vez de responderle o abrir los ojos, moví mi cabeza por la almohada hasta que mi frente quedó posada sobre la suya. Allí encontré el reposo que necesitaba y no merecía, en ella, ella sería siempre mi lugar seguro.
—Es diferente pero me gusta —me dijo en voz baja, todavía sin perder la sonrisa, deslizando sus dedos hasta mi sien izquierda. Su otra mano alcanzó mi barbilla sosteniéndome en mi lugar. Charlotte acarició mis labios con los suyos en el más delicado de los roses, de un lado hacia el otro de mi boca recordándome lo glorioso que era besarla y pertenecerle por completo. No tuve fuerza de voluntad para apararme y tampoco me quedaba vergüenza, no al menos en este momento. Estaba demasiado cansado, demasiado rendido y tenía la impresión de que todo lo que fuera, se había quemado y mis cenizas, pulverizado. Este Rygan que abriría los ojos hoy, sería un Rygan completamente distinto.
Su siguiente caricia sobre mí fueron sus uñas a penas tocándome pero de cualquier modo, arrancando de mí sin piedad, costras secas para dejar a la vista piel nueva. Su mano pasó apenas por encima de mi oreja y de cualquier modo, me estremecí de gusto, al punto de que mi piel se erizó y sentí tensarse mis abdominales; mi pecho se expandió y en aquel revivir de mi cuerpo, su palma llegó a mi mejilla para cubrirla.
Con aquella ternura cálida y húmeda que eran sus labios, me tentó, atrapando mi labio inferior entre los suyos para tirar un poco y luego soltarme dejándome ingrávido, deseando más y más de ella, de nosotros.
—No es tu cabello, siquiera tus orejas o esos ojazos de ensueño tuyos —me aseguró—. Eres tú y te amo, y te amaré por siempre, de cualquier modo, incluso cuando no te ames a ti mismo, cuando pienses lo peor de ti. Aquí estoy para ver la verdad de ti así como tú supiste ver la verdad en mí.
No lo soporté más, Charlotte era demasiado; las primeras lágrimas se me escaparon, lágrimas que ella se apuró a atrapar con sus labios en delicados besos que humedecieron mi piel en marcas que no se borrarían jamás.
—Lo único que puedo hacer es agradecer que estoy aquí contigo —me dijo entre besos.
Aparté mis parpados de entre nosotros porque no podía continuar escondiéndome y la miré con mis ojos enturbiados por las lágrimas; en efecto ella sonreía y al verme verla, su sonrisa se expandió todavía más.