Lo que por derecho nos pertenece.

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Con una taza de una infusión de canela y jengibre en una mano, una botella de agua fresca debajo de ese mismo brazo, una banana y un paquete de galletas dulces integrales en la otra, marché de regreso al baño. Necesitaría unas cuantas horas más para terminar de digerir la situación, Rygan estaba aquí, en la bañera de mi hermano, conmigo, en mi mundo, amándome como si no hubiese pasado ni un parpadeo desde la última vez que estuvimos juntos, deseándome tanto como el primer día.

Esto parecía una locura, el poder sentirlo, olerlo era absolutamente irreal.

Por la puerta del baño que quedara abierta me llegó el olor del champú y del jabón que mi hermano utilizaba.

Moví mis pasos en esa dirección y ante la puerta abierta debí detenerme porque allí estaba él, con la espalda apoyada contra la porcelana blanca, su cabello empapado pegado a su cabeza, cayendo por sus hombros, sus rodillas sobresaliendo del agua jabonosa, el agua cubriéndolo hasta debajo de sus pectorales. Rygan se había quitado el vendaje del hombro y se notaba que la herida tenía mejor color.

Giró la cabeza y me miró.

—¿Mejor? —me costó encontrar mi voz para hablarle puesto que en este instante mi cerebro solamente podía concentrarse en la idea de quitarme la ropa y meterme en la bañera con él.

Rygan asintió lentamente con la cabeza.

—Te traje una infusión, algo de comer y agua fresca. La comida aquí es distinta. Esto es una banana. Es dulce —le expliqué entrando en el baño, enseñándosela.

Lo vi estudiar la fruta con curiosidad.

Sobre la mesada del lavatorio bajé primero la banana y las galletas, luego solté la botella de agua del agarre de mi brazo y por último, cambié la taza de mano y giré hacia la bañera para tendérsela.

—Es una infusión que te ayudará a reponerte. Está apenas un poco endulzada. Pruébala —se la ofrecí—. Si no te gusta puedo prepararte otra cosa. Tendremos que hacer prueba y error con esto.

Rygan, en silencio, sacó sus dos manos del agua. Tentadores ríos corrieron por sus antebrazos hacia sus codos.

Tomó la taza de mis manos y de inmediato se la llevó a la nariz para olerla.

Alcé las cejas de modo inquisitivo.

—¿Qué te parece?

Rygan me miró otra vez.

—Huele fuerte.

—Tiene jengibre. Si es mucho para tu estómago, podemos probar con otra cosa.

Despacio bajó la taza caliente hasta sus labios y sorbió un poco.

Lo vi arrugar los labios y fruncir su entrecejo de un modo en extremo cómico.

—Joder, es picante.

—No mucho.

—Y dulce.

—Le puse apenas de miel.

Se quedó viéndome.

—Luego te explico que es. ¿Te gusta o no?

Antes de responderme, bebió otro sorbo.

—Aquí el agua huele distinto —fue su respuesta.

—Sí, aquí el agua tiene un sabor diferente también.

—Y la bañera es pequeña.

—Tú eres muy alto —lo corregí.

—¿Qué es eso? —me preguntó apuntando hacia el televisor que mi hermano tenía aquí, para llevarse la taza a los labios otra vez.

Un reino desolado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora