Vi a Sofía seguirlo con la mirada mientras él se alejaba en dirección a la cocina con las tazas de café vacías, café que él preparara y sirviera para nosotras conjuntamente con las cosas dulces que fuera a comprar a la panadería cuando le avisé que Sofía llamado para decir que vendría de visita.
Pude contar tres segundos hasta que ella al final buscó mis manos de encima de mis piernas y soltando un chillido que no logró contener del todo, las sacudió y las apretó.
—Ese hombre —jadeó—. Jo-der —fue su poco locuaz apreciación de Claudio. Y bien, de cualquier modo las dos teníamos ojos en la cara y podíamos verlo.
Sonreí con algo de timidez porque lo viera sin camiseta y sin dudas que las cicatrices que cargaba no le quitaban lo sexy, todo lo contrario, lo ternaban más real; Claudio era un hombre de verdad, no una fotografía en una revista de moda o de salud, era un sujeto de carne y hueso cuyo exterior sin duda acompañaba a su interior, de eso no me cabían dudas, desde que todo comenzara nos había acompañado a mi familia y a mí. Verlo con mi mamá, con mi hermano, y por sobre todo, a mi lado. Su presencia era un férrea constante que de algún modo comprendía, también le hacía bien a él.
Sofía por mí, se atreviera a preguntarle cosas sobre su vida en las cuales yo por estar demasiado absorbida en mi pena, siquiera tuve el tino de interesarme (lo cual no me enorgullecía; él sin obligación alguna, me ayudaba y yo no fui capaz de interesarme por su vida privada más de lo que conversáramos en el café).
En fin, que gracias a Sofía supe que no le quedaba familia alguna, que su persona más cercana era una suerte de padrino que siempre estuviera a su lado, un amigo cercano a su familia que en cierto modo terminó de tomarlo bajo su tutela cuando su padre se casó y tuvo a su hermano menor. También supe que su padre se comportara de modo despreciable con solamente con él, sino también con su mamá.
A pedido de Sofía nos contó donde fuera a la universidad y como fuera que lograra pagarla; Claudio había tenido una docena de trabajos distintos, desde camarero hasta cajero en un banco; y mientras estudiaba, para pagar el alquiler de su piso a medias con un compañero, y la universidad, trabajaba en un a peluquería canina por la mañana y en un bar por la noche luego de ir a clases por la tarde.
No le dio vergüenza alguna contarnos que por mucho tiempo apenas si tenía dinero para comer.
Me subió la temperatura y comencé a sudar cuando Sofía le preguntó por su última relación; una compañera de trabajo que según lo puso él, no fuera más que sexo, con ella terminara casi un año atrás y desde entonces estaba solo. Al entonar aquello último, me miró de un modo más que evidente que Sofi notó.
También supe que tenía pocos amigos, no más que un puñado pero que según él, eran muy próximos. Yo lo había escuchado hablar por teléfono preguntándole a alguien por su bebé lo cual no sonó a como cuando llamaba a su trabajo y luego, este mismo mediodía, lo que me pareció ser una invitación a ir a algún sitio a lo que él respondió que esta noche no podía; no podía porque quedara con mi hermano y con mi mamá que se quedaría esta noche otra vez conmigo.
Perdida en él, viendo en dirección a la cocina, sentí a Sofi dar saltitos de entusiasmo sobre el sillón a mi lado.
—Ese hombre es un regalo caído del cielo —añadió en voz baja dándole otro apretón a mis manos.
Sí, algo así, que además también se ofreciera a llevar a Thiago a su revisión médica al día siguiente por la mañana, Thiago no tenía coche, su bicicleta había quedado inutilizable y además, tampoco podía usarla, eso y que Sofi tenía una reunión de trabajo temprano.
Se me escapó una sonrisa y la miré.
—Lo tiene todo de bueno.
Mi sonrisa se expandió.