Tenía la seguridad de que hacía algo mal. El artilugio frente a mí emitía borboteos ahogados.
Charlotte me había explicado que debía ser cuidadoso con la electricidad, sobre todo cuando la situación involucraba agua de por medio; según ella, el agua y la electricidad no se llevaban bien.
La electricidad tampoco se llevaba bien conmigo, menos este condenado aparato. Debí permitirle a Charlotte que me explicara una tercera vez como preparar esta cosa que colaría su café mientras ella tomaba su ducha.
La ducha no había presentado problemas para mí, tampoco el baño. Aún me maravillaba como funcionaban las hornallas de la cocina, con un gas inflamable que llegaba hasta aquí arriba por cañerías. No creí que fuese a acostumbrarme a la televisión y tampoco a los coches, por lo que no me urgía volver a subirme en uno, en un futuro cercano si bien Charlotte me explicara que para trayectos largos para caminarlos, era el medio de transporte más frecuente. Otra cosa que no se me antojaba era tomar el subterráneo si bien me daba curiosidad ver aquello.
Tenía tantas cosas por ver que me sentía entre aterrorizado y entusiasmado. Entendía que necesitaba regresar a casa cuanto antes y sin embargo, debía admitir que estar aquí con ella no era malo, para nada, tanto así que hasta me había atrevido a soñar con que cuando todo quedara resuelto en Ghaudia tal vez nosotros pudiésemos tomarnos unas vacaciones aquí para ser solamente nosotros dos; Charlotte había hablado de enormes playas bañadas con aguas tibias, de regiones exóticas con animales que incluso viéndolos en fotografías y filmaciones, me parecían imposiblemente irreales.
Bebí de mi taza de infusión y escuché el gotas chocando contra cristal.
Bajé la taza y la vista y...
—¡Por los dioses y la madre, funciona! —el café estaba cayendo en la jarra de vidrio de la cafetera. ¡Lo había logrado! Mi primera taza de café para Charlotte. Y se suponía que esta noche me enseñaría a preparar una comida típica del país del que provenían los padres de su abuela materna.
El oscuro líquido que a mí me parecía intomable pero que a Charlotte le agradaba comenzó a acumularse en el fondo de la jarra.
Alcé mi taza de infusión que fuera tanto más sencilla de preparar, lo cual hiciera por mi cuenta luego de que Charlotte me explicara como funcionaba la jarra que calentaba el agua, y brindé solo, por mi éxito.
Bebí un largo sorbo y extraje de aquel extraño paquete, una galleta oscura que tenía un sabor delicioso. Era la última porque lo había devorado todo al cabo de comer una banana.
La metí en mi boca entera y los trozos se mezclaron con el relleno en el interior de mi boca.
Extrañaría estas galletas cuando regresara a casa, también la infusión y el modo en el que olía aquí porque el aroma de mi compañera estaba impregnado en cada espacio.
Terminando de masticar la galleta, bebí otro sorbo de la infusión y fui hasta las alacenas donde se suponía había más comida.
Di con un paquete rosa que se suponía que también eran galletas. Por debajo del olor del plástico se sentía un aroma un tanto frutal y ácido. Moví el paquete a un lado y di con uno más pequeño que tenía insectos dibujados. Lo olfateé; el aroma era tanto más dulce y amable con mi nariz más aún así... debía ser sincero conmigo mismo, lo que quería eran más galletas de chocolate a pesar de que me daba vergüenza haber comido uno entero ya. Encontraría un modo de poder pagarle a Charlotte los gastos que le ocasionaba y sin duda que la próxima vez que hubiese ir de compras, procuraría hacerme cargo de aquello. Después de todo había podido comprar comida una vez, si bien prefería no recordar aquello porque cada vez que recordaba la comida de McDonald's me entraban náuseas.