Extraña.

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Por las hendijas de la persiana se filtraban los últimos restos de claridad del día.

En ningún momento me fijara la hora en mi móvil, el cual quedara abandonado sobre mi mesa de noche anunciando que pronto se quedaría sin batería sin embargo podía estimar que debían ser las siete y media, o tal vez las ocho. Tanto daba, no planeaba a levantarme de la cama a preparar de cenar, no tenía apetito y en este instante apenas si era capaz de localizar dónde tenía el estómago; sentía el cuerpo entumecido, dormido, tal vez muy lejos de aquí, lejos de aquí en un mundo completamente distinto cuyo aire olía a raíces de esas que se prenden de la tierra con garra. Mi cuerpo parecía haberse largado a Ghaudia sin mi, abandonando aquí mi esencia para que se disolviera en la penumbra que me rodeaba.

Mis puños se cerraron sobre el acolchado de mi cama esperando percibir la suavidad de las sedas de mi cama, en mi cuarto, en el castillo.

—Marehin —la voz apenas si me salió porque de hecho era la primera vez que entonara palabra desde muy temprano en la mañana.

Por supuesto, Marehin no reaccionó a mi llamado, ella no llegó desde su cuarto con su mirada cálida y palabras reconfortantes a asegurarme que todo saldría bien. Tampoco vendría la madre o Morgan.

Morgan que debía haber marchado al norte.

¿Sabría lo que Rygan me hiciera?

Me lo pregunté una vez más y de inmediato me dio acidez. No podía parar de preocuparme por él porque si habían reñido... y justo antes de partir al norte.

Pensé en la furia con la que se suponía que volaría, en Faelynn, en Whes y en Stina, en aquello que podía estar sucediendo en este instante en el norte y así mi sufrimiento se tornó todavía mayor.

No solamente estaba costándome lo indecible vivir aquí, sino que además, me parecía insoportable no estar allí con los demás, con aquella tierra en la que por odio me entregaron, la tierra que me abrazó, que cuidó de mí.

No tenía idea de cómo haría para seguir adelante, me sentía como una extraña aquí tanto como me sintiera como una extraña allí.

Hoy por hoy, todo me parecía imposible, incluso el seguir viviendo. No podía parpadear sin extrañarlo, dar un paso sin necesitarlo, probar un bocado sin precisar de sus besos o dormir sin tenerlo a mi lado. El dolor que me provocaba la distancia y la ausencia era peor dolor que cualquier padecimiento físico que hubiese sufrido en el pasado; incluso aquella cosa que clavó en mi pierna, dolió tanto cuanto dolía el estar separada de su lado. Tanto dolía que siquiera podía sentirme enojada con él por haberme regresado aquí. En mí no había espacio ni para un gramo de rencor, tanto era así que si en este instante se aparecía ante mí buscándome, no lo pensaría ni por una fracción de segundo, simplemente me lanzaría a sus brazos para pegarlo a mí, para adherirme a él, para repetirle hasta la afonía, lo mucho que lo amaba.

—Rygan —entoné con la misma pobre voz con la que llamara a Marehin un momento atrás.

¿Qué estaría pasando ahora por su cabeza, por su corazón? ¿Estaría siendo sencillo para él el vivir sin mí?

Cuando entré en su cuarto supe que algo no iba bien pero jamás imaginé que sería esto, podía percibir su tensión, su angustia pero creí que era por la inminencia de la partida del ejercito; jamás hubiese imaginado que era por la mía.

¿Cómo había podido?

¿Cómo fue capaz si por un segundo, cuando lo nuestro fue un hecho, pude dudar de que él era tan mío así como yo era suya?

El dolor y la presión en mi pecho, me aplastó contra la cama.

Apenas si podía respirar.

Cerré los ojos para largarme a la oscuridad de mi cabeza en un pobre intento de alejarme de todo, lo único que conseguí fue recordarlo viéndome a los ojos como si ante él tuviese absolutamente todo lo que necesitaba para vivir.

Un reino desolado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora