Legado.

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Claudio, en su choche, no paraba de sonreír. Conducía con la mano derecha sobre el volante y la izquierda sobre la ventanilla, con su codo fuera, apenas prestando atención al camino, sus ojos y su sonrisa eran para mí.

Todavía no podía creer que estuviésemos haciendo esto. Cuando le dije que planeaba salir a correr, se ofreció a acompañarme. Al salir de mi cuarto ya en zapatillas deportivas, leggins, top deportivo con una fina camiseta por encima, lo vi en jeans negros, sus botas de siempre y camiseta también negra, dándole vueltas en el dedo índice de su mano derecha, a las llaves de su coche alegremente.

—¿Qué te parece si salimos de la ciudad?

Su propuesta primero me sorprendió; un parpadeo más tarde, mi cuerpo aceptó aquello porque sabía que le caería genial; correr rodeada de verde sería como regresar allí.

Por eso tenía tres horas corriendo sobre asfalto pero rodeada de los arboles que crecían a un lado y al otro del camino. Más de tres horas corriendo sin parar, a un ritmo del cual no creía que mi cuerpo aún fuese capaz porque era el ritmo de la doceava, la resistencia de la doceava.

Corría sin parar, sin sentir real cansancio, sin experimentar necesidad alguna de detenerme. Mi cuerpo ya había pasado por encima del límite del miedo, el cual me gritaba que no volvería a ser capaz de hacerlo porque esto no era Ghaudia y ahora mis piernas se movían sin duda, sin pausa. Mis pies chocaban contra el asfalto para seguir y seguir.

Mis brazos se movieron al ritmo de mis piernas, mi respiración estable, mi mirada puesta en el horizonte que alcanzaba y dejaba atrás con cada tranco.

—¿Cómo vas? —quiso saber Claudio con su enorme sonrisa todavía en alto.

—Bien, sigo bien —mi voz tembló un poco por culpa del trote.

—Esto es una locura. ¿Tienes idea de la cantidad de kilómetros que has corrido?

Estimaba la distancia que llevaba recorrida pero prefería ignorarla, temía que si mi cerebro tomaba consciencia de lo que estaba haciéndole a mi cuerpo, no podría volver a dar un solo paso.

—Joder, Charlie, eres una bestia —me dijo divertido.

Fue mi turno de sonreí.

—Dicho con cariño, claro está.

Mi sonrisa se amplió.

—Siento que debería bajar y acompañarte por al menos un par de kilómetros.

—El coche —jadeé.

—Sí, no quiero dejar atrás el coche. ¿Quieres agua?

Negué con la cabeza sin perder de vista el horizonte.

—¿Cansada?

Negué con la cabeza otra vez.

De refilón lo vi alzar un poco su muñeca izquierda de la carrocería del coche para echarle un vistazo a la pantalla.

—Tres horas veintitrés de carrera. ¿Por cuánto tiempo más seguirás?

—Hasta completar las cuatro horas.

Claudio dejó escapar una carcajada.

—Te lo tomaste muy en serio, lo que te dije.

Sus palabras me habían ayudado a abrir los ojos, sí.

—¿No es la primera vez que haces esto? A correr así me refiero.

—No —le respondí sin mirarlo.

—¿Cuándo fue la primera vez?

¿Contando en el tiempo que pasara aquí o el que pasara en Ghaudia?

Un reino desolado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora