Deja que el filo hable.

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—Este que está aquí es un aparador de cedro del mismo estilo que el anterior —abrí las puertas acristaladas del mueble para enseñarles a los clientes su interior—. La madera fue conservada de forma excelente. Los estantes son originales, también los herrajes de bronce. Este es un poco más grande que el otro que les enseñé. Tiene un metro ochenta de ancho por un metro cincuenta y cuarenta centímetros de profundidad.

Una de las mujeres vino hasta mí y echó un vistazo al interior del mueble.

—Apenas si parece usado.

—Sí, ya lo recibimos estupendo. Lo único que se le hizo como a todos los muebles fue quitarle el lustre viejo y protegerlo. Es un pieza sólida, maciza.

—Seguro pesa como el carajo —soltó su pareja y las tres reímos.

—Sí, no es fácil de mover —convine—. Pero eso lo hace perfecto para guardar toda la vajilla que tengan.

Las dos mujeres cruzaron una mirada, la rubia a mi lado, se sonrió, ya me había comentado que le perdía comprar vajilla antigua de porcelana y que tenía media docena de juegos distintos. También otros tantos de copas.

—Creo que este combina perfectamente con la mesa de estilo provenzal que les gustó.

Cruzaron una mirada y entendí que así les parecía a ellas también.

—¿El precio? —me preguntó la de cabello corto poniendo cara de miedo.

Cerré la puerta que abriera y recogí el cordón que pendía del herraje para enseñárselos.

A las dos se le desorbitaron un poco los ojos.

—Si lleva la mesa también, les haré un quince por ciento de descuento sobre toda la compra.

Volvieron a mirarse entre ellas.

—Te encanta la mesa —le dijo la rubia a la de cabello corto.

—Y quieres ese aparador —le contestó la de cabello corto la rubia.

—Es culpa de Charlie que me mostró exactamente lo que necesitaba.

—¿Necesitabas? Lo que necesitaremos es una casa más grande —medio resopló medio rio la de cabello corto.

—En eso no puedo ayudarles pero si se llevan el mueble de bar que les gustó, el flete corre por nuestra cuenta.

La rubia chilló entusiasmada y la de cabello corto me lanzó una falsa mirada de odio.

—Charlie, eso es jugar sucio —me acusó.

La rubia, sosteniendo su abultada barriga, se pegó a la de cabello corto y le besó la mejilla en claro soborno.

—Vamos, amor. Nos encanta todo y cuanto antes tengamos terminada la casa, mejor.

—Nos falta la cuna. Los niños nacerán en dos meses y todavía no tenemos cunas.

—Bueno, da la casualidad de que tengo dos cunas de bronce gemelas que son una absoluta maravilla.

A la rubia se le iluminó la mirada.

—Te odio —me dijo la de cabello corto.

—Puedo enseñárselas, es sin compromiso.

—Sí, claro, seguro, nos iremos de aquí con más cosas de las que necesitamos.

—Necesitamos cunas —gimoteó la rubia y yo reí.

—Bien, las cunas —resopló la de cabello corto, rindiéndose.

Un reino desolado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora