Inserté la llave en la cerradura con cuidado de no hacer ruido. La precaución podía parecer torpe a simple vista porque lo real era que mi papá y Cynan, si querían encontrarme, sabían dónde más podía estar además de en mi departamento; mas de cualquier modo.
Pedro se preparó a mi lado listo para entrar en acción si así era necesario, pese a que le rogara que ni se le ocurriera enfrentarlos.
Rygan por detrás de nosotros, no del todo resignado a mantenerse al margen de la situación, inspiró hondo.
Antes de hacer girar la llave en la cerradura espié hacia atrás por encima de mi hombro para verlo. Todavía lucía pálido, por no decir un poco verde, después de haber vomitado otra vez en el trayecto hacia aquí. Mi hermano había tenido que detenerse en doble fila en mitad de la avenida para que Rygan pudiese bajar y vaciar junto al cordón de la vereda, su estómago. Claramente aún no se acostumbraba a viajar en coche y ya había dejado en claro, con su voz sonando como un gruñido, que no se acostumbraría jamás. Lo que él no quería, era acostumbrarse a esto, a este mundo. No paraba de repetir que el aire era irrespirable, que había demasiado ruido, demasiada gente, que la iluminación no era normal, que las personas vestían raro, que la música que salía de los parlantes de la camioneta de Pedro era lo más horrendo que escuchara jamás.
No, definitivamente Rygan estaba decidido a no aceptar nada de lo que lo rodeaba porque estaba enojado, asustado, nervioso. Todo él era un manojo de intensos sentimientos que sabía debían estar sofocándolo; el cambio era demasiado para él y él no tenía ni idea de por dónde comenzar a aceptar la situación, ya que después de todo, a mi modo de ver, lo más complicado para él no era asimilar este mundo sino el hecho de que los dos termináramos aquí porque mi padre había ayudado a su hermano a destronarlo, a quitarlo de en medio para hacerse de lo que supuestamente, Rygan le robara cuando él por años creyera que alguien le robara a su hermano, al cual no dejó de extrañar jamás.
Por eso no hacía caso a sus gruñidos reprobatorios, a sus constantes rezongos y críticas; su miedo y su tristeza eran demasiado intensos. Si él tuviese idea de lo mucho que lo lamentaba.
Busqué sus ojos con los míos e intenté con una mirada, decirle que lo resolveríamos juntos. Rygan sin más, volvió a gruñir rascándose el pecho porque decía que la remera le picaba, que la tela con la cual estaba confeccionada era insoportable. La remera era de puro algodón.
Aún no podía terminar de creer que lo veía en camiseta de mangas cortas, pantalón deportivo y las ridículas ojotas Adidas de mi hermano. En cuanto me hiciera de mis tarjetas de crédito le ordenaría online un par de zapatillas porque de pasar de verlo con su elegantes ropas de siempre a esto... ciertamente era en extremo bizarro.
No porque el pantalón no hiciese que su trasero ya de por sí perfecto se viese todavía más tentador y la camiseta atravesando su pecho y contorneando sus músculos... es que él con sus orejas, su cabello larguísimo y su porte, simplemente parecía disfrazado en aquellas ropas.
Rygan parpadeó lentamente cortando la comunicación visual entre nosotros.
—Charlie —me llamó mi hermano en un susurro.
Sin entonar palabra, volví la vista al frente y me concentré una vez más en la llave dentro del ojo de la cerradura.
La hice girar y el pestillo se deslizó con suavidad.
Empujé la puerta y...
El empujón que recibí por detrás por poco y me derriba y también a Pedro.
—¡Cynan! —exclamó Rygan lanzándose hacia mi sala de estar sin más, terminando de abrir la puerta, la cual se me escapó. La llave quedó en la cerradura y mis manos sosteniendo el aire.