Me llevé la botella de agua a los labios y bebí.
Estaba muerta de calor y me sentía cubierta de polvo. De hecho, la suciedad de los muebles que llegaran a mediodía, se adhiriera a el sudor en mi piel. El día estaba siendo sofocante y agotador. Agradecía haber tenido mucho trabajo pero el calor... no me habría molestado trabajar con aire acondicionado.
Aparté la botella de mis labios y abrí la puerta, lo primero que haría al entrar a mi pequeña oficina sería conectar el aire acondicionado y sentarme al menos por cinco minutos.
Además necesitaba tener un momento de paz para averiguar si hubiera alguna novedad sobre el asesino del sujeto que nos vendiera los espejos. Todo el mundo hablaba de aquello porque hasta lo que se sabía, al sujeto no le robaran nada y el modo en el que terminaran con su vida era más que particular.
No podía parar de pensar en una espada atravesando su cuello.
Una espada que aquí era un arma poco común, por no decir rara.
El suceso me incomodaba cada vez más.
Entré en mi pequeña oficina, encendí la luz y busqué el control remoto del aire acondicionado.
No alcancé mi silla que mi móvil empezó a tocar.
Rescatándolo de mi escritorio entre papeles y el vaso de café que olvidara desechar en la basura, vi que era mi abuela.
Por un segundo, sin saber con motivo de qué, me asusté al punto de que mi cuerpo se tensó listo para reaccionar, listo para la batalla.
—¿Abuela? —mi voz sonó así como me sentía.
—Hola, tesoro, ¿estás ocupada? ¿Llamo en mal momento? Suenas... ¿todo en orden por ahí? Tu mamá comentó que estabas en el trabajo.
—Sí, abuela, todo está bien —le respondí respirando un tanto más aliviada porque a ella se le escuchaba normal.
—Menos mal, mi cielo. ¿Mucho trabajo?
—Algo, hoy llegaron unos muebles estupendos que son una verdadera joya. Siento que tengo polvo y telarañas hasta en las orejas pero estoy bien.
Mi abuela rio.
—Me alegra tesoro, en verdad que sí.
—¿Contigo todo bien?
—Sí, yo estoy bien, mi vida. Hace un momento terminé mi última clase del día, que mis alumnos parecen todos muy entusiasmados por mi regreso y todos querían clases esta semana.
Mi abuela ya no cantaba de modo profesional pero sí daba clases a aspirantes a cantantes de opera y de hecho también, a cantantes de opera profesionales y reconocidos.
—Bueno, te extrañaron —reí.
—Sí, eso parece—. Mi abuela se aclaró la garganta y supe que estaba a punto de llegar lo que temiera cuando vi que era ella al teléfono—. Tengo novedades que contarte.
—¿Novedades?
—Sobre tu papá.
Apreté los parpados y esperé lo peor. Supe que me diría que estaba muerto, que entre nosotros, no existía posibilidad de reencuentro. Así sin más, me sentí increíblemente vacía por dentro. Vacía e incrédula. Podría haber muerto y que yo siquiera lo sospechara.
Mi papá...
De pronto los años vividos separados dolieron lo indecible.
Era él quien se alejara de mí, de mamá, de nosotros, más aún así, por alguna razón, me sentí en falta. ¿Debí buscarlo antes?