Mi brazo cansado comenzaba a renegar de tener que soportar el peso de mi cabeza; las sienes me latinan. Mi frente se sentía como el terreno duro en que se intenta horadar en búsqueda de agua. Mi cerebro era una fuente de preocupaciones y pesares, no de agua. Ciertamente lo que fluía dentro de mi cabeza era denso y oscuro.
Le permití a mi brazo agotado, descansar sobre el apoyabrazos del sofá en el que me encontraba desparramado y solté la pesadez de mis pensamientos al respaldo, cerrando los ojos al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás.
El fuego comenzó a chisporrotear dentro de la chimenea por culpa de los leños que debían estar húmedos. Lo siguiente que escuché fue el silbido del vapor escapando por uno de estos, con tanta claridad que me amargo. Así era el espacio que me rodeaba, en extremo silencioso. La casa, que siempre me resultara acogedora en comparación con las dimensiones del castillo hoy por hoy tenía gusto a una extensión demasiado basta.
Desolación.
Esta casa sin ella era desolación pese a que aquí no compartiéramos ni un solo instante juntos, peor que eso, Charlotte siquiera sabía de esta casa, no al menos del verdadero significado que la propiedad tenía para mí.
Qué estúpido fuera, años atrás al creer que la vida podía ser aquí, la que me viera obligado a apartar de mi lado, la vida que todavía me dolía.
Cynan insistiera en que lo merecía.
No, definitivamente no merecía tener una casa familiar lejos del castillo, a la que pudiese escaparme para vivir como cualquier otro macho junto a su compañera.
Este se supone, sería mi refugio.
Hoy era el recordatorio de mis fallos, el castigo por la sangre y el dolor que causara.
Charlotte jamás pusiera un pie aquí, y sin embargo, esta casa era suya.
Casa Grande, una tan grande como la falta que me hacía, como el amor por ella que latía en mí cada segundo.
Abrí los ojos y me sentí terriblemente despierto pese al cansancio y al malestar físico.
De mi vida ya no quedaba escapatoria.
Haciendo un acopio de fuerzas, me incorporé e incliné hacia la mesa baja frente a mí para recoger la copa vacía y cargara por... ¿cuarta vez? No lo recordaba. Quizá fuese la quinta.
Con la copa casi rebalsando de bebida, me recosté otra vez sobre el sofá.
No hice más que tocar mis labios con la copa que llamaron a la puerta.
Fuera quien fuera, no esperó a mi respuesta.
—Señor —me llamó Marehin y he de decir que no me extrañó en lo más mínimo verla entrar al salón sin más. Marehin se echara sobre sus hombros, la tarea de cuidar de mí, a sol y a sombra y entre nosotros, con el correr de las horas, parecía haberse evaporado por completo las barreras, lo que en cierto modo era reconfortante porque en la vida me sintiera más solo que en estos últimos días. A decir verdad, todavía no podía terminar de creer que Marehin, después de lo que le hiciera a Charlotte, se adhiriera a mi persona de modo tan determinante y firme.
—¿Señor, todavía aquí? Lo hacía durmiendo, ya.
Se me escapó una sonrisa amarga y bebí. Esa fue toda la respuesta que le di. Marehin por supuesto, no se intimidó en lo más mínimo y terminando de entrar en el salón, cerró la puerta tras de sí.
—Señor, no tocó su cena —entonó angustiada.
Lamenté no poder hace más que preocuparla.
—Señor —insistió con voz estrangulada—. Es tarde, debiera retirarse a descansar.