Incluso antes de apartar los parpados comprendí que algo no estaba bien, nada bien. El aire que entraba por mi nariz era denso y sofocante al punto de que mis pulmones se negaban a absorberlo. Mi cabeza atontada por la inconciencia se nubló todavía más. Tuve la impresión de que respiraba el aire de un mundo en llamas, caliente y cargado de los desechos de una consumición completamente anormal y perversa, como si aquí el fuego no fuese simplemente eso, sino veneno. ¿Acaso estaba en el norte?
¡Por los dioses y la madre que mi cabeza era un mar de confusión!
Y mi cuerpo... mi piel hervía. Sentí la transpiración en mi espalda, la cual pegaba mi piel a la prenda que llevaba y la prenda al mullido soporte que contenía mi cuerpo.
¡Por los dioses y la madre mi cabeza iba a matarme de dolor!
Mi cabeza y...
Hasta mis párpados se pusieron tensos cuando lo recordé porqué el dolor en mi hombro estaba allí, en mi carne.
Gruñí.
Charlotte, mi hermano, Darrigan, el integrante de la congregación muerto.
Mi hermano apuntando con esa cosa en dirección a Charlotte; el estallido y luego él empujando mi mano hacia el espejo que cargaba en su chaqueta. El torbellino que nos sacó de la casa y nos lanzó muy lejos.
Su rostro frente a mí, su deliciosa boca a centímetros de la mía. Su cabello de fuego empapado y desparramado sobre sus hombros desnudos sobre los cuales aún rodaba la lluvia; ella luciendo aquel estupendo traje verde que resaltaba cada suave curva de su lánguida figura.
Charlotte y la locura de verla de regreso junto a mí. Y no solo eso, ¿Darrigan era su padre? Eso no podía ser cierto, nada de esto podía ser real. Debía ser una pesadilla por culpa del veneno, un delirio. El dolor en mi hombro era inventado por mi cabeza, también este aire inmundo que no podía respirar.
Joder que iba a ahogarme aquí.
Trague saliva con un gusto espantoso, que se juntara en mi boca desde que despertara y aparté los labios para acabar boqueando como un pez fuera del agua.
Aquella cosa que se zarandeaba y avanzaba de prisa. Charlotte hablándole a esa cosa que sostenía en su mano.
Las luces, el movimiento y otra vez, el aire que olía tan raro.
El calor, ¡el maldito calor húmedo que se pegaba a mí!
No, nada de esto podía ser cierto.
Humedecí mis labios ajados y tragué saliva otra vez. Necesitaba agua. Necesitaba despertar.
Necesitaba y no percibir la proximidad de su presencia de modo tan certero porque enloquecería cuando recuperara la cordura y comprendiera que ella no había regresado por mí, que todo continuaba igual a como estaba cuando la madre y Marehin se despidieron de mí.
Me esforcé por apartar las sensaciones de mi pecho y no lo conseguí. Ella continuaba cerca, muy cerca, de hecho la sentía por todos lados como si me envolviera con una manta.
—Charlotte—. Su nombre se escapó de mi garganta seca y áspera, de lo profundo de mi pecho perdido por el dolor que infundiera una y otra vez a los que más amaba, adrede o sin querer.
Las lágrimas que se me escaparon por mis parpados todavía caídos, ardieron sobre mis mejillas para caer por los costados de mi rostro hasta entrar en mis orejas, deslizarse por mis lóbulos y luego caer en mi cabello el cual sabía estaba desparramado sobre la almohada que sostenía mi cabeza.
No estaba soñando.
Cynan nos había sacado de Ghaudia para lanzarnos a su mundo.
Charlotte estaba aquí por alguna parte, muy cerca.