Seguí con la mirada el mechón de cabello mientras se deslizaba dibujando un espiral desde el borde del plato hacia el fuego en su centro.
El fuego atrapó mi ofrenda a los dioses y la madre para llenar el aire de olor a vida, de la intensidad de nuestras fértiles llanuras que esperaba la madre deseara proteger. No creí que pudiese digerir todavía más destrucción y dolor.
Rygan muerto, Morgan en una celda, la pobre de Marehin a quien no le quedara más remedio que huir con su familia, integrantes del Concejo muertos, casas destruidas, familias enfrentadas entre sí, los centauros exiliados pese a que aún había muchos convalecientes. Muerte y destrucción por doquier. Thurr que debió huir dejando atrás el cuerpo su hija mayor.
No pretendía juzgar, mucho menos comprender los actos de la madre mas todo esto parecía una pesadilla, la mas oscura y terrible de todas.
Tantos años de dolor y separación culminaban en el regreso de Cynan quien se había impuesto a sí mismo al trono, amenazando con cortarle la cabeza a quien se atreviera a siquiera poner en duda su derecho de sucesión.
Y Darrigan...
Darrigan que se movía a su lado como una sombra cuando él siempre fuera luz.
Todavía podía recordar la dulce inocencia de sus primeros años cuando verlo me llenaba de esperanza y de gozo. Por tanto tiempo creí que Darrigan sería una puerta hacia nuestro futuro, uno que fuese a acercarnos de modo definitivo a los dioses y la madre porque sin lugar a duda, sus dones eran únicos.
Darrigan había nacido bendecido, iluminado por la madre misma y si bien era de carne y hueso, lo que lo llenaba era lo que no se puede tocar ni explicar. Darrigan era más de la madre y los dioses que nuestro, siempre lo fuera por eso de a poco se había ido cerrando sobre sí mismo, empujado por aquellas diferencias que lo hacían único y un mundo que muy probablemente no estuviese preparado para él.
Darrigan había sufrido desprecio e incomprensión desde muy niño. Si hasta a mí me tocara ser testigo de las burlas y los comentarios dirigidos en su dirección, insensateces que Marrigan apenas siendo una niña muy pequeña, atajó de su hermano como el más aguerrido y duro de los escudos.
Esos dos niños crecieron para ser una sólida unión que arrancó a su familia de la posición que ostentaba para aislarla y marcarla de un modo muy distinto al del poder que heredaran por la sangre y su nombre. La casa Brochfael pasó de ser respetada a temida e incomprendida, igualmente Darrigan.
Las cosas cambiaron un poco cuando Darrigan encerró sus dones en sí mismo y muy posiblemente en la privacidad de su familia, para luego enlistarse en la fuerza pero por supuesto, a nadie le sorprendió que en un parpadeo, consiguiera un lugar en la doceava y que se ganara la confianza del rey para convertirse en uno de los generales más jóvenes de la historia. Tampoco sorprendió a nadie cuando Cynan se pegó a él, ante el desprecio de su padre porque quien mejor que Darrigan para entender lo que implicaba el desprecio y la incomprensión.
Lo que sí sorprendiera a todos, fuera su desaparición junto con Cynan y más aún, el regreso de ambos, completamente ilesos y luciendo como si para ellos ni un día hubiese pasado.
Sin duda, lo más impactante para mí, fuera el modo en el que regresaran, enojados y sedientos de sangre, sangre que no temieran derramar.
Aún no podía comprender cómo Darrigan, tan cercano a la creación de la vida misma, podía soportar la sangre y la muerte sin siquiera parpadear.
Le pedí a la madre que nos diese luz, que me diese luz y sabiduría para estar allí donde más me necesitara mi gente, para no defraudar mi posición, para frenar el dolor que parecía querer llevarse a nuestro mundo por delante como una gran ola que llega desde las profundidades del mundo para barrer la tierra en un cataclismo que pone fin a todo lo conocido.