Mi rey.

29 5 0
                                    


Me mantuve en silencio todo el rato mientras el sanador y sus ayudantes se ocupaban de tratarlo.

Morgan no llegara solamente magullado sino seriamente herido. La furia que lo cargó me contara que apenas si mantuviera la conciencia durante el vuelo.

Las heridas más que nada, eran golpes internos que maltrataran no solamente su carne y sus huesos, sino también sus órganos. Al escucharle decir al sanador que poco faltó para que la contusión en su frente fuera mortal y de hecho, por culpa del golpe, vomitara otras dos veces desde que llegara aquí, fue terrible. Morgan sabía quién era y dónde estaba mas se notaba la lentitud en su capacidad de respuesta, era como si tuviese que pensar el doble de tiempo, en búsqueda de cada palaba que quisiera entonar.

Más allá de ser un excelente solado, de ser un de los mejores generales de la historia, Morgan había tenido suerte de no morir. Enfrentarse solo a un trol en aquella montaña fue una locura. Cuando contó que rodó montaña abajo y que por poco y cae en aquella cosa... volví a estremecerme al recordarlo.

El momento del silencio quedó atrás y ahora que nos encontrábamos a solas con él resistiendo beber algo de caldo caliente, la situación era otra.

Morgan bebió un sorbo más y bajó el cuenco a la pequeña mesa de apoyo junto a su catre.

El último en partir fuera el mensajero luego de que yo escribiera la nota que él relatara, porque todavía estaba mareado y demasiado dolorido para escribir. Morgan se había limitado a firmarla y marcarla con el sello de su casa.

—Puedes ir a descansar si quieres. Me siento mejor.

Cruzándome de brazos, lo enfrenté.

—Nalu, por favor, no empieces. Me duele la cabeza.

—Y todo lo demás —añadí.

Morgan amagó una sonrisa.

—Y todo lo demás —convino—. Estaré bien.

—No lo dudo—. Inspiré hondo—. ¿Perdiste la cabeza?

—Nalu, te lo ruego, los dos sabemos muy bien que tú en mi lugar, hubieses hecho lo mismo, teníamos que sacarlos de allí, tal vez sean los últimos.

Esas palabras suyas pusieron un peso extra en mi estomago, el que se sumaba a mi preocupación por él.

—No debiste arriesgarte así. Deberías regresar a casa de inmediato, de cualquier modo, ahora mismo no hay nada más que podamos hacer aquí.

—Sí podemos hacer más, tenemos que buscar al resto de los centauros.

—Lo más probable es que murieran, Morgan y lo sabes.

Me puso mala cara.

—Y deberíamos buscar a los trols, descubrir donde acampan. Encontrar la fuente de esa cosa que lo corrompe todo.

—No sin antes saber qué es eso, Morgan, no sin una verdadera fuerza con la que enfrentar esto.

—No esperaré a que cruce al otro lado de las montañas, a que los trols crucen.

—Puedo quedarme aquí con un grupo, realizar un par de sobrevuelos más al norte.

—Los planificaremos mañana.

—Y luego regresas a casa con la mitad de nuestros hombres y los centauros.

Morgan se quedó mirándome con las cejas en alto.

—No me pongas esa cara, tuviste suficiente. Regresa a casa. No es coherente que nuestro general avance así sobre el terreno de conflicto.

—Nalu —empezó a replicar y no le permití seguir.

Un reino desolado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora