Otra vez mi estómago se contorsionó. El espasmo provocó que sintiera como si me atravesaran el abdomen con una espada. Bilis trepó por mi garganta quemándolo todo a su paso. No pude respirar y mis ojos hicieron agua. Tosiendo, vomitando y llorando todo a la vez, sentí su brazo rodeándome, sosteniéndome por los hombros, a su voz repitiendo una y otra vez cual mantra, que aquí estaba para mí, que no se separaría de mi lado.
Debí decirle que se apartara, que esta situación no era buena para él, que yo no podía darle más que mi dolor, más que la locura de mi realidad en la cual nadie creería, siquiera él por más que pusiese su mejor intención en hacerlo.
Claudio había entrado en mi piso, por lo que me pareció, porque todo lo que sucedía a mi alrededor, incluida la llegada de la ambulancia fue como si me viera a mí misma en una película y no como si fuese algo que me sucedía a mí, forzando la puerta, tal vez de una patada o con un golpe de su cuerpo, porque la puerta acabara rota con la cerradura reventada, para salvarme de continuar destrozándome las manos contra el espejo.
La doctora que me atendiera, apenas si pudo creer que me hiciera eso a mí misma.
Tenía huesos rotos, cristales clavados en la carne, y aún así, había seguido golpeando.
Las heridas que me causé, debieron dejar mis manos destrozadas. Si fuese yo, mi antigua yo, la que era antes de partir a Ghaudia, muy probablemente había quedado con dos manos completamente inutilizables de por vida. En vez de eso, siquiera había sido necesario que me operaran. Había daño pero no el que correspondía a lo sucedido y por eso, los médicos se mostraban todavía más recelosos de creer en las palabras que componían mi relato.
Las manos me dolían y apenas si podía moverlas, las sentía hinchadas y pesadas más sabía que en un par de días, mis manos serían las de siempre.
No tenía idea de cómo haría para justificar aquello ante Claudio, y de algún modo debería justificarlo, o al menos mentir sobre mi estado puesto que la realidad era una, no quería que se fuera, no quería que me dejara.
En la ambulancia a pedido mío, había ido sentado a mi lado en la camilla mientras el medico me trataba, en el ingreso a emergencias rogué para que no lo obligaran a salir del cubículo y en aquel caso sangriento que implico mi llegada, y al notarme todos, completamente fuera de mí como me encontraba, accedieron.
Ahora, en una sala de recuperación, conmigo vomitando del asco, conmigo sabiendo que este asco no era mío, sino de Rygan, lo necesitaba todavía más que en ningún otro momento, junto a mí.
Algo había sucedido, no aquí sino con él, con Rygan y la distancia que me impedía consolarlo a él se aplacaba cuando la presencia de Claudio se pegaba a la mía.
—Shhh, tranquila —susurró para mí, apretándome contra su lado. Mi cuerpo temblaba con furia, sacudiendo el suyo también—. Shhh —bajó el cuenco que sostuviera para que pudiese vomitar, a un lado de mis piernas y entonces con su otra mano libre, apartó el cabello de mi empapada frente—. Intenta respirar.
Cuando me lo pidió, entendí que estaba teniendo una suerte de ataque de pánico.
Tuve la impresión de que todas mis articulaciones se soldaban entre sí y que mis músculos se petrificaban.
—Charlie, por favor, respira —me dijo con su mirada gris, cargada de una calidez que parecía imposible para esos ojos que aparentaban ser de hierro forjado—. Vamos, respira para mí.
Mi respiración superficial y corta, estaba provocando que me ahogara, por lo que comenzara a ver chispas resplandecientes frente a mis ojos.
—Vamos, tú puedes, eres fuerte, eres toda una guerrera, respira para mí —me pidió obligándome enfrentar su rostro sonriente, con su mano sobre mi mejilla, viéndome directo a los ojos.