Despedí al soldado con sus órdenes y regresé al improvisado escritorio. Necesitaba sentarme, tener un momento para ordenar mis pensamientos, eso si mi corazón me lo permitía; la presión en mi pecho se me antojaba insoportable. Todavía no comprendía cómo soportara continuar cabalgando si apenas tenía fuerzas, sentía que caía, que me disolvía, que mi carne se desgranaba. Trozos de mí debían haber caído por todo el camino hacia aquí.
No podía parar de preguntarme cómo lo había soportado él, cómo aún no sucumbía al dolor.
¿Cómo había podido, cómo fue capaz?
La había sacado de aquí, nos la había arrebatado a todos los que la conocíamos, nos la había arrebatado a nosotros, su pueblo, a la tierra que la abrazó y la adoptó.
Mientras caemos veremos a nuestros más terribles temores a la cara —había pensado mientras lo enfrentaba segundos antes de que él diera la media vuelta para regresar a casa.
De camino al fin, los dos deberíamos responsabilizarnos de nuestros actos.
Yo no había sabido protegerla, él la había engañado del peor modo posible.
Pagaría por mis crímenes y a como diese lugar, haría que él pagara por los suyos. Estaba seguro de que esta vez, Marrigan sí me apoyaría, después de todo, Charlie era su hija. Rygan no tenía nada contra ella, jamás podría justificar su destierro; el Concejo no lo apoyaría, sabía que no, haría lo que fuese necesario para convencerlos a todos de que Rygan actuara del peor modo posible, abusando de su cargo y posición.
Te arrepentirás, Rygan —lo amenacé mentalmente.
Haría que se arrepintiera y de algún modo, la traería de regreso; devolvería a Charlie a este que era su lugar.
Me detuve frente a la silla. Cerré los ojos y me pasé una mano por la quijada.
Su golpe no fuera otra cosa más que otra prueba de su cobardía.
—Disculpe Señor, la Capitana está aquí. Pide verlo.
Abrí los ojos y giré sobre los tacones de mis botas para ver al soldado asomado por la entrada de mi tienda.
Al otro lado el campamento que ya olía a la cena, y un cielo que de a poco se ponía cada vez más oscuro. Las primeras estrellas debían verse en el firmamento, nuestros dioses, la madre. Ante ellos, mentalmente maldije a Rygan.
—Sí, claro, que pase.
El soldado siquiera hizo a tiempo a moverse a un lado que Nalu se lanzó dentro de mi tienda como una tromba.
—Por los dioses —gruñó ella—. Morgan, toda la doceava acaba de lanzarse a mi cuello como si fuese mi culpa. Doria está desquiciada, demanda saber qué hicimos con Charlotte. Y su furia, esa cosa exige hablar contigo.
—Nalu —la reprendí; no me agradó ni un poco ni su tono ni su elección de palabras.
—El campamento es un hervidero de rumores. Se supondría que todos deberían estar concentrándose en la misión, en lo que tenemos por delante y en vez de eso todos hablan de ella. ¡¿Por lo dioses, qué fue lo que sucedió?!
—No estoy seguro. Solamente sé que ella jamás hubiese aceptado irse. Charlotte quería venir, fue su elección.
Vi el rostro de Nalu descomponerse.
—Charlie no se hubiese acobardado jamás. No fue su decisión.
Nalu dio otro paso en mi dirección.
—Debió sacarla de aquí a la fuerza.
—Con un espejo —no me lo preguntaba, lo afirmaba.
Asentí con la cabeza. Qué más podía ser, él a había regresado a su mundo.