— Pasaste, a mi lado... Con gran indiferencia. — tarareó un sonriente Alfredo, entrado nuevamente a la oficina — Tus ojos ni siquiera, voltearon hacia mí.
— ¿Te fue bien en tu cita?. — preguntó burlonamente Iván.
— Mejor de lo que creí. Tengo su número. — habló seguro.
Cosa que el mayor no dejó desapercibido y algo bastante sorprendido volteó a verlo.
— ¿De verdad?. — preguntó incrédulo.
— No. — el rostro de Alfredo se había convertido en un puchero — Pero lo estoy decretando.
— Mmm. — le dio el avión — Mejor ponte a chambear, campeón.
— Eres bien sabe cómo, me cae. — dijo para tomar unas carpetas de mala gana — Tus lujitos no se pagan solos.
— ¡Ves!. Ya ni mi apá me decía eso.
— Ya omee. Mejor ayúdame.
...
— Mi amá mejor me debió haber metido a clases de excel e inglés. En vez de catecismo. — soltó cansado.
— ¿Y para qué?. Si nosotros no usamos excel.
— Es que no me gusta escribiir... A mano. — soltó pucheros.
— Y a nadie le gusta leer, lo que tú escribes a mano. — dijo con burla.
— 'Ora... ¿Me intentas decir algo?.
Negó. — No, no... Nada. — sonrió para luego suspirar estirando su cuerpo — Gracias a Dios, ya acabamos hoy.
— Me debes la cena, carnal. Acuérdate.
— ¿Yo?. — asintió — Si yo no te prometí nada.
— Eres bien tacaño. Sí, es muy bonito el dinero... Pero no te sirve tenerlo guardado.
— Mi dinero es para mi familia.
— ¿Y yo que soy?. — le preguntó mientras le hacía ojitos.
— Para mis hijos y mi esposa. — respondió.
— Priscila tiene... — achicó sus ojos — Y tu bendi todavía no nace.
— Alfredo... — reprochó.
— Ya, ya, ya, ya. No hay pedo. Yo invito.
Toquidos en la puerta interrumpieron su conversación.
— Pase. — Iván habló a lo alto.
— Buenas noches, patrón. — dijo un chico al entrar — Encontramos un objeto olvidado abajo.
— Ah, pues. Pueden ponerlo en el almacén, por si alguien viene a reclamarlo.
— Es que lo encontramos en la sala privada. Y las únicas de las personas que entraron ahí fueron una señorita, otro señor y el patrón Alfredo. — dijo viendo al último mencionado.
— ¿Qué es?. — preguntó Iván.
— Parece una cartera. — dijo enseñando el objeto.
— Seguro es de Hugo. Si quieres dármela, Paul. Yo se la entrego.
El mesero sólo asintió dejando la cartera en manos de Alfredo.
— Con permiso. — dijo retirándose.
— Gracias, Paul.
Alfredo comenzó a analizar la pequeña cartera. Tenía algunos detalles en rosa y amarillo, sin dejar de mencionar que tenía una "M" bordada con hilo negro en una esquina.
Dudosamente podría ser de Hugo.
— ¿De quién crees que sea?. — preguntó sin quitarle la vista a la pequeña bolsa.
— Pues... No sé. Deja checo en las cámaras.
— Ah pues, sí.
El mayor comenzó a mirar las grabaciones de la sala privada. Precisamente ya casi al final.
— Es de la plebita. — apartó la vista del monitor para ver a su hermano, quien aún seguía mirando curiosamente la cartera.
— Oohhh.
— Sí, ohh. Creo que deberías de dársela a Hugo para que él se la entregue.
— Claro que lo voy hacer... —sonrió — Será prudente. — hizo una seña moviendo el zíper de esta. Así dando a entender que quería abrirla.
— No lo hagas. Eso es grosero. — advirtió el mayor.
— Y qué tal si es un espía. Y nomás usa el pretexto de los papeles de la boda de Hugo.
— Alfredo... Igual no lo hagas.
— Pero no importa. Con los ojos cerrados, iré tras de ella.
— No. — le dio un manotazo — Tú ve a dejar eso a casa de Hugo. Te espero en Vicentillos.
— Le quitas la felicidad y alegría a uno. — chistó. — 'Ta bueno, pues.
Ninguno de los dos se despidió del otro. Pues como ya lo habían dicho, se encentrarían en otro lugar.
Alfredo tomó camino hacia la casa de Hugo, aunque le tomara más tiempo en llegar al restaurante con su hermano. Pero prefería hacerlo de una buena vez.
— Cuando el viejo se enfiestaba, siempre fajada la 701. Buen ritmo pa' la bailada, buen paso daba, con una pelo rubio. — suspiró — Ay, apá.
Presionó sus cien con sus dedos haciendo una especie de masaje. Veía algo fastidiado el semáforo que apenas había cambiado a rojo.
— ¡¿Por qué se me ocurrió venirme por aquí?!.
En un movimiento su vista se posó en la cartera que llevaba sobre el tablero de la camioneta. Nuevamente por su mente pasó en abrirla, pero quizás su hermano tenía razón.
O no.
— Pura verga, me vale verga. Aquí no está Archivaldo, chingue su madre. — dijo tomando la cartera y abriéndola.
Pero no encontró nada en ella, más que un montón de tarjetitas de presentación. Sacó una de ellas viendo el logo del despacho y nombre
— Especialista en derecho fiscal... Licenciada Mariana Acosta Ríos. — su respiración se cortó — No mames.
El rostro de Alfredo era de total shock.
Una disculpilla ahí si hay faltas de ortografía o palabras mal escritas, pero se me acabó la licencia de word (jsajadsj) y pues sólo le di una leídilla rápida :*
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