— Este cariño nació, el día en que Dios cruzó los caminos. — Alfredo cantaba dando todo de sí — Y puso tus ojos, tus manos, tu canto y tu verso en mi sino. — antes de alejarse unos cuantos pasos, aprovechó para acariciar el rostro de Mariana.
Mientras tanto, ella divertida mordía la uña de su pulgar así tratando de esconder su risita.
— Valió la pena nacer, por el hecho de ser, tú y yo más que amigos. Cosas de la vida, cosas de la suerte, de esas cosas bellas, que tiene el destino.
Al terminar la canción Mariana inundó la sala con aplausos y uno que otro intento de chiflido. Cosa que a pesar de ser un juego Alfredo se sonrojó, pero aun así dio gracias como buen imitador.
— Y... ¿Qué tal? ¿Te gustó? — preguntó acercándose a ella.
— Me encantó. — dijo aceptando el beso de Alfredo — Pero sabes algo.
— ¿Qué?
— Creo que la armas mejor de comerciante, cantar no es tu fuerte.
— Ah. — su cara cambió cuando perdió inspiración y se dejó caer a un lado de ella en el sofá.
— Pero lo hiciste excelente. — besó su mejilla.
— Ahí no me consuela tanto. — hizo una cara triste.
— Perdón. — lo tomó de las mejillas y besó sus labios.
Rio. — Pero es la verdad, chula. Dios no me dio una buena voz, porque dejaba a Luis Miguel sin chamba.
— Ay sí, tú.
— Sin miedo al éxito.
El teléfono de Alfredo vibró varias veces y se encendió mostrando varias notificaciones, aunque él ni lo volteó a ver.
— Voy al baño. — le dio un piquito rápido — No tardo.
— No me molestaría irte a buscar, eh.
Mariana negó yéndose.
Aprovechó para ir a servir más botana y cambiar las bebidas. Luego de esto regresó al sofá tomando su celular, pero haciendo caso omiso al montonal de íconos.
Quitó la pausa en la televisión dejando que la música siguiera reproduciéndose.
A los pocos segundos llegó Mariana sentándose sobre las piernas de Alfredo y rodeando su cuello con su brazo, reposando el otro sobre su pecho mientras que sus dedos jugaban con los labios de él.
Alfredo no pudo contenerse al estar tan cerca de ella, así que empezó a besarla tiernamente. Un beso que era más largo de lo acostumbrado, pero nada tornaba de manera lujuriosa, al contrario todo era amor.
Los shorts que traía puestos, le permitían Alfredo sentir la piel suave de sus piernas, le encantaba acariciarlas. Eran una de sus partes favoritas.
— Patrón, llegó el ratón. — se escuchó por el radio.
Ese anuncio los había sacado de la burbuja aunque no dejaban de besarse, hasta que él se removió incómodo cortando el beso, haciendo que Mariana se acomodara a su lado.
— Ahora que quiere este wey. — molesto tomó su radio — Pregúntenle que, qué quie...
La puerta se abrió y de ella entró un bulto caminando.
— ¡CARNAL! ¡Ya llegué! — exclamó a lo alto.
— ¿Qué haces aquí? — Alfredo apenas se ponía de pie.
— Pues fuimos por nuestros trajes y de una vez trajimos el tuyo. Ya listo pa' tu bodorrio. — dijo dejándolo sobre la barra encimera del bar — Con quien si tienen pedos ahorita es con tu ruca. Dice la Aleja que está chille y chille porque no le cierra el vestido... Por lo del embarazo, pues.
Un silencio incómodo inundó la habitación.
Ovidio apenas se percató de la pelinegra en shock sentada en el sofá e inmediatamente miró a su hermano que estaba frente a él. Con la cara menos agradable que le ha visto.
— ¡Lárgate! — gritó.
— Carnal... — estaba confundido.
No era algo nuevo que convivieran con mujeres que no fueran sus esposas o novias. Pero ¿Ahorita?, si no estaban en ninguna fiesta.
— ¡Que te vayas, Ovidio! — empezó a empujarlo — ¡Lárgate!
— Alfredo, ¿Quién es ella?
— ¡Que te valga madres! Vete y no te aparezcas por aquí.
A empujones logró sacarlo de su casa, ni siquiera se esperó a saber si realmente se había ido, pues azotó la puerta y fue a donde Mariana quien desesperada tomaba sus cosas metiéndolas a su bolso.
— Mariana.
Volteó a su llamado con los ojos llorosos y una mirada de decepción.
Mariana sentía como su corazón se rompía lentamente, esa presión y dolor en el pecho que empujaban a las lágrimas acumularse en sus ojos.
No se sentía bien.
— ¿Te vas a casar? — su voz era temblorosa.
— Te juro que iba a decírtelo, no encontraba cómo pero lo... — lo interrumpió con una carcajada sin gracia.
— Sí, claro ¡Típico! — se quedó unos segundos en silencio para dejar pasar ese nudo en la garganta que dolía — También vas a ser papá.
— Yo...
— Por qué, Alfredo ¿Por qué me volviste a ilusionar? Para qué mentir si ya estabas haciendo una vida.
— Mariana, te juro que no es como crees. De verdad. — balbuceó — Yo no la amo. — tomó su mano, pero ella se zafó.
— ¡No me toques! No me interesa — soltó el primer sollozo y no hubo marcha atrás — Eres un maldito mentiroso. Nunca cambiaste. Nada de lo que me llegaste a decir fue cierto.
— Yo iba a decírtelo, pero no encontraba la manera. Te amo. Me encantas tanto que no quería que nada de eso cambiara y...
— Y preferiste ocultármelo. — limpió un par de lágrimas tratando de calmarse.
— No llores, mi amor. Nunca te mentí al decirte te amo.
— ¡Ya deja de mentir! — tenía tanta rabia y decepción en una mirada — Aunque sabes, aquí la única que tiene la culpa soy yo. Lo sabía, sabía que no debía confiar en ti, pero... — pasó sus manos por su cabeza desesperada — ¡Aagh!
A paso rápido empezó a caminar hacia la entrada y detrás de ella iba Alfredo.
— Hey, no. ¿A dónde vas?
— Me voy, no quiero estar aquí. — escupió.
— De perdido déjame llevarte, ya es tarde. — intervino en su camino y lo esquivó.
— Es lo que menos me importa. Ya no te quiero volver a ver en mi vida.
— Por favor, Mariana... Por ese cariño, vamos hablar.
— Alfredo, te vas a casar, están esperando un hijo ¿De verdad crees que voy a querer por lo menos escucharte?
De nuevo las lágrimas volvían a salir, esta vez era Alfredo a quien sus ojos empezaban a cristalizarse mientras que su nariz se tornaba roja. Trataba de ocultar las pocas que resbalaban por sus mejillas, pero la presión era horrible que no podía.
— Suerte en tu nueva vida, te deseo lo mejor. — dijo marchándose.