— Yaa. — reí al seguir sintiendo los besos de Alfredo en mi cuello — Llegamos hace veinte minutos y no me he bajado.
— Por mí te hacía quedarte aquí o es más... — paró para besar mis labios otra vez — Nos íbamos a mi casa.
— Acuérdate que tengo examen mañana. No se puede.
— Entonces, ¿Quieres besitos de la buena suerte? — levantó frunciendo sus labios.
Reí asintiendo. — Sí.
Nos fundimos en un largo beso apasionado, que debíamos parar pues sus manos decían otra cosa.
— Hay cámaras, que sea el estacionamiento no quiere decir que nadie pueda vernos. — dije separándome de él — Además no traes nada para cubrirte.
— No impota, yo wapo. — reímos — Mentira, pero están polarizados. — tocó la ventana — No podrán.
— De como quiera no es lugar, ni momento.
— ¿De un beso? — preguntó "asombrado".
Si bien sabía.
— Hay besos peligrosos.
—Miedo no hay y yo quiero uno.
— Has recibido muchos, es todo por hoy. — reí.
— O sea, ¿Me voy a quedar castigado? — dijo cruzándose de brazos.
— Castigado no, condicionado sí.
— Pero mañana desestresada segura. — murmuró con doble sentido.
— ¿Qué?
— Que te va ir muy bien mañana. — sonrió — Eres las más inteligente.
— Ahh. — me sonrojé — Gracias, se hace lo que se puede.
Duramos un par de segundos callados, pero para nada era incómodo, ya no.
Me despedí con un beso en la mejilla haciéndolo reaccionar.
— Te veo luego.
— ¿Y mañana? — lo miré confundida — Invito la cena.
— Mmm bien, aunque ¿Sabes? desde hace rato tengo antojo de sushi. — sugerí.
— Tu dime dónde reservo, guapa.
Negué.
— Sorpréndeme. — antes de bajarme, él se acercó y me dio un último beso.
— Ahora sí. Buenas noches.
— Buenas noches, Alf.
ALFREDO
Observé cómo se iba alejando hasta que se cerraron las puertas del elevador. Suspiré profundamente encendiendo la camioneta listo para irme.
Todos estos días -o la mayoría de ellos- me había estado quedando en una de las casas de las afueras y la verdad lo había disfrutado bastante, no tenía quejas, ni reclamos de nadie y por supuesto, algunas veces con la compañía de Mariana.
Pero el deber llamaba y era consciente que Sofía merecía de mi atención, tal vez no como ella quería, aunque traba porque a fin de cuentas era mi prometida.
Había meditado las cosas sobre nuestra "relación" aun sabiendo que no necesitaba hacerlo, pues yo ya tenía una decisión.
El plan era hablar bien con ella y quedar en buenos términos, sobre todo por la relación y negocios que había de por medio con nuestros papás; porque sí, todo esto siempre había sido obra de ellos.