XIX

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Sacudí el vestido con mis manos así quitando alguna "imperfección" dando pasos cortos y posando frente al espejo. Definitivamente el color cobre me quedaba.

Me sentía bonita.

Cuando vi que el Uber estaba a una cuadra tomé mi perfume y empecé a bañarme en él. Bueno no tanto así, pero si la cantidad suficiente para oler bien durante el evento; aunque de igual manera traía el de bolsillo.

No había asistido a la ceremonia religiosa por lo tanto me tocó saludar y felicitar a la pareja llegando al jardín que por cierto, todo el lugar estaba decorado tan hermoso.

Siendo ajena a la pareja y meramente a amistades aquí, era obvio que no conocía a nadie pero había congeniado bien con quienes me había tocado sentarme. Una de ellas había sido mi ex compañera en economía.

Juro que estaba degustando tan tranquilamente mi mimosa, hasta que se me ocurrió voltear hacia el grupo de hombres y mujeres que habían llegado.

Bueno, no era algo que me sorprendiera. Sabía que era lo más probable.

Afortunadamente sólo hicieron lo mismo que los demás invitados y se sentaron en mesas que quedaban lejos y detrás de mí.

Si no me movía, no me vería.

El evento seguía en pie y cada vez había un poco más de ambiente. Muy probablemente las personas no tardaban en comenzar a bailar.

La "tranquilidad" se acabó para mí cuando sentí esa mirada pesada que quisiera decir incómoda, pero para nada lo era. Sólo que sí lograba ponerme nerviosa por más que lo tratara de disimular.

¿Qué demonios te pasa, Mariana?

No me quedó otra opción y para calmar un poco esa sensación, me levanté para ir al baño. Estuve algunos minutos ahí dentro, viendo entrar y salir algunas mujeres; supe que ya era necesario salir cuando vi entrar acompañada a la misma chica que salió cuando yo lo hice.

Honestamente aún no me daban ganas de regresar a donde todo mundo ya estaba bailando o la mayoría de ellos.

Me tomé el atrevimiento de adentrarme un poco más y bajé al otro jardín que había. Éste tenía un gran laberinto de altura media, pues se lograba distinguir que en medio de él estaba una fuente con una lámpara en ella.

Admiraba lo bello que era siendo tan sencillo.

— Hasta que por fin saliste. — pegué un brinco al escucharlo — Creí por un momento que habías escapado por el baño. — dijo divertido.

La voz de Alfredo se oía detrás de mí y algo cerca. 

Así que solo giré mi cabeza para comprobar que realmente era él y después girar mi cuerpo. Cuando enfoqué mi vista, ayudada por la amarilla y tenue luz que alumbraba de las pequeñas tiras que estaban pegadas debajo al camino de arbustos que formaba el laberinto, pude observarlo mejor. 

Se había desabotonado los dos primeros botones de su camisa pero su saco aún seguía puesto; su barba estaba rasurada y su peinado era el mismo de siempre pero hecho con cera o gel.

— ¿Qué haces acá?

— Lo mismo que tú, supongo. — se alzó de hombros.

No contesté y evadí su mirada. 

— Bueno, en parte sí te estaba siguiendo. — confesó — Y también quería hablar contigo.

— Yo no. Adiós. — tomé la falda de mi vestido para poder caminar y subir las escaleras, pero su mano se enganchó con mi brazo.

— Quería disculparme por lo que pasó en el restaurante y también... — suspiró muy despacio — Por lo mal y equivocadamente te traté.

— Fuiste más que grosero, Alfredo. — lo miré — Pero ya no importa, estoy en paz con que lo supieras. Con permiso.

— Mariana. — reprochó — Hablo enserio.

— Creo que ya dijimos todo lo que teníamos que decir, no hay necesidad de moverle más. 

— Perdóname, por favor. — comenzó acercarse más a mí — Sé que no es excusa, pero ponte a pensar que sentí yo cuando pensé que era papá o que estuve a punto de serlo. 

— Se siente feo, ¿Verdad? Ahora, imagínate que llega alguien a insultarte por lo que sucedió y te llama puto egoísta, cuando tú no tenías la culpa.

— Perdón. — bajó la mirada — No sabes cómo hubiera preferido estar contigo en ese momento.

No era tan fácil. Aunque por una parte entendía que reaccionara mal, yo también lo hice. Pero aun así lo ofendido no me lo quitaba.

— Está bien, Alfredo. — empecé a caminar hacia el otro lado — No fuiste el único. Estás perdonado.

— Mariana, en verdad quiero que lo hagas. — comenzó a seguirme — No quiero estar mal contigo. — lo miré aburrida — Volvamos a empezar, ¿Sí?

— ¿Empezar qué? 

— El reencuentro. Con el pie derecho.

— Ay, Alfredo. Qué cosas di... 

Y sin darnos cuenta empezamos a caminar justo dentro del laberinto, cuando volteé hacia atrás ya era algo tarde.

Mierda.

— Alfredo.

— ¿Sí? — preguntó sin quitar su vista de mí.

— Hemos caminado mucho ¿Cómo vamos a salir de aquí?

Miró hacia los lados y luego empezó a reír.

— ¡No te rías! No es gracioso.

— No lo hago por eso. — se calmó paulatinamente.

— ¡¿Entonces?!

—Pues... ¿Sabes? Esto sólo pasa en las películas. — sonrió — Cuando los protagonistas se ponen románticos.

Reí irónica. — ¿Qué? ¿Me vas a besar?

Estúpidamente y muy tarde, caí en cuenta que lo había dicho sin pensarlo.

— Si es lo que quieres.

Muy a la vieja escuela me tomó de la cintura y me pegó a él. Por unos segundos me perdí en sus ojos, esos ojos pequeños y coquetos que me enamoraron a los diecisiete.

Mi cuerpo reaccionó cuando sentí el rose de nuestros labios.

Después de nueve años, volví a probarlos.


la foto 🤏🏼pero pues me sirvió de inspiración 😌

Comenten precioses, me gusta leerlas <3

¿Me recuerdas? - JAGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora